En Mérida el coronavirus limita hasta la aplicación de los santos óleos

santos óleos

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Por estos días, los sacerdotes merideños han visto limitada la atención a quienes están a punto de morir, pero los padres suplen esas carencias con oraciones, llamadas telefónicas y hasta con botellitas de agua bendita que son entregadas a los familiares.

Mérida. La pandemia por COVID-19 no solo ha afectado a más de 17 millones de personas en el mundo y ha provocado más de 600.000 muertes, también ha tenido un impacto en las prácticas religiosas. En Mérida, dos sacerdotes han visto cómo la dinámica diaria ha cambiado a partir de la aparición del virus, lo que limita hasta un rito tan importante para el pueblo católico como lo es llevar los santos óleos a quienes están enfermos o moribundos.

Ricardo Vielma tiene 26 años y es el de menor edad dentro del clero merideño. Hace apenas un año que se ordenó como sacerdote y le ha tocado lo que, para él, ha sido una gran enseñanza de vida: cumplir diariamente con el sacramento de Unción de los Enfermos, un ritual que no sólo se le confiere a los que están convalecientes, sino a quienes están a punto de morir.

Al padre Ricardo le tocó iniciar su misión haciendo dupla con otro colega de sotana en un espacio de exigente ambiente emocional: el Instituto Autónomo Hospital Universitario de Los Andes (Iahula). Ese gran monstruo de nueve pisos, con más de 30 especialidades, 796 camas y centenares de personas saliendo y entrado todo el tiempo.

Aún recuerda uno de esos primeros días en que le tocó cumplir con su rutina matutina y se encontró de frente con una joven que bajaba las escaleras del segundo piso. Ella lo miró y se notaba que había llorado. Él, sin pensarlo dos veces, le devolvió la mirada y la bendijo con la señal de la cruz. “Dios te bendiga”, le dijo. Días después, la joven lo encontró por el mismo pasillo y le confesó que su gesto bastó para que no tomara una decisión fatal.

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El padre Ricardo Vielma es el más joven de la Arquidiócesis de Mérida. Foto: Nilsa Gulfo

Al hospital se va en la mañana y en la tarde, en periodos regulares, e igualmente se tiene una misa especial los domingos. Sin embargo, las visitas de urgencias no tienen horas, se va cuando se solicita la unción de los enfermos para una persona que está a punto de morir. Son esas urgencias las que han hecho que el padre Ricardo conozca, al derecho y al revés, al Iahula. “Me han tocado días cuando he tenido que ir más de seis veces”, dice.

Actualmente, en Venezuela se cuestiona la calidad de los servicios hospitalarios, tanto así que muchas organizaciones no gubernamentales han puesto el acento en la posibilidad de que la mengua en equipos, medicamentos y recursos humanos sea lo que esté sumando cifras a las estadísticas de muertes en los centros asistenciales.

A principios de año, los medios nacionales publicaron los resultados de la Encuesta Nacional de Hospitales (ENH) con los datos del año 2019. Esta encuesta daba cuenta de las condiciones en que se encuentran los principales centros asistenciales del país. “Más de 2000 personas con condiciones cardiovasculares y más de 2000 con traumas agudos fallecieron por falta de medicinas y equipos en hospitales venezolanos en 14 meses”, concluía la ENH.

En 2019, más de 4000 personas, entre pacientes con condiciones cardiovasculares y traumas agudos como arrollamientos, accidentes de tránsito o armas de fuego, fallecieron por falta de medicinas y equipos en hospitales venezolanos. “Hay venezolanos que fallecen porque falta un medicamento, porque no hay un tubo endotraqueal o una unidad de diálisis aguda”, dijo en su momento Julio Castro, integrante de la ONG Médicos por la Salud al dar a conocer la encuesta.

Los datos de la ENH no quedaron allí. Según el documento, el promedio general de desabastecimiento de insumos y medicamentos básicos en las emergencias fue de 49 %. Medicamentos como morfina, antihipertensivos y para el asma registraron los niveles más altos de desabastecimiento. En cuanto a la falta de quirófanos, dicho ítem cerró en diciembre de 2019 en un 32,5 %, mientras que el promedio de quirófanos inactivos en los centros monitoreados fue de 51 %. En esa lista estaba también el principal centro de salud del estado Mérida.

Los que se van, los que se quedan
El filósofo español Fernando Savater durante una de sus conferencias hablaba del temor que tienen las personas a morir. En su opinión, no es posible aceptar la muerte porque los seres humanos no se creen mortales.

“Todos sabemos que hay que morir, pero creemos que nosotros somos la excepción”, decía Savater.

La muerte siempre ha sido un misterio para el ser humano. Lo que hay después de dejar este mundo es una incógnita, una ventana que se abre sólo para dejar entrar y no para regresar. De allí que la unción de los enfermos sea una preparación para dejar este mundo.

