Venezuela es uno de los países con las mayores reservas de agua dulce del mundo y cuenta con alrededor de 90 cuencas hidrográficas, sin embargo, la falta del servicio golpea a la población. Crónica.Uno hizo un recorrido por varios estados del país para conocer qué hacen los vecinos para suplir el déficit. La escasez de agua que afronta el poco más de millón de habitantes de la zona norte de Anzoátegui ha llegado a tales niveles que hasta los negocios que ofrecen recarga de botellones se han visto afectados.
Barcelona. Cuando el timbre del apartamento de Juan Alberto Castro suena a las 7:00 de la mañana, sabe que es uno de sus vecinos para avisarle que llegó la hora de cargar agua hasta su casa. Es entonces cuando la bomba instalada al pie del tanque del edificio, que provee a las 144 unidades habitacionales que componen el conjunto residencial, comienza a surtir agua.
El toque del vecino va antepuesto a un arduo trabajo que otro grupo de habitantes de la comunidad hace ya sea temprano o, cuando se puede, durante la noche, “cebando” la bomba para que el agua pueda llegar a cierto nivel y poder llenar los envases que hacen cola en el denominado “chorrito comunitario”.
Juan Alberto, preparado para el llamado, ya tiene listos un botellón de 18 litros y un tobo de 12 detrás de la puerta principal. Con ellos es que lleva el agua hasta su apartamento, en donde dos pipotes de 80 litros, cuatro tobos, una ponchera, una lavadora de esas que podrían considerarse portátiles y una gran cantidad de envases de refresco de 1,5 litros lo esperan para recibir la carga. Tarda tres horas en completar el proceso.
Utilizo esos envases porque por estar cargando más peso hice un mal movimiento y me lesioné la rodilla cuando subía las escaleras que dan a mi apartamento”, narra Castro con cierto tono de molestia al equipo de Crónica.Uno.
Enterados de la llegada del agua, como una especie de enjambre, hombres y mujeres de la residencia van hasta el “chorrito” para comenzar con el trajinar de llevar el agua hasta sus hogares y más aún en pleno auge de la pandemia de COVID-19, que en la entidad, hasta la noche del lunes 10 de agosto, ha dejado oficialmente 286 casos positivos y tres fallecidos.
“El agua aquí no llega con fuerza porque según el personal de Hidrocaribe (empresa regente del agua) estamos en la cola del sistema de distribución y pierde presión, además hay muchas ‘bombas ladronas’ en otros conjuntos entonces es difícil que se llene el tanque y, por ende, hay que cargar agua”, dice.
La visita del equipo de Crónica.Uno a la residencia de Castro sirvió para que él y otros vecinos, como Karen Salazar, se desahogaran y narraran cómo “la crisis de los grifos secos” —así la bautizó el gobernador Antonio Barreto Sira— cambió hasta su forma de trabajar.
“Ya uno no puede planificar nada, me ha pasado que por el grupo del conjunto ponen el aviso de que llegó agua a la bomba y tengo que dejar mi trabajo botado por el hecho de tener que buscar el agua, esto es inaudito. Lo peor y más cumbre es que tenemos un río al lado y estamos pasando por una crisis inconcebible por agua en un estado que está plagado de ríos”.
Y es que así como Castro y Salazar, toda la zona norte de la entidad está sometida a un racionamiento del recurso, en el cual la comunidad que menos tiempo tiene sin recibir agua suma más de un mes con las tuberías secas.
Y con los últimos aguaceros caídos en la ciudad la situación pasó a un nuevo nivel, que para quienes habitan en el área urbana les resulta familiar: la suspensión del servicio por turbidez en el río Neverí.
Hay que recoger agua porque no se sabe cuándo regresa, Anzoátegui es el único lugar en el universo en donde tenemos que enfurecernos cuando llueve porque eso es sinónimo de que ya no habrá agua por un buen tiempo”, dice Castro.
En la desesperanza
Venezuela es uno de los países con las mayores reservas de agua dulce del mundo y cuenta con alrededor de 90 cuencas hidrográficas, con un potencial hídrico superficial que supera 1 millón de millones (1.000.000.000.000) de mᶟ/año y más de 8000 millones (8.000.000.000) de mᶟ/año en potencial hídrico subterráneo*, sin embargo, esto no se traduce en buen servicio.
Barcelona está entre las 10 ciudades del país en las que, según un estudio del Observatorio Venezolano de Servicios Públicos, 56,7 % de los entrevistados aseguró que tiene agua almacenada en pipotes; 18,5 % paga camiones cisterna; 12 % se surte de otros sitios (casa de un amigo o quebradas); y 10,5 % recurre a la compra de botellones.
Daniela Jiménez y Mirela Pérez son dos profesionales, una abogada y la otra periodista. Ambas habitan en Barcelona y con cierta tristeza indican que jamás “ni en sus peores pesadillas”, hubiesen imaginado que en pleno siglo XXI tendrían que ingeniárselas para colectar el agua de lluvia y poder tener medios para bañarse y lavar la ropa.
