En la Policlínica La Arboleda, en San Bernardino, hay dos heroínas: Luisa y Miriam. Ellas se encargan de limpiar y desinfectar el área de COVID-19. Los médicos y enfermeras aplauden su enorme labor que los mantiene a salvo. Sin limpieza, no hay cómo controlar los contagios del virus entre el personal de salud. 

Caracas. La señora Luisa se ríe y detrás de la lámina de acetato de su protector facial se ve que los ojos se le ponen achinaditos. No se ve su sonrisa, por el tapaboca, pero su mirada demuestra que está feliz. Su uniforme cotidiano se cubre totalmente con un traje azul desechable cuando está de guardia. Se pone un gorro, guantes, se envuelve los zapatos y ya está lista para trabajar.

A Luisa la acompaña Miriam; una mujer joven, delgada, piel morena y de ojos oscuros y profundos. Juntas conforman el equipo de limpieza de la unidad de COVID-19 de la Policlínica La Arboleda, en San Bernardino, o como las llaman los médicos y enfermeras, las heroínas del team. A partir de su trabajo de desinfectar minuciosamente cada esquina del área evitan que el personal de salud se contagie del virus. 

Hace 21 años llegó Luisa a La Arboleda. Es caraqueña, de San Agustín del Sur, y tiene 60 años de edad. Antes trabajaba como encuadernadora, hasta que una amiga le dijo que su tía estaba buscando a una persona de confianza para la jefatura de limpieza de la policlínica. Luisa no tenía experiencia y le pidió un puesto de lo que fuera. Así que la aceptaron en la parte de lavandería. 

Casi 17 años más tarde la señora que habían contratado para coordinar a las camareras de la policlínica se fue y la licenciada Marisol le dio el voto de confianza a Luisa para tomar el puesto. Uno de los grandes retos se presentó cuando ya se hablaba del incremento de casos de COVID-19 en China, y posteriormente, la aparición de infectados en América Latina. 

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La señora Luisa tiene 21 años trabajando en la Policlínica La Arboleda. Foto: Tairy Gamboa

La médico infectólogo de la institución, Patricia Valenzuela, le dio talleres a todo el grupo que enfrentaría la llegada de la pandemia al país sobre cómo abordar la situación. Ahí estaba Luisa aprendiendo. Y todavía las indicaciones y observaciones de la doctora son su menú informativo del día. 

A finales de marzo llegó el primer paciente con COVID-19 a la policlínica. Luisa escogió a Miriam como la camarera que la acompañaría porque es joven, tiene 34 años de edad, y por la calidad de su trabajo. Con las directrices de la doctora Valenzuela, Luisa se dio cuenta de la importancia de la limpieza para reducir el riesgo de contagio del personal de salud. Solo eso les daría la seguridad de no enfermarse.  

Si te proteges y limpias, entonces no tienes por qué tener miedo, afirmó Luisa a Crónica.Uno para responder que al principio sentía pavor de su trabajo, y es que el temor a lo desconocido es normal, pero poco a poco entendió que todo es una seguidilla de acciones correctas que deben llevar para estar a salvo. Por supuesto, el aseo es una de las más importantes. 

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Miriam usa el arturito para desinfectar el pasillo donde están las habitaciones de los pacientes con COVID-19. Foto: Tairy Gamboa

Una parte del área que anteriormente era para hospitalizaciones por diferentes patologías se habilitó solo para pacientes con COVID-19. Hay al rededor de 10 camas para cuidados intermedios y cuatro para cuidados intensivos. Es un lugar donde hace frío, pero no demasiado. En el medio tiene una redoma donde se sientan algunas enfermeras y se divide en dos pasillos con habitaciones. Las paredes son color crema y el piso casi que rechina de lo pulcro.  

Entre julio y agosto comenzaron a recibir muchos casos en la policlínica. Estaban a tope y no había camas disponibles. La estricta limpieza era esencial. Luisa y Miriam se armaron con sus productos de limpieza, el alcohol y el cloro. No podía faltar su aparato estrella que llaman arturito, que es para rociar el líquido con que desinfectan todo. Para limpiar las habitaciones de los pacientes tienen que ponerse un traje blanco de bioseguridad que parece de película de suspenso. 

