La tarde en que el Sebin volvió por Leonor en un camión cisterna

sebin | luz | parque carabobo

El sábado 9 de marzo, Leonor se desplomó en la calle. Tenía más de medio día sin comer pese a que sufre del azúcar y de tensión alta. La caída de las líneas telefónicas a causa del apagón imposibilitaba cualquier comunicación con sus familiares. Los vecinos que la asistieron recurrieron a la opción más cercana: el Sebin. La periodista Maru Morales P. escribe el relato de la jornada para Crónica.Uno.

Caracas. El tercer día del apagón nacional en Venezuela, llegaba a mi casa en moto —el Metro seguía “apagado”, como más de la mitad del país— cuando alcancé a ver a una persona tirada en el suelo en plena acera, en la avenida principal de la urbanización. Era una señora de pelo blanco, menuda, estaba sola. Algunos transeúntes le pasaban por un lado. Le pedí al mototaxista que se regresara para ayudar. Casi en simultáneo, un señor, un joven y una señora tuvieron el mismo impulso.

Luego de hablarle y tomarle las manos, la mujer reaccionó. Se llama Leonor, tiene 73 años, sufre del azúcar y de la tensión alta. Eran las 3:30 de la tarde y no había comido nada, nos contó. Por eso se desmayó, supusimos todos.

El joven dijo que le buscaría un vaso de agua con azúcar: “Ahí en la panadería hay unos policías, les voy a pedir ayuda a ellos que seguro tienen radio, para que llamen una ambulancia o tal vez la puedan llevar al hospital”.

A los dos minutos regresó con un vasito de agua con azúcar y dos funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), uniformados y armados de pie a cabeza.

“La tumba, las celdas sin luz solar, el confinamiento, Fernando Albán cayendo del piso 10, los hermanos Guevara, las torturas, el diputado Juan Requesens”, todos estos pensamientos se atropellaron en mi cabeza en un segundo.

—¿Qué tiene la señora? ¿Quién está con ella? —preguntó uno de los efectivos, tenía bigotes.

Respondimos que no lo sabíamos, que ya se había desplomado en el suelo cuando la vimos. Uno añadió que parecía haberse golpeado la cabeza y que casi no podía hablar. Otro explicó que la mujer tenía más de medio día sin comer y que había dicho que vivía en un barrio cercano.

—Busquen una silla para sentarla — dijo otro sebin, llevaba unos lentes.

Les pedimos que por favor llamaran por radio una ambulancia, a los Bomberos o a Protección Civil.

—Con el apagón no tenemos radio ni señal de celular. Podemos llevarla al hospital pero si alguien se viene con nosotros y se queda con ella. En el hospital no nos van a permitir dejarla sola.

Todos nos vimos las caras. Aquello no parecía viable. Tampoco daba mucha seguridad subirse voluntariamente a una camioneta del Sebin. El muchacho del vasito de agua con azúcar volvió con un slice de pizza que Leonor, semiconsciente aún, devoró.

Una mujer del consejo comunal se acercó. Le pedimos que revisara las pertenencias de Leonor. Además de su cédula y un carnet del extinto MVR, tenía un examen de laboratorio de 2013 y en el revés, un número de teléfono. Ninguno tenía señal en la urbanización desde que ocurrió el apagón tres días antes, ni siquiera funcionaba la Cantv.

Entonces les pedimos a los funcionarios si podían ir a buscar a los bomberos. Ellos accedieron, pero primero fueron a terminar lo que habían iniciado cuando el muchacho los interrumpió: compraron unos campesinos, unos jugos y se comieron unas pizzas. Me acerqué, con la expresión tranquila pero el corazón frío de miedo:

—¿Sí nos van a ayudar? —pregunté.

—Claro, señora. Vamos al puesto de la Guardia Nacional que está aquí cerca y si ahí tampoco tienen radio, vamos a los Bomberos —aseguró el sebin de bigotes.

“Gracias”, dije, pero no les creí. Me fui a mi edificio a buscar a un vecino que es paramédico. Con una suerte de otro mundo, lo encontré en PB arreglando su moto antes de que cayera el sol. Todo un alivio porque vive en el piso 13.

El vecino soltó las herramientas y las cambió por un pequeño botiquín de primeros auxilios que finalmente no necesitó: le tomó el pulso a Leonor, le hizo unas preguntas, puso cara de desaprobación cuando le contamos, orgullosos, que le habíamos dado agua con azúcar, y le puso un puntico de sal bajo la lengua. “A los pacientes que sufren de tensión alta no se les puede dar azúcar cuando se les sube la tensión”, explicó.

Una patrulla de la policía municipal se detuvo. Les pedimos que se llevaran a Leonor para la Zona 6, donde ella decía que estaba su casa, o al menos que la dejaran en la estación del Metro que estaba en la entrada de la urbanización.

El policía copiloto replicó: Señor, usted sabe cómo están las cosas. Nosotros tenemos prohibido entrar para allá. Y si la dejamos en el Metro así como está, la gente va a pensar que la golpeamos o algo de eso. De llevarla para el hospital les digo: colapsado el hospital de emergencia, colapsado el hospital tipo 4, colapsados los Bomberos, colapsado Protección civil.

A los 5 minutos del puntico de sal bajo la lengua, los policías municipales se habían ido pero el semblante de Leonor era otro, pudo pararse y caminar, apoyada en el paramédico y en el otro señor, hasta el toldo de la panadería. Hasta allá le llevamos la silla y seguimos tratando de obtener algún dato que permitiera ubicar a algún conocido

Leonor decía que vivía sola por que su hijo se fue al Perú a tratar de buscar trabajo y que no tenía a nadie más. No lograba explicar si conocía a alguien la urbanización que pudiera ayudarla o si estaba perdida o había venido a comprar algo de comer. “Yo lo que tengo es hambre, mija, no he comido nada”, repetía.

El paramédico y yo nos retiramos mientras los otros transeúntes se quedaron con Leonor. Habría pasado una hora del episodio cuando bajé a pasear a mis mascotas. En medio del paseo, un hombre se me acercó en la calle:

—Señora, el Sebin volvió por Leonor, se la llevaron.

—¿¡En serio!? –exclamé sorprendida e incrédula.

—Sí. Regresaron con unos bomberos pero los bomberos no vinieron en una ambulancia, imagínese. Se la llevaron en un camión de bombeo de agua. Es que no tenían ambulancia. Eso fue lo que pudieron hacer.

Nos separamos y cada quien siguió en lo suyo. Más arriba en la avenida se escuchó el típico corneteo de las patrullas policiales. Luego, la voz de un funcionario que gritó: “¡Maduuuuuroooooo!” y sin esperar la respuesta del llamado Maduro Challenge, él mismo replicó “¡coñ… de tu maaadreee!”.

Eran poco más de las seis de la tarde y oscurecía.


Participa en la conversación