Desde Colombia, Iliana Montiel investiga las tareas que las maestras en Venezuela dejan a sus hijos Samuel, Ricardo y Mariannys. Estos estudiantes no tienen Internet ni señal telefónica en su casa en Maracaibo. Iliana manda el contenido por WhatsApp para que luego su esposo Jairo Guzmán, pague un wifi y lo descargue. “Si estuviese en Venezuela tendría una cosa a favor, pero también algo en contra. Me podría sentar con ellos a ayudarlos a estudiar, pero sin Internet no podríamos investigar”, cuenta.

Caracas. La migración no solo socorre a quienes se quedan en Venezuela, también está ayudando a salvar el año escolar de Samuel, Ricardo y Mariannys. A no quedarse atrás.

Cuando empezó la cuarentena el 16 de marzo, Jairo Guzmán pidió a su esposa Iliana Montiel que les escribiera a las maestras para que la agregaran al grupo de WhatsApp donde recibirían diariamente el contenido de lo que quedaba del segundo y todo el tercer lapso.

Para entonces, Nicolás Maduro había suspendido las actividades escolares presenciales por los primeros casos de COVID-19. Ya Venezuela registra 1010 contagios este 24 de mayo. Las clases continuarían en casa, “online”, como decía en sus alocuciones. Una decisión que todavía las escuelas se las ingenian para cumplir: solo 44 % de los estudiantes tiene acceso a Internet, otro 45 % a la televisión y del porcentaje restante no hay razón.

Las cifras las dio Maduro el 21 de abril. Para entonces Iliana, desde Colombia, ya tenía más de un mes investigando las tareas de sus hijos. Samuel está en quinto grado y Ricardo en sexto grado. Estudian en la escuela de Fe y Alegría Santa Brígida, ubicada en el barrio Palo Negro en Maracaibo. Mariannys es la hermana mayor y cursa cuarto año en el liceo Caracciolo Parra Pérez.

El número de Iliana destaca en los grupos de WhatsApp de la escuela. Es el único que comienza con +57. Es así desde noviembre de 2017 cuando emigró a la ciudad colombiana de Barranquilla. Ya son 5,1 millones los migrantes y refugiados venezolanos que han huido de la emergencia humanitaria. Samuel, Ricardo y Mariannys, como otros 930.000 niños venezolanos, han visto partir a uno de sus padres a otro país.

La crisis económica puso a Iliana a pensar profundamente en sus hijos. “No teníamos nada”, recuerda. Quiso que ese diciembre de 2017 fuese diferente. Fue duro tomar la decisión, estar sola un 31 de diciembre, pero ya después da aliento saber que mis hijos sí pudieron tener su cena, regalos, estrenos. Me llamaron dándome las gracias por todo lo que hacía por ellos.

La hermana de Iliana se había adelantado y cruzó antes la frontera hacia Colombia. En Barranquilla logró quedar a cargo de un salón de belleza y le ofreció trabajo a Iliana como manicurista. Ella dijo que sí, era la única opción para ayudar a su familia, “a que por lo menos no les falte la comida en la mesa”.

El plan inicial era llevarse a sus hijos y a su esposo Jairo. Lo intentaron meses después. Pero Jairo no consiguió trabajo, su mamá enfermó y tuvo que regresar con los niños al barrio Jesús de Nazaret en Maracaibo donde vivían antes. Estando en Venezuela continuó con su antiguo empleo de cauchero.

Grupo de WhatsaApp donde Iliana recibe las tareas de sus hijos.

En estos tres años Iliana también ha vuelto. La última vez fue en enero.  Lo que ha visto le ha hecho entender por qué se fue. Intenta describirlo: para tener gas hay que pagar las bombonas en dólares, la comida es escasa, no hay gasolina y el transporte se ha vuelto muy costoso. A medias, reciben el servicio de agua y a veces tienen luz. Las calles no están asfaltadas.

En el barrio apenas entran las llamadas. Y el Internet allá no es nada bueno, dice Iliana desde Barranquilla. Ahora, en equipo con su esposo, procuran salvar el año escolar de Samuel, Ricardo y Mariannys.