Ahí viene el terremoto, decía un paciente cuando veía a Luisa porque arrasaba con todo para dejar el cuarto brillante de lo limpio.

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Miriam recoge los desechos tóxicos. Foto: Tairy Gamboa

Luisa llegó a sentirse triste aunque era consciente de que hacía bien su trabajo. El desgaste emocional iba por otro lado: llegaba a su casa y se sentaba a llorar. Le afectaba que esos pacientes que un día saludó con cariño para que no se sintieran solos mientras limpiaba su habitación, al día siguiente al abrir la puerta ya no estaban. Algunos porque los pasaban a la unidad de cuidados intensivos, otros porque fallecían.

Es una enfermedad traicionera, afirmó Luisa con la mirada baja. Le ha tocado estar cuando los pasillos se inundan de un silencio que más bien hace ruido porque, a pesar de todo el esfuerzo de los médicos, un paciente no aguantó más. 

Poco a poco fue tomando fuerzas. Las muchachas del área de COVID-19 y los doctores le dan ánimo. Le perdió miedo a la enfermedad, pero mantuvo el respeto. Se valió de seguir llegando todas las mañanas y saludar a los pacientes con ánimo porque sabe que están aislados sin poder ver a sus seres queridos. 

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A Luisa le gusta saludar a los pacientes con COVID-19 todas las mañanas antes de limpiar para que no se sientan solos. Foto: Tairy Gamboa

Si se pudiera dar un premio por el mejor trabajo en equipo, Luisa se lo daría al personal de Enfermería. Aprendimos que ellos me ayudan y yo los ayudo, resaltó y explicó que el personal de limpieza está trabajando todos los días hasta las 5:00 p. m., pero al llegar en la mañana se encuentra con que todo está ordenado y mantienen la limpieza. 

Miriam es otra heroína. Vive en Cúa, en Los Valles del Tuy, estado Miranda. Sale de su casa todos los días a las 5:00 a. m. para agarrar el ferrocarril, hacer la conexión con la estación del Metro de Caracas en Plaza Venezuela y tomar un tren hasta Bellas Artes, y después subir a la policlínica. El trajín de llegar a su puesto de trabajo que depende más de si encontró retraso o no en la línea de trenes. 

Su familia se preocupa por ella. No te metas ahí, le dicen, pero Miriam siente que su trabajo es importante y que todos los seres humanos están para ayudar desde el área donde se desenvuelven. Además, Miriam trabaja por 10 días seguidos, toma un descanso de cuatro días, que es cuando toca la guardia de Luisa, y así se turnan. 

Le hemos agarrado la caída, afirmó Miriam entre risas sobre cómo ha sido su labor durante la pandemia.

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Miriam es esencial para el equipo de limpieza de la Policlínica La Arboleda. Foto: Tairy Gamboa

Para la doctora Valenzuela, Luisa no es solo una trabajadora incansable sino que particularmente siente que cuida al personal y a los pacientes como una madre. Siempre está pendiente de que no falte el jabón líquido, el gel antibacterial, que las bragas estén limpias y esterilizadas, que no falten los toallines, y que las habitaciones de cada uno de los pacientes de cuidados intermedios del área de aislamiento estén limpias.

Estoy segura de que sin el trabajo impecable de ella y de sus muchachas, nosotros no tuviéramos la efectividad y la garantía de estar bien cuidados, afirmó Valenzuela y resaltó que nunca ha visto un gesto de cansancio o molestia, sino que más bien le han metido el pecho para que todo sea un éxito. 

La policlínica La Arboleda ha podido atender a más de 70 pacientes durante los seis meses que tiene la COVID-19 en el país. Luisa y Miriam han estado ahí para salvar vidas gracias a la limpieza. Ellas son unas heroínas, ratificó Valenzuela. 

Foto: Tairy Gamboa

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