El largometraje es dirigido por Hernán Jabes, quien logra un clima de constante tensión en una trama sostenida por un contexto que va de la perversidad a la soledad de sus personajes

Caracas. Este año se estrenó en Venezuela la segunda adaptación de una novela de Eduardo Sánchez Rugeles. El año pasado finalmente se vio en salas nacionales Dirección opuesta, bajo la lectura de Alejandro Bellame, y desde agosto está en la cartelera Jezabel, de Hernán Jabes.

En ambas, el autor ha sido coautor del guion junto con los cineastas. Una experiencia de la que tuvo que aprender desde cero. Él, acostumbrado a la imagen que solo evoca la palabra escrita, se adentró en un mundo que exige otras dinámicas.

Ahora, los planes son seguir. Mientras, desde España ve lo que ocurre con el largometraje más reciente, una historia basada en un thriller que publicó en 2013 con Ediciones B sobre cuatro jóvenes caraqueños que se ven envueltos en un crimen, estudiantes que se comportan de una manera abyecta, que caminan en el vacío en una ciudad cada vez más adversa y distante. Jezabel es también una lectura a un país en revolución que carcome, un lugar que perdió su brújula y que anda a la deriva, mientras sus habitantes resuelven de la mejor manera, a pesar de la hostilidad.

La película es protagonizada por Gabriel Agüero (Alain), Eliane Chipia (Eli), Johanna Juliethe (Loló) y Shakti Maal (Cacá). Participó en el Festival Internacional de Cine de Barcelona-Sant Jordi y, más recientemente, obtuvo cuatro premios en el Festival del Cine Venezolano de Mérida.

¿Cómo fue ese momento en el que vio por primera vez la película terminada?

—La había visto muchas veces. Hernán tuvo la generosidad de mostrarme los primeros cortes. Me iba compartiendo material. Incluso, sin tener un editor establecido, cuando montaba cosas, me mostraba lo que llevaba. Por ejemplo, la escena de la fiesta con la canción de Famasloop, fue lo primero que vi. Cuando entra la posproducción de México y Clementina Mantellini le da la forma, tenía claro lo que iba a encontrar. Ella tomó decisiones muy importantes. La satisfacción fue enorme. Me quedé con la sensación de ver una gran astucia al mover ciertas cosas de lugar, decisiones que no se nos habían ocurrido. Eso en lo técnico, pero el visionado lo tenía masticado. Hernán me iba compartiendo con gran entusiasmo lo que editaba.

Jezabel es una película que no deja a nadie indiferente. Están los que la aman y los que no la digieren. Es una película fuerte para lo que se acostumbra en el cine venezolano

—En ese componente de provocación y transgresión no deja a las personas indiferentes. La aman o no pueden con ella. A las personas que no les ha gustado, reconocen que está bien hecha, elogian el trabajo actoral, los elementos de fotografía y demás, pero les parece repulsiva. La ven como un lugar al que no quieren voltear. Ese es el tipo de comentarios que me hacen, los que se refieren a un rechazo visceral hacia ciertos temas.

Me he dado cuenta de que hay quienes me dicen que es muy fuerte, y cuando trato de analizar sus comentarios, se refieren al tema homoerótico. Entonces, en algunas personas hay cierta homofobia por escenas que les espantan. Me dicen que no están acostumbrados, que les parecen raras, que no entran en sus valores o en su visión del mundo. He notado más rechazo hacia esa cuestión que a la violencia, que es donde considero que puede haber un debate interesante.

Hay todo un compendio de temas álgidos, políticamente incorrectos en un momento en el que gran parte de nuestro cine, del lenguaje con el que nos comunicamos por redes sociales, pasa por ese filtro, entre lo que puedes decir y lo que no. Esta película rompe con todo y es transgresora. La gente se sorprende y surge ese marasmo. Pasan los días y te quedas con la película en la cabeza porque te dijo algo, así no te haya gustado. Jezabel genera un malestar que permanece y deseas entender. Están estos jóvenes que no creen en nada, amorales. Yo la había visto en grupos pequeños, pero tuve la oportunidad de verla en pantalla grande en el Festival de Cine de Barcelona. Mucha gente tuvo comentarios positivos, pero otros sentían como una náusea. Eso me parece interesante.

Jezabel
La película se adentra en un grupo de jóvenes encerrados en un mundo violento

¿Estaría de acuerdo en decir que es una película sobre la perversidad?

—(Piensa) Sí, de alguna forma hay mucha perversión, tanto en el protagonista como en la trama y en el contexto. Me parece una lectura apropiada. Todo es perverso y podrido en el universo de Jezabel. No son los chicos, sino que están en un entorno muy envilecido. La perversión lo permea todo.

