La historia de Richard, un ejemplo de solidaridad entre familiares de pacientes con COVID-19

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Si bien el joven no es empleado sanitario, desde hace dos meses acude todos los días al centinela de los Altos Mirandinos. Lleva agua, comida, sábanas y pañales a su mamá. Desde su experiencia, hace lo posible por colaborar con otros parientes de hospitalizados con coronavirus.

Los Teques. Entre los allegados de pacientes con coronavirus se tejen redes de solidaridad. Richard Lugo pasa más tiempo en el Hospital Victorino Santaella Ruiz que en su hogar en Coche. Con tantas horas en la entrada del área de COVID-19, sumado al apoyo que brinda a las familias, es confundido con el personal del centro de salud.

Algunos le apodan “el bailarín”. Con sus audífonos y mochila en hombros danza mientras espera “buenas nuevas” de su madre, ingresada en la Unidad de Cuidados Moderados de COVID-19. Pero no baja la guardia, aun sumido en su mundo permanece atento a su alrededor.

Rostros tristes, otros llenos de esperanza. En dos meses le ha dado el pésame a unas 55 familias y ha visto salir de alta a, aproximadamente, 15 pacientes del piso 9 del centinela de los Altos Mirandinos. De cara al sufrimiento ajeno, busca la forma de ayudar: con orientación, información o algún insumo médico.

“Entiendo el dolor porque yo lo estoy viviendo. Cuando alguien necesita algo y está a mi alcance no dudo en ayudar. Por eso todo el mundo piensa que trabajo ahí. De hecho, me pidieron hasta averiguar el estado de salud de sus parientes, pero esa información no la podía obtener”, comenta.

Con el hospital al tope de su capacidad y sin suficiente personal médico, la desorientación y la ansiedad abruman a las familias de los hospitalizados con COVID-19. Pese a que es poca la información que maneja, el joven, de 28 años de edad, orienta sobre los horarios, tipo de comidas según la gravedad de la enfermedad y el proceso para adquirir un acta de defunción.

Además, donó Losartán, jeringas y tapabocas a otros pacientes. “Aunque el hospital tiene todo el tratamiento, a veces te piden algo”, afirma.

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Cuando lo necesitaba, también recibió ayuda de otras familias.

“Me donaron anticoagulantes un día que mi mamá lo necesitaba. Fue la pariente de un paciente fallecido. Así como me ha ayudado gente, he ayudado con lo que he podido”, relata.

Durante los primeros días del cierre del recinto, a mediados de marzo, Richard repartió comida en el área de COVID-19. Para él no solo era una manera de colaborar con las personas, sino también una oportunidad para ver a su mamá, “así sea unos segundos”.

“Tengo tanto tiempo aquí que yo había propuesto ser colaborador. Prestaba mi servicios así fuera limpiando”, dijo. Sin embargo, no sucedió. Mientras tanto, se comunica con ella a través de cartas.

En medio de la incertidumbre

Cuando la batalla de Richard empezó, tenía a su madre, su abuela y su hermana hospitalizadas por COVID-19. Su hermana, que estaba internada en la cúpula del Poliedro, salió a los 15 días, ahora le echa una mano en casa. Pero su abuela no sobrevivió. Un mes y medio después, no sabe cómo decirle a su mamá sobre la pérdida.

Richard dedicaba su vida a cuidar de la señora de 75 años de edad, que padecía alzheimer. Afirma que la abuela “era la vida” de su madre. Teme que esta noticia retroceda su evolución. Hasta que se recupere, prefiere guardar el secreto.

Para que a su madre le den el alta, necesita conseguir un compresor de oxígeno de por lo menos 10 litros, pero los costos de su alquiler son altos para su bolsillo. El alquiler más económico tiene un precio de 300 dólares. A duras penas cubren los gastos de comida, pasaje y pañales.

En las redes sociales abundan las solicitudes de compresores de oxígeno, en la mayoría de locales están agotados y comprar uno excede los 2000 dólares.

Cada vez son más los pacientes con COVID-19. El pasado miércoles, Venezuela alcanzó la cifra más alta de contagios desde que se detectó el primer caso del virus. Fueron 1348 infecciones, informó la vicepresidenta Delcy Rodríguez. Sin embargo, hasta hace dos semanas el Colegio Imperial de Londres calculaba entre 2500 a 3000 casos diarios en el país.

Hasta no conseguir el compresor de oxígeno, Richard asistirá todos los días al Victorino Santaella y, si está en sus manos, ayudará a quien lo necesite.


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