Los daños psicológicos que sufren los habitantes de Caño de los Becerros van desde la negación de volver a usar cilindros de gas doméstico hasta pesadillas en las que se repite una y otra vez el episodio. Especialistas explican que los afectados debieron recibir atención psicológica desde el primer momento, para superar de una mejor manera los traumas causados por el accidente.

Monagas. Graciela Gil estaba recostada en su cama, su sobrina arreglaba el mosquitero que la cubre. La ventana de la habitación está abierta para que entre la brisa. No tiene ventilador, ni aire acondicionado y de alguna manera debe refrescar sus quemaduras. Era domingo 7 de febrero y aún revive los efectos traumáticos que vivió el 28 de diciembre y que le han causado daños psicológicos.

La señora Graciela tiene 66 años de edad y sufrió quemaduras de segundo grado en piernas, brazos y glúteos. Duerme de lado, pues tiene una escara en la parte baja de la columna. Cuando intenta recordar el día del accidente solo logra decir: “Yo no quiero saber más nunca de gas”. Es una de las víctimas que prefiere que ahora la leña sea la única forma de cocinar en la casa.

El miedo de los habitantes de Caño de los Becerros crece con el pasar de los días. La falta de atención psicológica ha desencadenado traumas en los afectados directos e indirectos. Entre pesadillas, episodios bloqueados, pérdidas humanas y materiales, intentan ganarle la carrera a sus pensamientos.

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Graciela Gil luego del trauma sufrido por la explosión de las bombonas optó por usar leña para cocinar. Foto: Natacha Sánchez.

Teníamos siete meses sin gas y vino para nada, porque lo que hizo fue matar gente, dijo Crismar Zapata, que describe el accidente como algo desastroso y aunque aseguró que se siente mejor de las quemaduras sostuvo que la mayor batalla ha sido con su mente.

Con los ojos llorosos, manifestó: “Esto es horrible, se viene ese día a mi mente y me da temor. He pasado por momentos en los que cierro los ojos y lo que veo es lo que viví ese día. Ya no me pueden devolver a las personas que se fueron ni me pueden regresar mi vida de antes”.

Crismar sufrió quemaduras de segundo grado en brazos, piernas, cara y manos, estuvo recluida 21 días en el Hospital Universitario Manuel Núñez Tovar de Maturín y la atención en este centro de salud la describe como “patética”.

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Crismar Zapata día a día recuerda el siniestro. Foto: Natacha Sánchez.

Marcial Zapata también ha padecido las secuelas psicológicas del accidente, cuenta que cada vez que escucha un ruido fuerte se exalta. Tiene quemaduras de segundo grado en piernas, brazos y cara. Recordó que cuando le hacían las curas no usaban anestesia.

El 31 de diciembre cada vez que escuchaba un cohete brincaba, eso me pasa ahora cada vez que escucho un ruido fuerte porque se le viene a uno a la mente todo eso que pasó. Yo me acuerdo hasta del dolor que sentía cuando me hacían las curas, porque eso era sin anestesia. Me agarraban ese brazo a lo que aguantara, detalla Zapata.

Traumas posaccidente
Joel Díaz, licenciado en Psicología, explica que las conductas o alteraciones que presentan las víctimas luego de haber sido expuestas a situaciones impresionantes e impactantes se reconocen como estrés postraumático que se refleja en los afectados a través de pesadillas y recuerdos repentinos de la situación.

Este es un caso que se conoce como estrés postraumático son síntomas o conductas que se presentan por situaciones altamente presionantes e impresionantes. Esto puede compararse con personas que han sido sometidas a combates militares, ataques violentos y desastres naturales”, precisa.

Díaz destaca que la atención psicológica para los habitantes de Caño de los Becerros debió ser rápida para que pudieran superar el impacto de la tragedia.

“La atención psicológica debió ser desde el primer momento, siempre y cuando medicamente estuvieran estables, de esta manera cada quien en su ritmo podía ir retomando sus rutinas. La compañía proveedora del servicio debió haberse hecho cargo de tratamiento psicológico que consiste en la desensibilización sistemática”, sostiene.

El especialista expone que el miedo a los cilindros que han desarrollado los afectados es una conducta razonable en accidentes de ese tipo. Se genera ansiedad, trastorno del sueño e, incluso, se puede llegar a la depresión por todas las pérdidas que han vivido.

“La conducta de ellos es totalmente explicable, ya no quieren usar cilindros porque sienten temor, que es un temor infundado. Para eso se deben realizar ejercicios de acercamiento de la persona con el objeto del miedo, pero sabemos que los proveedores del servicio no están del todo preparados para que uno confiadamente pueda volver a exponer a la persona a esos recursos”, explica.

El duelo

Aura Ramírez, terapeuta familiar sistemática, detalla que el duelo por la pérdida de un ser querido tiene varias etapas. Pero cuando se trata de duelos colectivos se trabaja de una manera diferente. En el caso de Caño de Los Becerros fue un accidente en el que una comunidad en general sufrió afectaciones.

En este tipo de eventos, el duelo se trabaja de una forma más eficiente porque es un grupo y la misma situación los lleva a apoyarse entre ellos, lo que vuelve el proceso mucho más fácil. En el caso de este accidente que tiene una connotación de que pudo haber sido evitado queda la sensación de víctima, de que alguien hizo algo para que yo perdiera y ese papel es muy difícil de superar”.

Ramírez indica que los traumas posaccidentes requieren de la atención de especialistas para facilitar la recuperación psicológica y ayudar a que los afectados den un paso para que puedan procesar el siniestro desde otra perspectiva.

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No solo las quemaduras dejarán marcas en su piel para siempre sino también en la mente. Foto: Natacha Sánchez

En el caso de las familias que han perdido a más de un miembro, como la de Leonett, en la que han muerto tres de sus integrantes, se requiere de apoyo psicológico.

Los sobrevivientes de familias desmembradas requieren de apoyo terapéutico sobre todo cuando son muy profundas las heridas. Se requiere de terapia y de un paso a paso para que haya una información diferente en sus mentes y así lograr la aceptación de la pérdida”, subraya.

Díaz y Ramírez sostienen que los accidentes de este tipo hacen un llamado a la reflexión, no solo a los afectados, sino también a la sociedad. Desde el punto de vista psicológico ahora serán mayores los cuidados y previsiones que tomaran los ciudadanos para cuidarse de posibles accidentes, tomando en cuenta que la empresa de gas no prevé estas atenciones.

Insisten que esta tragedia debe servir a Gasmaca para generar un cambio y evitar que estos accidentes se repitan.

“Los eventos de este tamaño, que nos mueven a todos, suceden para que podamos aprender a ser precavidos. El llenado de bombonas no cumple con los procedimientos de seguridad y lo sabíamos, pero por necesidad lo obviábamos. Es un llamado de atención para que la empresa y nosotros como sociedad nos preguntemos ¿qué podemos hacer para que este incidente no ocurra más?”, sentencia Ramírez.

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