250 alumnos de la etapa primaria están recibiendo clases en salones habilitados en las casas de algunos vecinos de Santa Cruz. Las maestras dicen que por esta limitación se ve afectada la programación de actividades
Mabel Sarmiento Garmendia/@mabelsarmiento
Miranda. En Santa Cruz de Cúa, estado Miranda, 250 chamos de la Escuela Nacional Vicente Lecuna, reciben clases en los patios y en salones habilitados en las casas vecinales. Así comenzaron el año escolar. La razón: el techo de la escuela se derrumbó. Además las paredes se desnivelaron y los patios se están hundiendo.
Este centro educativo fue construido hace cuatro años por el Ministerio de Ambiente y se le entregó a la comunidad con bombos y platillos.
Pero la alegría duró lo mismo que un suspiro, pues el techo de machiembrado con tejas empezó a caerles en la cabeza a los niños de la etapa primaria, que de paso tienen sus canaimitas, cosa que quizás le interese más al ministro de Educación, Rodulfo Pérez, quien el pasado 5 de noviembre durante su intervención en la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional que revisa el presupuesto de 2016 dijo “quizás el techo de una escuela tenga problemas, pero los niños tienen canaimitas y en las casas humildes hay colecciones bicentenarias”.
Por su puesto a los padres de estos pequeños la cosa no pinta del mismo color. Ante el riesgo físico que corrían sus hijos llevaron a todos lados la queja. A la fecha ya no saben a qué organismo solicitar respuesta. Min-Ambiente no se hizo responsable y pasó la pelota a la Fundación de Edificaciones y Dotaciones Educativas, Fede, ente que se comprometió a resolver el problema.
“Los obreros vinieron por 15 días, quitaron lo que quedaba del techo, le colocaron fondo negro a las vigas hasta donde alcanzó el material y no han regresado más. Prometieron que para diciembre estaría rehabilitada la infraestructura, pero vemos que esto va a paso de morrocoy”, dijo Wilmer Araque, profesor de Educación Física.
Para que los muchachos no perdieran clases -pues la propuesta que les daban las autoridades era mudar la escuela hacia el centro de Cúa- los mismos padres y representantes habilitaron espacios en sus casas.
Repartieron la matrícula de todos grados por toda la comunidad. Por ejemplo en la casa de Miguel García, quien además presta servicios como iglesia cristiana, le dieron albergue a las secciones de tercer y sexto grado. En la vivienda de Darwin Sanz habilitaron el patio de entrada para que los niños de cuarto grado recibieran sus clases.
Los dos turnos del colegio se atienen en estas condiciones, incluso si tienen que ir al baño y si necesitan papel higiénico, eso corre por cuenta de las familias que prestaron los espacios.
Así mismo la gente de la comunidad cuadró con el resto de los salones. Las maestras van todos los días a cumplir con el cronograma, pero dicen que las limitaciones de espacio, de ventilación e iluminación afectan el desarrollo de actividades grupales.
“Por lo menos les estamos dando lo básico de la programación, porque no queremos que los muchachos pierdan el primer lapso”, dijo una de las maestras que si no quiso ser identificada.
Lo único que funciona dentro de la escuela es el comedor. Las encargadas de la preparación de los alimentos hacen los almuerzos con postres y jugos incluidos y, luego de envasados los meten en cestas para repartirlos.
El portero de la escuela quien tiene una moto, se encarga de ir a cada una de las casas para llevar las comidas junto con una de las procesadoras de alimentos
Hace más de seis viajes, pero garantizan -con el apoyo de los mismos representantes- el suministro del programa alimenticio.
La comunidad exige el arreglo a corto plazo de la escuela. No quieren pañitos de agua tibia, pues según dicen el terreno se está asentando. Piden un estudio serie de suelos, que hagan un muro de contención en el perímetro inferior del terreno y que constantemente se le haga mantenimiento a la estructura.
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Fotos Cristián Hernández
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