A ocho días de la tragedia, en Las Tejerías aún creen en los milagros

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A una semana del deslave que afectó la población de Las Tejerías, Crónica.Uno recorrió las polvorientas calles del casco central de la capital del municipio Santos Michelena, donde un fuerte olor a muerte se mezcla con el polvo que producen los trabajos de remoción de escombros. Por las calles llenas de vehículos oficiales, camiones cisternas, ambulancias y maquinaria, caminan los sobrevivientes en búsqueda de la ayuda humanitaria que al igual que la quebrada Los Patos, se ha desbordado.

Las Tejerías. Se cumplió una semana del deslave en Las Tejerías y sus habitantes aún no se sobreponen a la catástrofe. Sobreviven con un duelo prolongado e intenso. En el sector La Hoyada, por ejemplo, uno donde las aguas de la quebrada Los Patos impactó con gran severidad, un olor a muerte se mezcla con el incesante polvo que producen los trabajos de remoción de escombros.

Pero aun así, muchos se detienen para tomar fotos y reforzar en la memoria aquella tarde noche del 8 de octubre, cuando la furiosa quebrada se llevó viviendas, negocios, comercios, vehículos y personas. Algunos no quieren hablar de ese día, otros contienen el llanto y otros dicen no recordar nada.

Allí, en La Hoyada, todavía quedan rastros del amasijo de hierro en que se convirtió la antena repetidora de la empresa telefónica Digitel. A una cuadra, la Plaza Bolívar, sin un rasguño de la naturaleza, convertida en centro de operaciones militares y de rescate, con una unidad de Movilnet que ofrece internet libre, mientras varios trabajadores de la Cantv realizan trabajos para reponer o sustituir la red telefónica.

La electricidad ha sido restablecida, aunque en algunos sectores se aplica el racionamiento. El agua escasea y mucho.

Al sector del Matadero, donde se presume se registró el mayor número de víctimas fatales, pues allí funcionaba el mercado municipal y el matadero, el paso está en extremo restringido y grandes camiones bloquean la entrada.

Frente a la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen de Las Tejerías, cientos de personas hacen filas para buscar ropa, calzado y un plato de comida. El inmenso templo es el principal centro de acopio de los donativos que pese a las restricciones de ingreso al municipio, siguen llegando de cualquier parte del estado y del país. Las imágenes de los santos, ya casi son arropadas con tanta donación de vestimenta que ha llegado.

Las Tejerías
Foto: Gregoria Díaz / @churuguara

A un lado de la iglesia, Caritas de Venezuela, capítulo Aragua, canaliza todo el apoyo de acción social cristiana, en una labor titánica que lidera el padre Pedro Hurtado.

“Gracias por estar aquí y ser una ventana de información en este momento tan difícil. En este octavo día, agradecemos a Dios por la solidaridad de la gente y de los cooperantes, a pesar de las dificultades que hemos tenido para que ingrese la ayuda”, dice mientras hace énfasis en la gran cantidad de alimentos ya preparados que se han dañado porque no llegan a tiempo a las manos de los necesitados.

Aun así, Caritas Aragua ha entregado en una semana casi 10.000 raciones de comida, muchas de las cuales son preparadas en la misma sede donde funciona esta organización de acción social de la Iglesia Católica.

El párroco de Las Tejerías, José David Ortega, lleva diez meses como guía espiritual en la zona. Vivió de cerca la tragedia y ayudó a rescatar a mucha gente que quedó atrapada entre escombros y lodo, mientras escuchaba los gritos de auxilio.

“Esto no se va a olvidar de mi corazón y de mi gente. Y es inevitable no llorar por tantas pérdidas. Sin embargo, les pido que no pierdan la fe en Dios ni que renieguen. Pidámosle fortaleza para que nos acompañe en este duro camino, de la mano de la Virgen del Carmen, nuestra Patrona”.

La suma de voluntades

Al lado de ambos sacerdotes, hay una legión de feligreses y voluntarios que se han sumado a ayudar sin descanso y sin quejarse, pese al cansancio evidente que se les nota en el rostro. Como el grupo de nueve personas que se encarga de preparar más de 700 comidas al día para darlas a quienes llegan a la iglesia.

Las Tejerías
Foto: Gregoria Diaz / @churuguara

Dos soldados escogen y limpian un saco con ajíes dulces, tres mujeres mayores se distribuyen la tarea de preparar las comidas. Dos, con más de 70 años de edad cada una, separan unos cuántos manojos de cebolla en ramas, mientras contienen las lágrimas al recordar lo terrible que fue aquella noche.

“Tenemos el corazón chiquito. Estamos muy tristes, pero le damos gracias a Dios por toda la ayuda que llega de todas partes”, cuenta Cecilia con voz entrecortada.

