Finalmente se estrenó en Venezuela la adaptación de Hernán Jabes a la novela de Eduardo Sánchez Rugeles

Caracas. Eduardo Sánchez Rugeles ha sido un observador de la aparente generación vencida, esa que, en medio de un país en constante tragedia, ha visto su futuro amenazado por la vileza de un contexto desgarrador. 

En Blue Label/Etiqueta azul contó cómo un par de jóvenes soñaban con el idilio del escape. Esa historia fue llevada al cine por Alejandro Bellame en Dirección opuesta, que se estrenó en Venezuela el año pasado. Una adaptación formidable que subrayó ese espíritu diáfano de una juventud que no se quiere contaminar por un contexto carcomido. 

Un año después se estrena en el país Jezabel, que se basa en la novela del mismo nombre que el escritor venezolano publicó en 2013. Y para este proceso estuvo a la cabeza Hernán Jabes, uno de los cineastas que en años recientes ha tenido un pulso perspicaz para llevar a la gran pantalla las afluencias de sentimientos de quienes son testigos de lo que acá ocurre. 

Jezabel
La trama de la película transcurre durante el año 2017

Y no es que el cine de Hernán busque hacer denuncia explícita, sino que, en esa profundización de la personalidad de sus personajes, hay sin duda una impronta íntima de los pesares tanto del creador, como de quien lo rodea. Es inevitable hacer ficción sin inmiscuirse en el proceso todo lo que directa o indirectamente se recibe. 

Ahora, en Jezabel, tanto el cineasta como el escritor de la novela son coautores del guion. La película muestra a un grupo de adolescentes en la convulsa Caracas de 2017. La narración se hace en retrospectiva, desde 2033, cuando ya estos muchachos son adultos y la revolución ha pasado.

Alain (Gabriel Agüero), Eli (Eliane Chipia), Loló (Johanna Juliethe) y Cacá (Shakti Maal) viven apartados del mundo, en medio de gustos y prácticas que van de la más fervorosa búsqueda del placer a rutinas despiadadas para desligarse de las consecuencias de sus actos. Maneras de venganza y reafirmación de poder en una impetuosa muestra de aparente superioridad ante quienes los rodean. Van al colegio, sí, pero tan solo es un momento de relativa calma mientras cavilan cómo será la tarde. Ellos están al margen de todo lo que ocurre en las calles. No les interesa. 

Aparentemente, son unos jóvenes rebeldes, hastiados de las imposiciones de un sistema educativo en un país sin promesas. Sin embargo, Jezabel da un vuelco hacia otros caminos, en los que la perversidad y la manipulación psicótica cobran más fuerza, sin un responsable claro de cada uno de los hechos.

Jezabel
Uno de los aciertos del largometraje es el cuidado de cada imagen presentada

La aparición de Salvador (Erich Wildpret) es clave. Interpreta a un periodista famoso por escarbar en los sombríos asuntos de la revolución. Entonces, se interesa en indagar en lo que realmente ocurrió años atrás con la muerte de la joven Eli. Se convierte en una especie de conciencia que desde el fervor de su profesión encuentra costuras. 

Desde ese momento surgen las otras miradas de lo que al principio se contaba. Hábilmente, el director hilvana una trama en la que el espectador descubre y toma posiciones, pero inmediatamente lo que se pensaba como certeza deja de serlo.

Los responsables de Jezabel se valen de distintos recursos metafóricos para resaltar lo que acontece en pantalla. Una simple ducha para quitar el sucio no cumple su objetivo cuando son recordados los pormenores de una injusticia. Por otro lado, la falla de un carro lleva las ruinas de unos edificios que nunca se construyeron, como un espejo en el que la memoria y la vida tan solo son un ensayo no concluido de un plan.

Jezabel
Jezabel también destaca por el cambio físico de sus personajes durante la trama

Importante además cómo se maneja la ausencia de los adultos, con rostros casi borrosos, con voces casi inaudibles. Solo cobran vigor cuando aparecen personajes que asumen momentáneamente el rol que algunos jóvenes tanto buscaron. Destacable además el trabajo físico del elenco principal para mostrar los cambios de la adolescencia a la adultez. 

En Venezuela la película es clase D, para mayores de 21 años de edad, una decisión exacerbada cuando se trata de una historia sobre jóvenes en medio de peligros para nada inverosímiles; una historia inmediatamente abierta a la discusión y la advertencia.

Jezabel
El desarraigo emocional de los jóvenes protagonistas es un aspecto bien desarrollado en el trama

No hay nada al azar en Jezabel. Cada escena, canción y diálogo concatena intenciones por parte del equipo. Decisiones editoriales que incomodan para generar el clima perturbador en el que se encuentran esos personajes, como un recordatorio de que el cine también es eso, mostrar la vida y sus inevitables peligros, y a veces, desesperanzadoras acciones. Todo con una apropiada visión de Gerard Uzcátegui, quien desde la dirección de fotografía logra reunir los elementos para acentuar más el discurso con cada elemento. 

Es un largometraje de alta factura en su producción. Jezabel se estrena para posicionarse como una de las mejores películas del año, y en el ámbito de la cinematografía nacional, como una obra que corresponde a su momento para quedar para la posteridad como una de las más certeras películas realizadas por venezolanos. Un thriller que tenuemente es también contundente en la realidad política venezolana, pero que sin reparo se dedica a la diversidad de la naturaleza humana en una comunidad. 

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