Un entorno envilecido que ellos también ven en tercera persona, muy lejanos a esa vileza alrededor. Observamos como uno de los personajes grita que odia Caracas, pero ellos son ajenos a la ciudad. Están de una manera satélite…

—Ellos están en una burbuja, pero una muy pequeñita. Son ellos cuatro. No entra nadie más. No se arriesgan a salir, pero claramente no están cómodos porque no conectan con nada. No tienen nada que les genere pasión, empatía. No tienen familia. ¿Dónde están los padres de estos muchachos? Hay una genialidad de Hernán, por ejemplo, cuando pone al padre de Loló fuera de foco. Así es como ellos lo sienten. Siempre están en otro lugar, con otro discurso. La madre de Alain es otro caso similar. Ellos están en soledad. No se reconocen ni en el país, ni en la ciudad, ni en el contexto laboral o amistoso. Vemos a Alain en el periódico, pero le da igual. Es una persona totalmente vacía en muchos sentidos. Todo eso está permeando la película.

Eso le iba a preguntar. Esas ausencias subrayadas, la falta de familia, que está desdibujada en la dinámica de los hijos. Fue una licencia acertada en la película. Varias personas lo notan como uno de los factores determinantes.

—Sí. Los padres no están. Sin querer hacer una película moral, una de las observaciones que podemos hacer sobre los personajes de esta generación con estas características socioeconómicas, está relacionada con la pregunta sobre la familia. Por eso se refuerza la malicia, la falta de interés por todo, la ausencia de pasión. Están a la merced de sus instintos. 

También hay ímpetu, como bien dijo al comienzo, de ir en contra de la corrección política que vemos en buenas obras que apuestan por el gran público. ¿Cómo podría encajar eso en estos tiempos frágiles en la opinión pública y juicios ligeros?

—Creo que la gente lo aprecia al fondo. Aplauden cuando ocurren este tipo de eventos. Pienso que es agotador desde el punto de vista estético. Esas películas que tienen la misma fórmula moral en la que pasa siempre lo mismo, en la que no se pueden decir determinadas cosas o se tienen que hacer de una manera. Eso es muy fastidioso cuando lo ves reiteradamente en las historias. Cuando cambias un pequeño detalle, cuando te sales de ese guion, la gente lo aprecia porque la vida es así. La vida cotidiana no está regida por ese manual de urbanidad de las redes sociales, en las que tienes que estar vigilante sobre lo que dices, a quién lo dices o cómo lo dices. Me refiero a cuestiones raciales o de género. Hay una camisa de fuerza sobre lo correcto. Cuando te enfrentas a este tipo de contenido, como puede ser el de Gaspar Noé en Francia o el de Hernán con Jezabel, te mueve el paradigma moral que te ha tocado vivir. Te seduce o lo rechazas, pero te mueves. Eso es atractivo.

Cuando uno se enfoca en personajes como el de Alain, pareciera no haber cabida para la esperanza, pero en ellas se ve que hay oportunidad para otros derroteros. Ahí quizás está la luz en medio de esa hostilidad.

—Sin dudas. La dificultad para responder esa pregunta pasa por el tema de los spoilers. (Ríe). Toca profundizar en los personajes femeninos sin develar la trama. Pero es cierto que si bien él es quien tiene el control de toda esta historia, en el personaje de Loló hay un giro. Si usamos el lenguaje 2.0, hay un empoderamiento muy rico y virtuoso. También en Eli hay un afán por escapar. Lo que pasa es que el entorno no permite muchas cosas. Estoy contigo. Ellas tienen mucha fuerza y luz dentro de toda esa oscuridad.

¿Este proceso fue posterior a lo ocurrido con Dirección opuesta?

—Fueron unos tres años después de haber hecho Dirección opuesta. Conocí a Hernán y empezamos a trabajar. Es más contemporáneo con Las consecuencias de Claudia Pinto Emperador.

Como autor de las novelas y coguionista de las adaptaciones, ¿qué diferencia hay entre lo que hizo con Dirección opuesta y lo que ahora se ve en Jezabel?

