#Crónica Drama y sainete del Saime a los pies del Teatro Municipal

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Esta crónica, vivida en los alrededores del Saime, se repite una semana sí y otra no con el sufrimiento de centenares de ciudadanos de varias partes del país que deben acudir a esta única oficina para resolver problemas que deberían estar descentralizados.

Acto 1. Largo preámbulo

Suena el despertador a las 4:00 de la mañana, pero ya el cerebro está activo con la angustia del trámite del pasaporte. Pan, café, llamada al taxista y a la calle cuando aún ni los pájaros han despertado.

Llegamos al filo de las 5:00 a. m. y nos sentamos a la vera del Teatro Municipal para hacer la cola en la oficina de Atención al Ciudadano del Saime, que queda justo al lado, colindante con la avenida Baralt, en el centro de Caracas. Ya teníamos 65 personas por delante. Los primeros de la fila dormían profundamente. Más tarde nos enteramos de que habían llegado a la 1:00 de la madrugada.

La mañana todavía no levanta, pero los vendedores hace rato que lo hicieron: “¡Café, cigarros, café!”. Y así van caminando a lo largo de la cola, “que está corta”, según los expertos. Un vendedor con su carrito osa poner música a esa hora en que todos, aunque conversen, saben que están dormidos. Menos mal que pronto se largó.

Las campanas de la Basílica Santa Teresa, a una cuadra del Municipal, tocan las 6:00, mientras el sol y los de la cola se desperezan. Una mujer fuerte trata de secar un pozo de agua con una escoba, por allí crecerá la fila más tarde, en espiral. Se multiplican los vendedores de café, bolígrafos, tapabocas, palmeritas…

Ya cerca de las 7:00 vendrá un guardia malencarado a “ordenar” la cola, arrimando a toda la gente hacia la reja y paredes del teatro y “empieza la función”, como corresponde a un teatro. Los movimientos de la fila siempre animan, pero en medicina le llamarían “placebo”.

—¿A qué hora abren?

—A las 8:00, seguramente.

Pero nada hay seguro aquí. Calculamos que abrieron como a las 8:30. Antes, a las 7:30, se empezó a formar una colita aledaña a la fila principal que preocupaba a los madrugadores y a la que bautizamos “apéndice”. Crecía el apéndice y acudimos a la fuente a indagar: eran los rezagados de ayer.

Un ayer, que al contar de los que estuvieron, fue apocalíptico. Llovía a cántaros, se retrasó el chequeo, la cola seguía, algunos no aguantaron y se fueron… a los más pacientes, que no pudieron ser atendidos después de las 10:00 de la noche de ese lunes de mayo, les “marcaron la cédula” y los recibirían a las 7:30 de la mañana del martes, cuando pasamos a ser del número 65 al número “quién sabe” en menos de media hora.

De nuestra cola adelantaron a las personas de la tercera edad, a las familias con niños pequeños, y a otros que “no tienen nada que ver con pasaporte”. Ah, bueno…

Las campanas nos recordaban la hora, las y quince, las y media, un cuarto para las… y la otra hora. Un drama teatral de larga duración, que se da una semana sí y otra no; “semana administrativa”, le dicen.

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Foto Lorena Gil
Acto 2: Una boca responde, cientos preguntan

Una sola funcionaria atendía a centenares de personas en las escaleras de entrada del Teatro Municipal. Trataba de ser paciente, pero la multitud la desbordaba, había un grupo paralelo en la acera, tratando de informarse también. No entendían que esa larga cola que hacíamos era para informarnos si nuestro caso procedía o no, igual que ellos. Sospechábamos que en cualquier momento se replegaría, cansada. Faltaban menos de 10 personas para nuestro turno y se retiró, eran como las 10.30 a. m.

Mientras tanto la cola seguía creciendo, serpenteante, por allá donde amanecimos hace más de cinco horas.

Pero la mujer, pequeña y fornida, volvió pronto. Bajo el sol, enfundada en su chaqueta de uniforme, revisaba papeles, indicaba lo que faltaba, hacía una marquita en los documentos y casi todos tenían que ir a un cyber cercano a completar “la tarea”.

Ninguno de esos requisitos están en la página web del Saime, hay que tener un amigo que lo haya hecho antes para enterarse de qué llevar. Igual siempre faltará algo. Nos tocó.

Fuimos al cyber y allí las diligencias sí se hacen a la velocidad del rayo, ¿no querrán trabajar en Atención al Ciudadano? También te indican amablemente dónde ir al baño. Un restaurante cercano entendió que no solo la comida era el negocio, sino además alquilar este servicio básico. Pagamos cuatro bolívares por el baño, con tarjeta en punto de venta.

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Foto: Luis Morillo
Acto 3: “Detenidos” en la cola

Nos metemos bajo las tiras amarillas de “cuidado, no pase” y pasamos. Mostramos la marquita hecha por la funcionaria en los documentos al guardia malacara.

—¡Sin acompañantes!

