“Lo que más me duele es que no le di el último abrazo”

Tras dos años del homicidio de dos de sus hijos, Marina Figueroa intenta llevar una vida normal. Recuerda con pesar que no pudo despedirse de Kerlyn

Yohana Marra/@yohanamarra

Caracas. Marina Figueroa recuerda como si fuese ayer el día en que mataron a dos de sus seis hijos. Estaba en el quiosquito de San Martín, donde trabaja, cuando los vecinos bajaron corriendo a decirle que había pasado una tragedia dentro de su casa, en el barrio El Obispo de El Guarataro.

Cuando llegó al Hospital Militar Dr. Carlos Arvelo, Jorge Enrique Jaure, de 36 años, ya había muerto por los 10 balazos que recibió en el pecho y costado. Lo vio acostado en una camilla, sin rastro de sangre alguno. Lloró, pero se mantuvo, en estado de shock.

A Kerlyn Victoria Jaure, de 22 años, la tuvieron varias horas en el quirófano tras los siete tiros que le dio su exmarido, pero no pudieron salvarla. Marina la vio hasta que estuvo en la funeraria, vestida con la ropita que le habían elegido.

Desde aquel martes 7 de mayo de 2013 ha pasado dos años. A las 3:00 pm Alí José Valdespino apareció en la casa de la mamá de Kerlyn, donde se quedaba desde hace 12 días después de separarse de él.

Engañó a su cuñadito, de tan solo 10 años, para que le abriera la puerta y así sorprender a la muchacha. “Voy a agarrar jabón pa’ lavar la moto”, fue el pretexto.

Corrió hasta el cuarto de ella, quien estaba con su hija de cuatro años. Celoso la insultó y golpeó, reclamándole porque un tipo le había dado la cola hasta su casa. Lo que resultó ser un chisme porque el chamo era un amigo de la familia.

Al momento de la pelea casualmente su hermano llegó e intentó parar la cosa. Pero Alí estaba tan bravo que lo corrió y luego le metió dos tiros en el pecho a su expareja, en frente de los dos niños. La muchacha herida corrió hasta la calle, donde estaba Jorge, pidiéndole ayuda.

El esfuerzo fue en vano porque el sujeto la agarró con ambos y les disparó como un loco para evitar que huyeran. Luego trató de suicidarse dándose un tiro en la cabeza, que no lo mató.

No es lo mismo

“Fueron difíciles los primeros días, poco a poco intento hacerlo más real. A veces estoy acostada y los recuerdo. Hay un vacío”, dijo Marina en un tono de voz bastante calmado y con los ojos aguarapados de lágrimas.

Para esta señora de pelo amarillo, chiquitica y de mirada bastante dulce, perder a dos hijos de un solo golpe sin anestesia ni despedirse, cambió su vida. La primera Navidad no pudo pasarla en casa, los recuerdos la atormentaron tanto que otro de sus muchachos la llevó a casa de un familiar en Guarenas.

“Lo que más me duele es que nunca le di el último abrazo a Kerlyn, la noche anterior llegó tarde porque estaba en un cumpleaños y yo salí temprano en la mañana”, soltó luego de callarse de un solo sopetón para contener el llanto.

A Jorge, el mayor de los seis, lo vio momentos antes de su muerte, había pasado por el quiosco y antes de irse le avisó que haría una carrera en su taxi.

“La vida es dura, adaptarse a que ellos no están es difícil. Lo que Jorge y yo teníamos era muy lindo, no me daba dolores de cabeza, ese muchacho ni tomaba”, dijo.

De ellos solamente le quedaron los nietos. La pequeña hija de Kerlyn, que ahora tiene seis años, está bajo el cuidado de su tía Paola; la ve siempre porque vive en frente de su casa. Pero con las dos niñas de Jorge no tiene un contacto diario, están en otro lado con su mamá. “La mayor de ellas cumplió 15 años y le dolió mucho no estar con su papá”.


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