En Venezuela una de cada tres personas (32,3 % de la población) está en inseguridad alimentaria y necesita asistencia, mientras que específicamente en Monagas la pobreza y la desnutrición son dos flagelos que se incrementan. En lo que va de 2020 la pobreza en el estado ha aumentado 5 %, y la desnutrición se mantiene en 40 %, según cifras extraoficiales develadas a finales de 2019.

Monagas. Pinto Salinas es una de las comunidades más desposeídas y vulnerables del estado Monagas. Visitarla es vivir la pobreza extrema. Las múltiples carencias y la poca atención gubernamental han obligado a sus habitantes a acostumbrarse a una vida llena de necesidades. Al final de la comunidad vive Lisbeth Valdivieso con sus siete hijos, todos menores de edad. La miseria y el hambre forman parte de su día a día. Lisbeth, antes de ocupar la vivienda donde hoy reside, vivía cerca de un bote de aguas negras, ubicado en el mismo sector. Los hedores y la cohabitación con esta contaminación ocasionó que uno de sus hijos (el menor, de 3 años de edad) contrajera una bacteria estomacal.

En Venezuela una de cada tres personas (32,3 % de la población) está en inseguridad alimentaria y necesita asistencia, según un reciente estudio del Programa Mundial de Alimentos (WFP). El mismo estudio indica que 2,3 millones de venezolanos (7,9 %) están en inseguridad alimentaria severa. Los siete hijos de Lisbeth y ella misma son parte de ese 7,9 % de la población.

Lisbeth cuenta que el desbordamiento de aguas negras tiene más de cinco años en el sector y que con la llegada de las lluvias la situación empeora. Preocupada por su hijo, decidió habitar una vivienda que estaba abandonada al final de la zona.

Yo antes vivía en la calle Primero de Mayo, pero por el desborde de aguas negras que teníamos ahí cerquita mi niño agarró una bacteria y me vine para acá, para esta casa que estaba abandonada. Los vecinos me ayudaron a ponerle la luz y con la mudanza, relata.

Por la preocupación y buscando mejorar la salud de su hijo, Lisbeth ahora reside en una casa que no cumple con las condiciones óptimas de habitabilidad. Sin embargo, solo hay algo que logra calmarla, y es que ahora están lejos del desborde de aguas negras. En una habitación con dos colchones tirados en el piso duermen las ocho personas que ocupan la casa (siete niños y un adulto), cocinan con leña y ruegan a Dios que no llueva para que no se inunde la precaria vivienda.

hambre
Foto: Cortesía Franklin Aguilera

La enfermedad de su hijo menor no es lo único que preocupa a Valdivieso. Procurar la comida diaria se ha convertido en una cruz que debe cargar. Su trabajo de vender frutas (como mango y pomalaca) apenas les alcanza para hacer una comida al día.

De acuerdo con estadísticas del programa social Conciencia Ciudadana, en Monagas la pobreza se ha incrementado 5 % en lo que va de 2020. Para  2019 el índice de pobreza era de 40 %. Los coordinadores de este programa social destacan que de 10 hogares monaguenses, en por lo menos siete comen una sola vez al día. Y la comida que hacen no siempre está compuesta de lo que debería ser una dieta balanceada.

Yo vendo mango y pomalaca aquí en la avenida. Lo que hago en el día me alcanza para comprar más que todo sardinitas. Pero lo que comemos casi siempre es arroz con lentejas o, si no, con sardina. A veces en el mercado me regalan patica de pollo, cuenta Lisbeth.

El análisis del Programa Mundial de Alimentos indica que casi uno de cada cinco hogares (17,8 %) tiene un nivel inaceptable de consumo de alimentos, del cual 12,3 % tiene consumo de alimentos límite y 5,5 % un consumo pobre. Esta es la realidad de Lisbeth y sus hijos.

12 horas sin comer

El reloj marca las 12:00 del mediodía, la hora favorita de los niños. Es el horario que han designado para comer el único plato del día y calmar el hambre. El menú rara vez varía. Suele ser granos o tubérculos, y la proteína desde hace varios años no está en su mesa, a menos que sea sardina.

Las ayudas sociales del Gobierno, como la caja del Clap o productos subsidiados, muy poco llegan a la comunidad, y cuando las reciben, estas suelen aligerar las cargas.

La caja no llega mucho por aquí. Y cuando llega a nosotros nos dura como 10 días más o menos. Porque tratamos de hacer las tres comidas diarias, pero ahorrando para que nos rinda bastante, explica.

Dormir con el estómago vacío ya es rutina para Lisbeth y sus niños. Cuando recibe la caja del Clap suele compensar la cena con un vaso de leche, pero cuando no, deben dormir con hambre y esperar hasta el día siguiente a las 12:00 del mediodía para probar bocado.

La fundación Por Amor A Ti señala que para 2019 la desnutrición en niños era de 40 %. A pesar de que hasta ahora no poseen estadísticas de 2020, vaticinan que hay un aumento considerable de este flagelo en el estado. Los hijos de Lisbeth de 17, 13, 11, 10, 9, 5 y 3 años de edad están desnutridos debido a la precaria alimentación: hambre. Y ninguno estudia, por falta de recursos.

Una fundación que viene para acá me dijo que todos estábamos malnutridos. Pero que el niño de 3 años, el que tiene la bacteria, tenía también desnutrición a 100 %. Eso fue lo que me dijo la doctora. Ellos ninguno estudia porque los cuadernos y los papeles se mojaron en la otra casa, por la lluvia y las cloacas, indica.

Lisbeth explica que no ha podido conseguir otro trabajo porque no tiene quien cuide a sus hijos. Vendiendo las frutas en la avenida puede solventar llevando consigo a los más grandes. Mientras su hijo de 17 años cuida a los pequeños.

“La lucha la he tenido yo sola. Mi hijo me ayuda a cuidar a los bebés (el de 5 y el de 3 años). Yo me llevo a los grandes para que me ayuden a vender. Por lo menos así los mantengo vigilados”, añade.

Oscar, el niño de 10 años, cuenta que cuando tiene hambre suele conseguir con sus amiguitos del sector leche en polvo o mangos. Todo el día lo dedica a jugar. Con una mirada inocente comenta que desea trabajar para ayudar a su mamá y poder comer pollo.

Por su parte, el Programa Mundial de Alimentos halló que “las familias venezolanas consumen cereales, raíces o tubérculos a diario y complementan su consumo de cereales con legumbres (caraotas, lentejas) tres días a la semana, y con lácteos cuatro días a la semana”.

Aunque Lisbeth no fue una de las entrevistadas para el estudio, su patrón de consumo coincide con lo que encontró el Programa: “El consumo de carne, pescado, huevo, vegetales y frutas está por debajo de los tres días a la semana para cada uno de estos grupos de alimentos. La falta de diversidad en la dieta indica una ingesta nutricional inadecuada”.

Mientras las familias van agotando las estrategias de sobrevivencia que han utilizado para mantener un consumo básico de alimentos, es posible que no puedan cubrir sus necesidades nutricionales en el corto plazo. Esto afectará a los más vulnerables, incluidos niños y niñas, mujeres embarazadas y lactantes, y adultos mayores, dice el informe.

Lea también:

9,3 millones de venezolanos están en inseguridad alimentaria, según programa de la ONU


Participa en la conversación