Desde lejos o muy cerca, con agua o comida, las mujeres velan por los jóvenes mientras se enfrentan a los cuerpos de seguridad que los reprimen cuando manifiestan su descontento hacia el gobierno de Nicolás Maduro.

Caracas. La calle 4 tenía de esquina a esquina árboles talados. En su recorrido había vidrios rotos imposibles de esquivar, bolsas de basura, muebles y cauchos que obstaculizaban el paso en la comunidad del oeste de la ciudad.

Al final era donde más objetos había. Pareciera el día después de la guerra, eso sucede cuando los jóvenes se enfrentan con los uniformados que los reprimen por trancar calles y expresar su descontento con el Gobierno. Botellas y piedras contra lacrimógenas y perdigones.

Todas las barricadas fueron construidas por la “resistencia”, como se autodenominaron quienes adversan al presidente Nicolás Maduro en las calles. Las vías las cerraron para evitar que la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) o la Policía Nacional Bolivariana (PNB) pasaran libremente a atacarlos o a detenerlos.

La mayoría se cubrió sus rostros por miedo a ser reconocidos y arrestados posteriormente por el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin). No todos están solos, bajan a protestar con sus mamás, quienes desde lejos les gritaban que se cuidaran y observaban cada movimiento que daban.

Los varones hacen el trabajo pesado: correr, ocultarse detrás de los escudos, arrojar piedras, botellas encendidas y regresar las lacrimógenas cuando se las arrojan. Sus madres, al contrario, les bajan agua, comida y están vigilantes por si un uniformado intenta arrestarlos. 

Mamá, métete para allá, si la gente sale corriendo y te caes te pueden lastimar, gritó un encapuchado a una señora mayor. La mujer se encontraba a salvo pero no podía ver a su hijo, un joven de aproximadamente 23 años, así que salió para no perderlo de vista.

Ante el regaño de su hijo, prefirió ocultarse nuevamente. “¿Para qué bajaste? era mejor que te quedaras en la casa”, pero su madre con tono nervioso, respondió: “Bajé a estar pendiente de ti”.

“No, pero te puede pasar algo, quédate adentro”, impuso el joven aún con el rostro cubierto.

Pero él no era el único al que los ojos nobles de una madre resguardaban desde lejos. Había muchas más, siguiendo a sus hijos con la mirada desde la parte de atrás de una reja.

“Mira, sube a cambiarte esos zapatos, cuídate que si te caes te vas a lastimar y ahí sí va a ser complicado”, ordenaba una madre muy joven, desde la distancia. “No vale mamá, este está bien”.

El muchacho, con pantalones estilo militar y un suéter con capucha, no le hizo caso. Regularmente iba hacia donde estaba su madre a buscar bicarbonato con agua, remedio casero para contrarrestar el gas lacrimógeno. La mujer, también, ayudaba a otros jóvenes de la “resistencia”.

La madre temporalmente salía a estar al lado de su hijo, mientras devolvía las lacrimógenas a los funcionarios. Ella también lo hacía. Cuando los enfrentamientos se calmaban, ambos se resguardaban. “Ponte esto en la cara, no seas terco”, le pedía con un pañuelo en la mano.

“No, mamá, no tengo nada que ocultar ni estoy haciendo nada malo, que no sea luchar por la libertad”, respondió el joven.

La mujer estuvo acompañada por otras madres, quienes también cuidaban a sus hijos desde escasos metros. Cuando la GNB se acercaba mucho, enseguida abría la puerta de una urbanización para que se resguardara con el resto.

Es nuestra manera de apoyarlos, dándoles agua, comida y ayudándolos a resguardarse de los Guardias. Ellos luchan por nosotros y ni siquiera votaron por este Gobierno, es lo que menos podemos hacer nosotros los viejos, dijo una de las madres que cuidaba tanto a su hijo como a los vecinos.

Desde que iniciaron las protestas opositoras, el pasado 1° de abril, muchos jóvenes se sumaron a las acciones de calle. La “resistencia” como se autodenominan va al frente de las protestas, con escudos, máscaras y guantes. En su mayoría muchachos.