Sin embargo, ¿estar al borde de la muerte en una cama de hospital podría tener una percepción diferente? A decir de Alejandro Guerrero, un sacerdote merideño con 18 años de experiencia en este ritual, ese temor a morir en muchos casos se afianza. Él no sólo ha asistido cantidad de veces a moribundos en el Iahula, también en otros centros asistenciales como el hospital Sor Juana Inés de la Cruz y el Ambulatorio Venezuela; de allí su convicción.

Los años de experiencia sacerdotal le indican que ese último momento, ya en la intimidad de la despedida, la preocupación no se centra en una actitud personal sino más bien en quienes se dejan atrás.

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El padre Alejandro Guerrero tiene 18 años aplicando el sacramento de la Unción de los Enfermos. Foto: Nilsa Gulfo.

La mayoría de personas tienen mucho temor, no al juicio de Dios, porque la mayoría lo solicita, porque saben el amor de Dios hacia ellos; sino al temor a lo que pase con los que se quedan, a los hijos, a sus padres, a la familia, al esposo, esposa. A la incertidumbre de lo que va a pasar con ellos”.

En su práctica, el padre Alejandro ha visto tres casos excepcionales en los que hay una convicción agradable de la muerte. Contó uno de ellos: se trató de una niña de seis años que tenía leucemia y estaba a punto de morir. Su madre lo mandó a llamar para darle la unción de los enfermos, o lo que otrora se llamaba la extremaunción.

“Era evidente el desespero de la mamá, sin embargo, la niña estaba serena y en un estado de placidez. Cuando procedía a hacer el ritual la niña me dijo: ‘Padre, no hable conmigo, hable con mi mamá y hágale entender que yo me voy con Dios y que ella no tiene por qué sufrir ni llorar porque voy a estar feliz con Dios’. Se me hizo un nudo en la garganta pues no había tenido esa experiencia con alguien”.

El padre Ricardo le agrega un ingrediente a esta percepción del temor. Asegura que en sus momentos finales, la persona, más que creer en Dios, tiene más confianza en él; de allí que ese temor se disipe poco a poco.

En la cama de la enfermedad, en el lecho de la muerte no se cree más en Dios, se tiene más confianza en Dios, se siente aún más su presencia, tal vez, en muchas ocasiones, opacada por el sufrimiento o la incomprensión de la vida. Son en esos momentos cuando se encuentra una fe mucho más grande que la que podamos encontrar en otras personas”.

El trabajo de Vielma, desde hace un año en el hospital, ha sido acompañar a todos los enfermos que allí se encuentran, especialmente, a quienes están en estado de gravedad. “Es un acompañamiento espiritual, que no sólo significa darle un aliento de fe, de esperanza y de espiritualidad, de llevarle a Jesucristo a su cama, sino también ayudarle a descubrir el sentido del sufrimiento. Acompañarlos en las necesidades espirituales y físicas”.

Explica el sacerdote, que también hay un apoyo desde el punto de vista social, con la organización Caritas de Venezuela, con quienes se busca medicinas para gran cantidad de personas que las necesitan.

A decir del joven padre esta experiencia ha sido de mucho aprendizaje. Los episodios vividos en este espacio le han dado pie para pensar que la fe está incrustada en todas esas camas que le toca visitar diariamente.

Directo al rito

Según el argumento de la iglesia católica, la extremaunción fue un sacramento instituido por Jesucristo para brindar a los enfermos en peligro de muerte los auxilios espirituales que necesitan.

“Algunas veces, si la hora de Dios no ha llegado, puede proporcionar el alivio de las enfermedades corporales”, reza un escrito sobre el tema.

Sin embargo, tanto el padre Alejandro como Ricardo aclaran que ya el término cambió por el de sacramento de la Unción de los Enfermos, para incluir no sólo a los que están en agonía, sino a los convalecientes y a los de avanzada edad. En el caso de los moribundos este acto litúrgico consiste en aplicar óleo sagrado sobre la cabeza y se acompaña con la oración del agonizante.

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Los sacerdotes Vielma y Guerrero son conscientes de que las medidas de precaución contra el COVID-19 hay que acatarlas. Foto: Nilsa Gulfo.

Por estos días las visitas hacia los hospitales han mermado. La situación se maneja con prudencia y hay que ingeniárselas para atender a los que necesitan de este acompañamiento. Ambos sacerdotes son conscientes de que las medidas de precaución y restricciones en medio de la pandemia del COVID- 19 deben ser acatadas.

Por ahora, esperan directrices de sus superiores para volver a cumplir con el importante ritual. Mientras, hasta una botellita de agua bendita entregada a los familiares, una llamada telefónica y una oración a la distancia son opciones. Igual, allí va un rayito de Dios para alumbrar el muchas veces oscuro tránsito al más allá.


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