“Con los 60 bolívares que recibimos al mes no puedo llevar a mi hija al médico o calmar los mareos de mi nieto”

pobreza extrema

Mireya Álvarez añora poder comprarle los útiles a sus nietos, hacer sopa los domingos y no tener que saltarse comidas. En sus hombros está la jefatura de su hogar y lo que conlleva. Los retazos de la pobreza extrema los sienten desde el plato de comida y la falta de ingresos hasta el acceso a educación y salud.

Caracas. A sus 60 años Mireya recuerda con detalle cada uno de los momentos que han marcado a su familia. Desde su llegada al barrio Nuevo Horizonte desde Barquisimeto, cuando tenía siete años, hasta la incapacidad de una de sus hijas y la partida a Colombia de la otra este año que la dejaron al cuidado de sus tres nietos. 

Mireya Álvarez forma parte de ese grupo de venezolanos que en las décadas de 1960 y 1970 migraron a la capital. Su mamá, recuerda, fue de las primeras personas que invadieron la otrora hacienda que hoy forma el sector Nuevo Horizonte de la parroquia Sucre, quien trabajando logró construir una casa y mandar a buscarla a ella y sus nueve hermanos. Mireya buscó seguir su camino por mejorar su calidad de vida.

Aquí tardamos bastante tiempo en poder avanzar. Cuando el papá de mis hijos y yo construimos esta casa, ya yo iba por el quinto hijo, pero uno trabajaba y alcanzaba, humildemente, para hacer mercado, comprar ropita y zapatos. Ahorita no, ni unas cholas se pueden comprar”, cuenta.

En 2001 la parroquia Sucre tenía el tercer índice de pobreza más alto del Distrito Capital, con 20 % de su población viviendo en esa condición y 3,83 % en pobreza extrema, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Las políticas sociales y el boom petrolero redujeron la cifra a 13,5 % en 2011, aunque seguía estando por encima del promedio.

Nueve años después, Sucre seguía siendo la tercera parroquia más pobre de la entidad, con al menos 62 % de su población por debajo de la línea de pobreza y nueve de cada diez hogares son pobres extremos, según la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) elaborada por la UCAB, solo superada por Antímano (68 % de pobreza) y Macarao (64 %). En 2021 la Encovi proyecta que 76 % de los hogares viven en condiciones de pobreza extrema.

Foto: Luis Morllo

Mireya aún vive en la casa que construyó con su esfuerzo. Ahora está al cuidado de tres de sus nietos y ejerce esa responsabilidad al tiempo que trabaja como personal de limpieza en una escuela de la comunidad. 

En ellos —un niño de siete años, una niña de 11 y un adolescente de 14— ve la oportunidad de resarcir lo que no pudo con sus hijos, aunque ahora en condiciones más adversas y sin posibilidad alguna de mejorar sus condiciones. 

Uno quisiera salir a trabajar, buscar más ingresos. Aquí hay gente que sale todos los días a Catia a vender café o corotos y medio resuelven la ‘papa’, pero a los niños no los puedo dejar solos, tengo que ayudarlos con las tareas, y mi hija necesita cuidado”, dice.

Por su trabajo en la escuela local, Mireya percibe un sueldo de 17 bolívares mensuales más 15 bolívares del bono Simón Rodríguez que le entregan al personal de educación por el sistema Patria y siete bolívares de pensión. Eso, sumado a otros 21 bolívares que reciben en bonos, suma tan solo Bs. 60 al mes, equivalentes a poco más de $13

Los ingresos en su hogar son tan ínfimos que están, incluso, por debajo del ingreso laboral promedio de 36 dólares mensuales en hogares pobres extremos que proyectó la Encovi este año. Lo que reciben con bonos hace que dependan casi por completo de las cuatro bolsas de comida que les entregan mensualmente y así van “guapeando”.

Foto: Luis Morillo

Lo que llega ahí es casi lo único que podemos comer, porque con los bonos y lo otro lo que puedo comprar es medio kilo de queso, medio cartón de huevos y medio kilo de salchichas, uno que otro aliño y un pedazo de lechosa para que mi hija no se decaiga más”, cuenta Mireya.

El estudio de la UCAB calcula que las transferencias recibidas en los hogares (que incluye bonos y bolsa Clap) disminuyeron 17 % de forma nominal en un año y, en promedio, se reciben unos 55 dólares mensuales. Se necesitarían transferencias mensuales de seis veces ese monto para sacar de la pobreza extrema a esos hogares.