—Lo veo tan cercano que lo veo como un proceso de aprendizaje continuo. Aprendí a escribir para cine. Soy novelista, tengo muchos vicios de la literatura. Cuando trabajo un guion, hay otros códigos. Eso lo aprendí con mi profesor de pregrado, Alejandro Bellame, mi profesor de maestría, Hernán Jabes, y mi profesora de doctorado, Claudia Pinto Emperador. (Ríe). En ese orden. Con ellos tres me sentí guionista. Lo puse en mi currículo, arriba en mayúscula. Aprendí a mirar el cine desde la posición de quien escribe. Cómo se hace una cabecera, qué parlamento aporta. Todo ese proceso lo obtuve en esta experiencia conjunta. Me cuesta mucho separar un proceso de otro. Es decir, no te puedo decir que me gusta más Las consecuencias que Jezabel, o que prefiero Jezabel a Dirección opuesta. Yo lo veo como parte de un todo, de un proceso muy orgánico. Estoy muy agradecido con los tres porque han sido mis mentores.

Jezabel
Hace 10 años Hernán Jabes estreno su segundo largometraje, Piedra, papel o tijera

¿Qué otra obra suya ve en la pantalla grande?

—Hace tiempo empezamos a trabajar en un primer draft de Liubliana con Héctor Palma. Pero está en una frase muy verde. Vino la pandemia también y él se mudó a México. No lo hemos retomado. Si bien está en una fase primaria, existe esa hoja de ruta. También debo mencionar El síndrome de Lisboa. Rodrigo Michelangeli, que es director de fotografía de películas como La soledad y La fortaleza de Jorge Thielen Armand, desea hacer su ópera prima sobre esta novela. Comenzamos a trabajar en una primera etapa. No hay una versión de guion escrita, pero sí hemos intercambiado ideas.

La música siempre ha sido un factor importante, pero con Liubliana hubo especial atención porque había un disco como elemento adicional. ¿En el caso de la adaptación tiene pensado algo especial?

—No sé. Está en una fase super verde. No hemos tenido tiempo de conversar. Está el precedente de la composición musical de Álvaro Paiva-Bimbo. Héctor tiene esa información. Habrá que ver cómo es el recorrido para ver qué podemos incorporar de acuerdo a lo que pida la trama. Es tan complejo. Fíjate que Dirección opuesta se estrenó en 2020, pero comenzamos a trabajar en 2011 o 2012. Con Jezabel iniciamos en 2015. Tampoco sabemos qué pueda pasar. Con Jezabel apareció este fondo mexicano para la posproducción, entonces tuvimos que usar técnicos mexicanos para justificarlo. Con Liubliana no sabemos si aparece algún apoyo de Eslovenia y para corresponder debamos tener un músico esloveno, por decir algo.

¿Qué le gustaría que ocurriera con el público, especialmente el venezolano, que vea Jezabel?

—Hasta ahora ese sacudimiento que nos han compartido en las redes sociales me parece interesante. Me gustaría que desapareciera ese cliché que todavía persiste. No sé la razón. Creo que desde hace rato en Venezuela se está haciendo cine de calidad técnica y temática. Las películas no tienen esos defectos de sonido o de imagen que podíamos encontrar en los ochenta o parte de los noventa. Entonces, hay gente que ve Jezabel y dice que no parece venezolana. Afirman que se escucha perfecto, por ejemplo. Pero hace rato que eso no ocurre. ¿Por qué nos quedamos con esas lecturas de la tradición fílmica?

Otra cosa que ocurre con Jezabel, es que cuando se hace la promoción, se subraya la violencia y todo lo demás, pero nos dicen que es más de lo mismo: historias de muertes, groserías y asesinatos. Sabemos muy bien que eso no es así. Existe ese cliché sobre la mesa. No me gusta. Y si la película puede contribuir a que termine, sería maravilloso. Hay trabajos valiosos como los de Gustavo Rondón, Rober Calzadilla o Miguel Ferrari.

¿Qué le hace confiar en un director al momento de entregar una obra para la adaptación?

—Creo que son fundamentales las primeras conversaciones. A los tres con los que he trabajado hasta ahora con películas finalizadas, Alejandro, Claudia y Hernán, los conocí por estos proyectos. Llegué a ellos con la intención de hacer estas películas. Nos damos un tiempo para conocernos, ver qué cine nos gusta y generar amistad. Eso es importante. También tengo colaboraciones fallidas. Personas con las que había una relación de amistad, pero no coincidíamos en la mirada. Te das cuenta en las primeras reuniones de que eso no va a funcionar. Me ha pasado que en la tercera reunión digo que no es buena idea porque la colaboración será problemática. La otra persona quiere hacer una cosa y yo otra.

Si bien no tiene que haber total coincidencia, porque es interesante que en la escritura haya debate, ideas y conflictos para que la cosa crezca, es primordial la sintonía. Si la sintonía está enrarecida desde las primeras reuniones, el proyecto está condenado al fracaso. No tiene que haber necesariamente amistad, pero sí una empatía y claridad sobre lo que se quiere hacer.

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