Solo pasan los niños con sus representantes… y suponemos que alguna persona con discapacidad con alguien que la ayude. De resto las colas se reducen y las meten por unos andamios que “separan” las filas, bajo el sol o la lluvia. ¿Qué más da?

Nada como una cola para sentirse detenido, sí, inmóvil, pero también como preso. El cuerpo trata de no responder a sus necesidades básicas y hay quien no come ni bebe para que el organismo no exija nada en esas horas cruciales de obtener un documento. Si se sale de la cola, quizá se pierde todo, como los deportistas que se lesionan en los Juegos Olímpicos.

Todavía hay cierta libertad entre los andamios aunque el sol te cueza el cerebro hambriento y sediento. Se puede usar el teléfono, mandar stickers a los acompañantes y serenarlos con que faltan apenas 30 personas para entrar. Ya se conocen los que comparten la vida desde la madrugada, preguntan por los que se quedaron del otro lado de las cuerdas amarillas, ellos son parte del drama.

Traspasar la puerta es entrar en “la detención”. La oficina de Atención al Ciudadano se convierte en “¡Atención, ciudadano!” La primera advertencia: no puedes usar el celular.

—El lunes en la noche amenazaban a la gente con que si usaban el celular los sacarían de la oficina y perderían su turno —contó afuera una señora agotada.

Era de la cola “apéndice”. El lunes estuvo desde las 6:00 de la mañana y salió de allí a las 10:00 de la noche sin ser atendida, le marcaron la cédula para que volviera el martes. Su trámite no era pasaporte, pero también era un drama. Esperaba a un familiar que seguía adentro.

Afuera no sabemos qué pasa. Adentro se angustian por no poder avisar.

Una funcionaria va moviendo a cada ciudadano de silla en silla para mantener el orden de la cola. “Ahí, ahí, ahí”, dice con énfasis señalando dónde debe ir cada quien en el apretujamiento de tantas sillas. Los padres tienen que cargar a sus hijos, aunque sean adolescentes y pesen una barbaridad. Es una silla por cada caso, no hay objeciones.

Alguien casi se desmaya por no haber comido. Le pasan un chocolate y se repone un poco. Ya perdió su trabajo en el exterior y aún no le entregan su pasaporte para regresar.

Otro perdió el dinero de su prórroga: “Vuelva a hacer el pago y en algún momento se retornará el dinero”. No valdrá lo mismo, plata perdida, si es que llega.

Otra, más mayor y angustiada, vino de Oriente el día anterior y durmió en el terminal, necesitaba una solución porque en la noche tenía que regresar: “Espere afuera”.

Otra debe viajar para un torneo de tenis a representar al país y solo falta imprimir el pasaporte: le faltan requisitos.

Otro tiene toda su familia y trabajo en el exterior y vino a su país para renovar su documento: su país lo siente, pero no se lo puede dar porque no hay un motivo de “trabajo, deporte, enfermedad o estudio” que lo justifique.

A otro le falta la “carta de motivos”.

—¿Qué es eso?

Le explican los compañeros de drama. Una funcionaria diligente le saca una hoja para que la escriba a mano. “Dirigida a Gustavo Vizcaíno, director del Saime”.

¿Las leerá o solo es para acumular papel de aprovechar? Preguntas retóricas que se hacen los de adentro y los de afuera, que esperan a la intemperie el desenlace de la épica que empezó ya hace más de 11 horas.

Los de afuera se enteran de los gestores. Los más furiosos de los que esperan son los que pagan por el trámite y no se lo resuelven. Los que van por las vías normales se arman de paciencia.

Van saliendo los “conocidos” de la madrugada. Algunos sin solución, otros con una promesa.

Mientras Vizcaíno en Twitter pide a los que están en el país calma y paciencia: “Tu pasaporte está garantizado, te va a llegar, está en los servidores, esperemos que haga el proceso que son entre siete a quince días hábiles, se imprimen los documentos y vamos a hacer llegar el pasaporte a la brevedad posible a todas las oficinas Saime en los diferentes estados del país”.

Más adelante, remata: “Yo lo he dicho, si hay alguien que requiera su pasaporte por alguna urgencia, porque padece una enfermedad penosa, grave, ¡venga al Saime, a la oficina de Atención al Ciudadano!, y Gustavo Vizcaíno, a través del equipo que tenemos, le agilizamos el trámite y le imprimimos su pasaporte”.

Aquí, en el atrio del Teatro Municipal, al lado de la única sede en que atienden estos casos, esperan desde la madrugada cientos de venezolanos con urgencias confiando en que lo que dice Vizcaíno sea una realidad. Pero sabemos que la realidad dura más de 12 horas, más de 15 días hábiles, meses, y no hay butacas para tanta gente en el sainete que se arma al lado del Municipal.

Post Scriptum: Si cree que aquí acaba el drama, le recuerdo que, si tuvo buena suerte en la oficina principal del Saime, todavía le toca esperar que le llegue el correo de “impreso” y luego que se lo entreguen. Suerte y gaceta…


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