A su lado, Luzmila González prepara un pollo en salsa cuyo olor y sabor le alegran el corazón a tanto damnificado que se aglomera frente a la Iglesia de Las Tejerías.

Su hermana perdió el pequeño negocio de venta de verduras que tenía en el mercado municipal ubicado en el sector del Matadero. Teme que la preocupación por quedarse sin fuente de ingresos, la deprima y enferme más.

Luzmila cruza sus manos en el pecho como señal de gratitud, por tener a toda su familia con vida, mientras unas lágrimas se confunden con el sudor que le genera el calor de una cocina rudimentaria.

“Esto ha sido fuerte. Provoca llorar de ver cómo ha quedado este pueblo. Pero yo me reconforto cocinando”. Y a Luzmila se le quiebra la voz.

Afuera, un grupo de voluntarios descarga de un camión varias cajas con la etiqueta del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados de las Naciones Unidas. Se supo que se trataba de carpas que servirán para almacenar la ayuda humanitaria que sigue llegando. De otro camión bajan varios colchones que los damnificados llevan a cuesta; algunos para dormir en un pequeño espacio que algún vecino les ha cedido hasta que se cumpla la promesa gubernamental de otorgarles una vivienda.

Foto: Gregoria Díaz / @churuguara
En El Béisbol aún creen en los milagros

Crónica Uno también recorrió parte de El Béisbol y El Libertador, ubicados a las orillas de la quebrada y dos de la veintena de comunidades que resultaron afectadas por el deslave. El ruido de las grandes maquinarias que retiran escombros opaca por completo el sonido de un riachuelo.

Sus sobrevivientes lucen ausentes y no dejan de mirar fijamente las montañas, en las que quedan rastros del deslave y del que aún temen que se repita. La mayoría permanece sentada en alguna banqueta o en una inmensa roca, mientras esperan que finalmente los llamados líderes de calle concluyan el censo.

Más arriba, una pequeña placa llena de lodo y con un versículo bíblico del libro de Proverbios, permanece colgada de una reja o de la mitad de ella. “El que encubre sus pecados no prosperará. Mas el que los confiesa, alcanzará misericordia”. Allí estaban congregadas aproximadamente 22 personas, de las cuales 17 fallecieron, entre ellas el pastor y su esposa.

Una sucia muñeca y el marco de un cuadro, quedan sobre el techo de zinc lo que fue una casa y al lado, un camión y un carro enterrados. Neveras, lavadoras, muebles, colchones, todo como un amasijo de lodo.

Los damnificados se alegran cuando ven llegar a algún extraño, que en estos días son muchos. Incluidos los incansables trabajadores que no cesan y que este sábado recibieron de Médicos Unidos de Venezuela, capítulo Aragua, un lote importante de bragas con cintas reflectoras.

Foto: Gregoria Díaz / @churuguara

“Pocos piensan en ellos y en el riesgo en que está su vida y su salud”, comenta la doctora Jackeline Martínez, miembro de esta ONG.

Ella y tres médicos más suben a cuestas con las pesadas bolsas, hasta un punto donde un grupo de trabajadores hace un alto en la agotadora faena para agradecer el gesto.

En medio de aquel desolador panorama, varios niños juegan a los bomberos. Con ramas, abren surcos y escarban en la tierra aún húmeda. Juegan al rescate y se ríen.

De un lado de la quebrada, otro grupo de soldados desfila hacia abajo luego de recibir unas instrucciones. En una loma, dos mujeres permanecen sentadas en un inmenso tronco que quedó frente a sus casas. Una de ellas, con más de 50 años viviendo en El Béisbol, reconoce que solo recuerda cómo tres de sus cuatro hijos la salvaron.

Esa noche estaban en una fiesta en otro sector. La lluvia los tomó por sorpresa en un local conocido como Los Palmares, en la entrada a Las Tejerías por la carretera vieja y ubicado justo al lado de una estación de servicio.
Calculan que unas 40 o 50 personas se aglomeraron en ese local y de cuyas rejas se sostuvieron con fuerza, mientras escuchaban el estruendoso ruido de las aguas y los gritos de niños, mujeres y hombres pidiendo auxilio.

“Estoy viva de milagro. Y mis hijos. Nunca en 55 años viviendo aquí, había pasado algo así”, dice un tanto acelerada Honoria de Rojas, de 75 años de edad, mientras justifica su nerviosismo. Al fondo, una estrecha entrada de barro conduce a su vivienda todavía en pie, de tres habitaciones, sala, comedor cocina y baño; toda llena de lodo y con la marca que dejó el nivel de las aguas.