Las tareas escolares cruzan la frontera y vienen de vuelta. De Barranquilla a Maracaibo. Cada día Iliana revisa los grupos de WhatsApp que tiene con las maestras de Samuel y Ricardo, y comienza a investigar el contenido asignado. Mientras que Mariannys va a copiar las actividades a la casa de una compañera.

Iliana lo describe como un proceso complicado. Lo primero es ponerse de acuerdo con Jairo. “Yo investigo, tomo capture de Google, les remarco lo que tienen que escribir en el cuaderno, les paso audios explicándoles. Adelanto todo lo que pueda para que luego mi esposo pueda ir a Palo Negro a pagar un wifi y descargar por WhatsApp el contenido de cada uno de los niños”. Ese es el momento que tiene para hablar bien, la débil señal en el barrio no se los permite.

Iliana dice que a veces se atrasa porque son muchas cosas las que tiene que buscar en Google. En ocasiones no termina a tiempo porque sale a pintar uñas a domicilio. No puede decir que no, sobre todo, en estos meses que por la pandemia, la peluquería ha estado cerrada.

Se esfuerza por lograr que Samuel, Ricardo y Mariannys tengan sus clases en el cuaderno. De otra manera no sería posible, las constantes fallas eléctricas y de conectividad en Venezuela lo impiden. En Maracaibo, 77 % de los encuestados por el Observatorio Venezolano de Servicios Públicos, afirmó que todos los días tiene interrupciones del servicio eléctrico y pueden pasar de 6 hasta 24 horas sin luz y sin Internet.

Y aunque vivieran en otro estado, las dificultades se replican: 51 % del país reporta fallas en el servicio de Internet todos los días en el hogar. Jairo a veces sube a la azotea de la casa y agarra señal. Pero no es suficiente para resolver cada una de las tareas escolares.

Iliana envía a Jairo las tareas ya investigadas para que los niños copien en el cuaderno.

Él se estresa e Iliana trata de calmarlo: “Me dice que si el agua, que si la luz, que si no tiene trabajo, que si la comida y para completar el poco de tareas que ponen y sin Internet para investigar”.

Por eso, Iliana no solo envía el contenido que van a copiar sus hijos, también se los explica por audio. “Hijo, un ejemplo de separación de mezcla en casa es cuando tu abuela hace la chicha. Ella separa el maíz del afrecho, después lo cuela”. En el chat les insiste que si tienen alguna duda, le digan para resolverla.

Si estuviese en Venezuela tendría una cosa a favor, pero también algo en contra. Me podría sentar con ellos a ayudarlos a estudiar, pero sin Internet no podríamos investigar. Aquí puedo hacerlo, les edito la imagen y pongo una rayita de qué le toca copiar a cada uno y se los mando, dice Iliana.

Le preocupa que solo hay un celular en casa de sus hijos, el que tiene Jairo. Samuel, Ricardo y Mariannys deben turnarse a diario para que puedan copiar en el cuaderno el contenido que les manda. Jairo distribuye el tiempo en dos horas para cada uno. Son tres copiando con un solo teléfono. Todos quieren hacer sus actividades, dice alarmada Iliana.

En las 174 escuelas de Fe y Alegría, 57 % de los estudiantes no han sido localizados porque no tienen un teléfono, Internet, ni señal. Muchos de los maestros tampoco han podido trabajar a distancia, 42 % no tiene un celular. La institución emprendió una campaña para comprar 1000 dispositivos móviles y lograr que esta modalidad de enseñanza sea más inclusiva, accesible e igualitaria.

Cientos de niños podrían estar quedando fuera del sistema educativo en la pandemia, un sistema que ya venía en emergencia por la falta de maestros y el deterioro de las condiciones para mantener a un estudiante en el aula. Hasta el 30 de marzo, el Programa Cada Familia Una Escuela transmitido por televisión nacional había llegado a 2,2 millones de estudiantes. También había 180.000 docentes conectados y liderando grupos de aprendizaje.

Estos números ponen a pensar a Iliana. Dice  que aunque su familia no tiene mucho, sus hijos han podido cumplir con las asignaciones. “Hay compañeros de mis hijos que ni comida tienen en sus casas. He hablado con la maestra sobre esto, del estrés que vivimos a diario. Si yo me quejo, qué quedará para otros padres que ni un teléfono tienen”.


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