La película de Robert Eggers es una historia de venganza. Un niño ve cómo su padre es traicionado. Pasan los años, y decide enfrentar a quienes le despojaron todo 

Caracas. La serie Vikings abrió una puerta para muchos a las andanzas de los vikingos. Con sus referencias a personajes reales, la historia creada por Michael Hirst mantuvo desde 2013 la atención a quienes se alinearon con la época de Ragnar Lothbrok y su descendencia.

Es cierto que la serie se vino a menos, y su última temporada trató de enmendar tanto desacierto. Ahora hay precuelas, además de otras propuestas que se adentran en ese mundo nórdico.

Desde el cine, hay una respuesta: El hombre del norte, la más reciente película de Robert Eggers, que a sus 38 años se afianza como cineasta desde que en 2015 debutó en largometrajes con The Witch.

El hombre del norte
La historia comienza con el idilio de una infancia que vive el triunfo de su familia

Ahora, con su tercer largometraje, el realizador exhibe un mundo conocido por los entusiastas de las valquirias y la esperanza en el Valhala.

Pero él va más allá. Robert Eggers logra un deleite visual en el que combina con eficacia el mundo en el que transcurren sus personajes con todo el imaginario onírico de las creencias de sus protagonistas.

El hombre del norte parte de una historia conocida. Amleth (Alexander Skarsgård) vive su adultez en un limbo de objetivos. Entregado a la cotidianidad de su grupo, deambula entre invasiones y saqueos hasta que reconoce la inevitabilidad de su destino.

Cuando era niño, disfrutaba las mieles de ser un príncipe. Un mundo idílico de comodidades y promesas de buen futuro. Es Islandia en el siglo X. Todavía hay mucho mundo por descubrir y demasiadas traiciones están por venir.

El hombre del norte
Anya Taylor-Joy vuelve a trabajar con el cineasta, que la dirigió en The Witch

El joven ve cómo su padre es asesinado. Debe huir para salvarse. Pasan los años, y esos orígenes no son más que vagos rastros. El trono deja de ser norte. Todo cambia cuando decide cobrar venganza, además de rescatar a su madre, que durante décadas se quedó en los aposentos del usurpador.

Es así como El hombre del norte es una película sobre la venganza, pero desde una reflexión sobre el encuentro. Primero, Amleth debe reconocerse, entenderse y sobrepasar el despojo que es producto de la incertidumbre, y luego de la resignación.

Robert Eggers escribe el guion de la película junto con Sjón, conocido dramaturgo, poeta, novelista y escritor de cómics islandés que además estuvo nominado al Oscar a la Mejor Canción por “I’ve Seen It All”, que compuso junto con Björk para Dancer in the Dark, de Lars von Trier. Sjón también es coguionista de Lamb, de Valdimar Jóhannsson, película que el año pasado ganó la sección Una cierta mirada de Cannes.

El hombre del norte
Björk tiene una breve, pero clave aparición en el largometraje

Además, supo reunir un elenco para esta obra ambiciosa. Figuran Anya Taylor-Joy, Nicole Kidman, Ethan Hawke, Willem Dafoe, y Björk. El director entonces se propone una obra que se pasea entre el cine comercial y la búsqueda de un apartado artístico, de autor; contemplativo e intimista.

La fotografía de Jarin Blaschke logra ese deseo por mostrar los contrastes entre las pretensiones humanas frente a la majestuosidad de la naturaleza. Los paisajes de Islandia permiten muy bien definir cómo las grandes montañas y demás parajes empequeñecen a esos hombres repletos de deseos, ínfulas y rabia; todos quedan cortos ante un entorno indiferente.

Amleth en su viaje descubre cómo su pasado es aniquilado. Esa muerte de todo lo anterior ocurre a manos de la persona menos esperada. Es en ese momento cuando la trama deriva hacia otras inquietudes del protagonista, rodeado ya por otros elementos que llevan a diversas incertidumbres. ¿Qué se puede hacer cuando se desvanece todo lo que pensabas haber vivido?

El hombre del norte
La historia está repleta de exploraciones emocionales que desembocan en actos violentos

El hombre del norte afianza esta contrariedad, pero a medida que se acerca la resolución, el largometraje pierde fuerza y cae en un círculo de reiteraciones y lugares comunes que no son enaltecidos en su forma. Empieza a desgastarse hasta el final.

Afortunadamente, son pocos los minutos abajo. Entonces, la propuesta de todo lo transcurrido hasta ese momento permanece y se disfruta, a pesar del final que deshonra todo lo anterior.

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