Su hija, Maritza Rojas, perdió todo, incluida una amiga que laboraba en la empresa Tequenvase de la zona industrial y que el viernes apenas fue localizada. Era una de las 56 personas desaparecidas.
Maritza asegura que lo ocurrido fue la crónica de una muerte anunciada. Y agradece no haber estado el día del deslave en su hoy destruido rancho .

“Días atrás le comenté a mi mamá que la montaña se estaba deslizando con las lluvias”, dice cuando recuerda cómo un señor se convirtió en el líder que les pedía mantener la calma mientras se agarraba fuerte de las rejas de Los Palmares.

La misma persona -cuenta- después que pasó todo, nos decía por dónde salir. Él era como el pastor y nosotros las ovejas. Nunca supe quién era.

Madre e hija dicen al unísono que la ayuda ha sido abundante y de distintas personas y organizaciones. Inclusive el apoyo moral.

No quieren irse

Apoyo como el que recibió la familia Marrero, refugiada en una casa cercana que le cedieron unos vecinos que hoy viven fuera del país. Allí, Miriam se resguarda junto con su esposo, dos hijos y un hermano con problemas de salud mental. Eso es mucho mejor que un refugio.

Les han prometido vivienda. Pero tanto ella como el resto de la familia se resiste a irse de Las Tejerías.

“No están dando en Lara, Guárico, Cojedes, Trujillo, Barinas. Aquí es pequeño, pero todos nos conocemos”, señala mientras mueve su cabeza en señal de negación. Aspira a que la promesa habitacional no sea tan alejada de su gente y de su entorno.

Hace más de 30 años, Daniel Herrada llegó con su familia al barrio El Libertador. Para entonces, dice, no se habían construido tantas viviendas como ahora.

“Éramos como 60 familias, multiplicadas por cinco. Imagínense”, calcula.

Desde lo que se presume sea el techo de su casa, Herrada señala cómo la quebrada no había sido dragada, pese a que llovió mucho durante varios días.

El caos posterior

Al salir de El Béisbol de Las Tejerías, el sector Castor Nieves luce congestionado. Es uno de los que no sufrió tanta afectación por el deslave. Se ha convertido en una especie de centro de operaciones de toda índole.

Sus estrechas calles no permiten la circulación de más de dos vehículos, que en su mayoría son camiones que bajan con escombros, dejando una estela de polvo. Allí, de un lado, una carpa militar sirve de comando y al frente una gran unidad móvil presta atención médica. Los niños corren cuando escuchan la llegada de grupos o vehículos con ayuda. Una cisterna es rodeada por varias personas que, con baldes o cualquier recipiente, esperan por un poco de agua.

Las Tejerías
Foto: Gregoria Díaz

El ruido de las motos oficiales que circulan constantemente, ensordece. En una acera, un improvisado comedor donde se alimentan algunos vecinos, mientras que otros bajan hasta un convoy militar que reparte jugos y agua.

Al llegar a la entrada por la carretera vieja, el caos de vehículos aturde. Ha sido la vía alterna para los voluntarios que no pueden ingresar por el peaje de Guayas.

“A los rescatistas que llegamos a Las Tejerías nos hacen caminar hasta la zona de impacto. El personal militar no apoya en nada y no entendemos la razón por la que nos cambian las señas. Nos hacen caminar más, sin contar con las labores que hacemos durante el día”, se queja molesto uno de los rescatistas.

La gente grita para poder ser escuchada. Es un río de gente caminando, como sin rumbo, salvo el que ordenan los militares. A la salida hacia la carretera vieja, una pendiente conduce a la Escuela Encarnación Nieves, que sirve de refugio para 7 familias que perdieron absolutamente todo.

Foto: Gregoria Diaz

Allí, los niños corretean por el patio de recreo y por los salones habilitados como cuartos, consultorios y centro de acopio. Les urge fundamentalmente agua potable y artículos de aseo personal.

Esperan ser llevadas al gimnasio vertical de La Victoria, en el municipio Ribas, donde otras 200 personas están refugiadas.

A un lado de la vía solo se divisan los techos de algunos galpones de la zona industrial, la tercera per cápita de Venezuela. Al final de una calle, un camión recoge el lodo que ha sido sacado de varias empresas, mientras que algunos trabajadores limpian con manguera portones y entradas. La Cámara de Industriales del estado Aragua no ha cuantificado los daños, aunque en principio se dijo de unas 15 industrias afectadas, algunas con pérdidas considerables como la ensambladora de autos Chery.

“Las Tejerías se quedó sin fuentes de trabajo” y eso preocupa en demasía a Thais Marrero, quien se resiste a irse.

Falta mucho para reconstruir la capital del municipio Santos Michelena. Sus sobrevivientes temen que las promesas se escurran. Sería otro duro golpe, aunque no tan profundo como ese olor a muerte, a tristeza y a preocupación que se les quedó impregnado en el corazón.

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