El gobierno de Nicolás Maduro argumenta que las sanciones estadounidenses impuestas en 2019 dificultan ampliar los programas sociales (que eran altamente dependientes del petróleo durante el boom), aunque la industria petrolera está en declive desde hace ocho años por la caída de los precios y la desinversión en el sector y se estima que la economía se redujo al menos 75 % en ese período.

Infografía: Amadeo Pereiro.

En el hogar de Mireya, si bien tienen internet instalado por Cantv, no cuentan con aparatos para utilizarlo. La tablet y la computadora que les dieron hace años en la escuela se dañaron y no hay cómo repararlas. Las clases virtuales son un mito dentro de sus cuatro paredes y deben ir a casa de su hermana “a ver cómo resolver lo de las tareas” con otra tablet que está en sus últimos días. En hogares pobres extremos solo 22 % tienen computadoras y 6 % tablets.

Y ante la falta de aprendizaje presencial por la pandemia, Mireya debe destinar al pago de clases particulares los seis dólares que le dan los vecinos por usar su internet. “El de 14 tiene que aprender, a ver si sale adelante”.

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Foto: Luis Morllo

El pedazo de lechosa que, eventualmente, puede comprar es la única fruta que consigue en todo el mes porque debe priorizar la compra de alimentos como tomates, cebollas y papas para “darle color al arroz y rendirlo”. En el mercado municipal de Quinta Crespo, por ejemplo, el kilo se consigue en Bs. 5 (casi lo que cobra Mireya por un mes de pensión), mismo precio que la cebolla y superado, por poco, por el tomate y la papa (Bs. 6).

Sus nietos de 7 y 11 años son beneficiarios de un comedor de Alimenta la Solidaridad, organización fundada en 2016 que le da almuerzos a niños, niñas, adolescentes, madres lactantes y mujeres embarazadas en riesgo de inseguridad alimentaria. Ya ahí son cinco almuerzos cada uno que nos ahorramos y sirve para que rinda un poco la comida, dice Mireya.

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Foto: Luis Morllo

En su casa solo se come dos veces al día y de manera deficiente. La Encovi proyecta que entre 2020 y 2021 se redujo la cantidad de hogares sin inseguridad alimentaria (5,8 %), mientras que la inseguridad alimentaria leve alcanzó a 34,5 % de los hogares y la severa ya se ve en uno de cada cuatro familias (24,5 %). Ello ha provocado que tanto su hija, Yeniret, como su nieto de 14 años se mareen constantemente, sin tener cómo llevarlos a un médico, ni hacerles exámenes. 

Lo que hago a veces para calmarles los mareos es licuar con agua hervida parte de la remolacha que le dan a los niños en el comedor. Hasta hace poco les hacía pata de pollo para fortalecerlos o una sopa sencilla, pero hasta eso es impagable para nosotros”.

Foto: Luis Morillo

Yeniret, de 33 años y madre del adolescente de 14, quedó cuadripléjica a los 26 tras recibir un impacto de bala que la mantuvo 28 días en coma. “Le entró por un lado de la pierna y salió por otro, le rompió el femoral y tuvo un derrame, casi se muere”, cuenta su madre, y la pérdida de sangre hizo que camino al hospital sufriera una parálisis cerebral.

Aunque con el tiempo ha ido recuperando el habla, no puede hacer nada por su cuenta. Mireya y su nieto se encargan de lavarla, alimentarla y voltearla de vez en cuando para evitar que se le formen escaras. Hace dos años le salió un quiste en el seno que sigue y sigue creciendo, sin la esperanza de poder trasladarla en el corto plazo a un centro de salud.

Con 60 bolívares, ¿Cómo hago para que le hagan un chequeo médico? Ni dejando de comprar la poca comida que tenemos podría pagar los exámenes que necesita. Estamos a la buena de Dios”.

Foto: Luis Morllo

A cargo del cuidado de cuatro personas tan o más vulnerables que ella, Mireya reconoce que debe seguir aguantando lo más que pueda y, aunque cuestiona “¿cómo puede salir adelante una familia en pobreza extrema?”, evita caer en pesimismos y afirma que buscará seguir “guapeando” como en los últimos seis años, por ella y por quienes dependen que se mantenga en pie.

Yo soy el pilar del hogar. Si yo caigo, todo se termina de derrumbar, solo nos tenemos a nosotros.

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