Pérez reside en Viñedo, una de las barriadas situadas en la periferia de la capital anzoatiguense, y afirma que vivir allí es el equivalente a estar en el desierto del Sahara. El agua escasea a tal punto que el tanque que tienen en su vivienda ha sido violentado en cinco oportunidades para llevarse lo poco que pueden almacenar.
“En mi casa todos trabajamos y vamos a decirlo así ‘vecinos necesitados’ aprovechan nuestra ausencia para llevarse el agua que tenemos en el tanque. Ahora aprovechamos las lluvias de estos días para tener agua para lavar la ropa y los platos, tuve que llevar de mi trabajo hasta mi casa cinco litros de agua para beber porque ya no teníamos. El viernes nos llegó por 30 minutos y alcanzó para llenar dos tobos, echarle a la poceta y un poco al tanque pero esa agua estaba marrón”, afirma Pérez.
Para la comunicadora, la crisis del agua ha dado paso a la especulación, antes de llevar los cinco litros de agua del trabajo hasta su casa, se dio un recorrido por varios negocios del bulevar de Barcelona y la misma garrafa de cinco litros de agua filtrada original se vendía en precios que oscilaban desde los 350.000 hasta 650.000 bolívares.
“Esta gente se está aprovechando de que no hay agua en la entidad para marcar esos precios porque están demasiado altos y estoy segura de que tienen tiempo con esa agua allí. Un botellón de los azules (18 litros) ¿cómo es posible que lo vendan en 250.000 bolívares?, esta gente son unos usureros”, afirma.
Por la dinámica de su trabajo, Jiménez debe atender casos del sector agrícola y, por ende, ha tenido que salir al campo pese al decreto de cuarentena nacional. La última vez que lo hizo fue el pasado 13 de agosto y una vez que llegó a casa, la desesperación la embargó al ver que no tenía agua y no podría cumplir con su higiene personal, una medida básica en la lucha contra la COVID-19.
“Nos mandan a cuidarnos, pero cómo lo hacemos, llegas a tu casa y no hay agua, entonces ahora tienes que ligar que llueva como si estuvieses en la prehistoria para poder bañarte, así fue que lo hice ese día que regresé del trabajo, con agua de lluvia. Esto me causa depresión porque tú no puedes planificar nada, estás sujeto a que llegue el agua para poder hacer algo y si lo estás haciendo cuando llega, tienes que dejar todo botado porque es primordial recoger agua porque no sabes cómo ni cuándo llegará”, sostiene.
El único lugar que los usuarios del servicio tienen para quejarse sobre las deficiencias es la cuenta en Twitter de la empresa @hidrocaribe, en donde los reclamos son constantes y las únicas respuestas que reciben son tuits sobre los locales donde están ubicadas las taquillas de pago y los horarios de lo que ellos llaman “ciclos de distribución”; que para expertos en la materia, como Glen Sardi, no son más que “una forma decente de decir racionamiento”.
Loida Velázquez y Emilia Leonet residen en Nueva Barcelona, zona de expansión de la ciudad capital, y afirman que la situación de Hidrocaribe “raya en la falta de respeto” al anunciar horarios que no cumplen.
“En donde habitamos ya tenemos un mes sin agua. La irresponsabilidad de esta empresa para con los ciudadanos de Barcelona es una falta de respeto, utilizan el suministro de agua como política, hay sectores de los tronconales a los que les llega el agua dos días seguidos pero a nosotros ya nos tienen un mes como camellos”, refirieron las vecinas.
La crisis del agua ha afectado hasta los negocios de recarga y filtrado. En la urbanización El Ingenio de Barcelona se encuentra un establecimiento que ofrece agua tratada en varios procesos, pero, al igual que las diversas comunidades de la zona norte, también ha padecido los estragos de estar sin agua.
Uno de los encargados del establecimiento, que prefirió omitir su nombre, indicó que tiene ocho días sin recargar un solo botellón ya que los tres tanques de 1000 litros que tiene en el establecimiento se quedaron sin la “materia prima” desde hace 10 días.
Tengo el negocio prácticamente cerrado, no hemos comprado agua por cisternas porque consideramos que el nivel de barro que tiene esa agua es tal que daña los equipos de filtración. Esta situación del agua es insostenible”, dice.
Para el gobernador Barreto Sira, más allá de lo que digan los encargados de la empresa Hidrocaribe, no hay voluntad de resolver la crisis del agua: “he colocado equipos del ente a la disposición del organismo gubernamental, pero la respuesta ha sido nula”.
Y mientras la crisis no se resuelve, Daniela Jiménez y Mirela Pérez son el reflejo de lo que padece el poco más del millón de personas que residen en los cuatro municipios de la zona norte de Anzoátegui, lidiar con una escasez de agua en tiempos de pandemia.
*”La gestión de los recursos hídricos: un factor en la crisis humanitaria en Venezuela”, del ingeniero Luis Alejandro Padrino.
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