Muchos acuden con el consentimiento o no de sus padres y otros van con ellos. Como Mayra —nombre ficticio por seguridad— quien protesta con su hijo de 17 años porque quiere que sepa los motivos por los cuales los chamos están en la calle, sin embargo, no forma con los escuderos ni está en la cabeza de las manifestaciones.

“Es un riesgo y yo lo llevo hasta donde sé que él puede defenderse. Siempre que salimos le digo que no me suelte porque yo tampoco lo voy a soltar, por más que la Guardia nos golpee”, detalló.

En esta zona, al oeste de Caracas, donde protestan las madres —si es necesario— también se encapuchan con sus hijos, para cuidar de ellos durante la represión de los cuerpos de seguridad.

“Las madres apoyan y cuidan a sus hijos, sobre todo [cuidan] de que la Guardia se los lleve detenidos, porque hemos sido atacados por la Guardia que golpea y detiene a los que manifiestan. Si no puedo acompañarlo yo, va su papá, pero por seguridad nunca va solo”.

Rosa —nombre ficticio por seguridad— también acompaña a su hijo, de 17 años. Han acudido a las convocatorias en el este de la ciudad, donde hace tres meses luchó con cinco funcionarios de la GNB para que no se lo llevaran detenido.

“Ya nos estábamos retirando porque estaba muy peligrosa la situación e íbamos a buscar el carro al CCCT, cuando unos Guardias que estaban por La Carlota gritaron: agárralo. Yo me volteé y lo abracé muy duro para que no se lo llevaran”, contó.

Lo apretó tan fuerte que los uniformados la golpearon y arrojaron lacrimógenas con la intención de que lo soltara. Nada fue suficiente. Rosa soportó golpes de cinco hombres, quienes la arrastraron de una acera a otra, con su hijo encima.

“Nos arrastraron y nos pasaron por encima de una isla. Yo llevaba encima a mi hijo, porque lo agarré muy fuerte por su morral. Ellos gritaban que se lo llevaran y yo más lo apretaba, me daba pánico, pensaba que si lo soltaba no lo iba a ver más”.

Tanto luchó que los Guardias los soltaron, no sin antes lanzarles más lacrimógenas. Quedó con heridas en la espalda y con los brazos morados, pero su hijo no fue detenido y salió ileso de la agresión.

Después de ese episodio han participado en otras marchas, incluso acompañados de otros padres que van con los amigos de su hijo mayor. Rosa va con su hijo porque él así lo decidió y considera que es su granito de arena en la lucha por el país.

“Hemos ido a marchas con abuelitos que van con sus nietos. Dicen que ya ellos vivieron y no les importa acompañar a los muchachos para que tengan muchos años más para vivir en el país. Hay madres que cargan bolsas y no es exponer a los chamos, es luchar juntos por lo mismo”.

Víctimas luchaban con sus padres

Entre las víctimas de la represión hay jóvenes que marchaban con sus padres, como Armando Cañizales, de 18 años, asesinado en Las Mercedes el pasado 3 de mayo.

“Ese día nosotros íbamos a ir con ellos [y el hermano de Armando] pero se adelantaron, siempre los acompañábamos. Si nosotros no podíamos ir por alguna razón sabíamos con quiénes estaban y los números de todos, nunca fue a escondidas”, detalló Israel Cañizales, su papá.

Acotó que como universitarios nunca se opusieron a que Armando y su hermano acudieran a las acciones de calle. Se arrepiente por no haber estado en el último momento de su vida, pues ambos llegaron cuando estaba sin signos vitales en el hospital Domingo Luciani.

También Neomar Lander, de 17 años, asistía acompañado por su mamá, Zugeimar Armas. El pasado 7 de junio fue asesinado en Chacao durante la represión de la PNB. Ese día, como muchos otros, había ido con su madre pero tras un ataque en Las Mercedes se dispersaron y momentos después se enteró de que estaba en la Emergencia de la Clínica Ávila.

“La mayoría de las veces yo subía a Caracas con él a las marchas. Mi hijo marchaba porque quería un mejor país, estaba ejerciendo su derecho como todos los venezolanos. Siempre decía que la lucha de pocos iba a ser la libertad de todos y que no iba a dejar las calles nunca”, sentenció.

Foto: Luis Miguel Cáceres


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