Venezolanos y colombianos trasladan alimentos y otros productos en bicicleta por el puente. A diario cruzan por el puesto fronterizo entre 250 y 300 bicicletas.

Caracas. Sobre ruedas venezolanos y colombianos cruzan a diario los 210 metros de largo del Puente Internacional Francisco de Paula Santander, segunda vía terrestre que comunica a Ureña (Venezuela) con Cúcuta (Colombia). Son bicicletas con grandes cestas adaptadas en la parte trasera o con sacos improvisados que sirven de sostén para la carga de alimentos, artículos de higiene personal y hasta repuestos de carros.

Ingrid Mora, de 45 años de edad, es ciudadana colombiana, pero vive en Ureña. Utiliza la bicicleta para ir a Cúcuta. Comparte el vehículo con su esposo, “un ratico él y otro yo”, dice. “Cada semana venimos a hacer mercado. Sobre todo, a comprar arroz, aceite, verduras. Con la bicicleta nos ahorramos el transporte en Ureña”.

Desde que Venezuela decidió en 2015 cerrar el paso fronterizo, los vehículos y las personas dejaron de circular por la zona. Ese mismo año se habilitó el paso humanitario y el 13 de agosto de 2016 oficialmente se reabrió la frontera sin permitir el ingreso de carros. En promedio, unos 30.000 venezolanos pasan a diario a la nación neogranadina con la Tarjeta de Movilidad Fronteriza, según datos de Migración Colombia.

Hoy son entre 250 y 300 bicicletas las que diariamente cruzan por el puente que fue construido en 1961, según dijo un oficial de Migración Colombia desde el puesto fronterizo en Cúcuta. Entre la muchedumbre que se agrupa en los dos carriles del puente, venezolanos y colombianos sorprenden sobre ruedas.

Reyker Araujo, un joven venezolano de 16 años, cruzó el puente desde Venezuela para comprar un kilo de azúcar y un cartón de huevos. “Vengo a comprar comida, mi abuela me manda porque en Ureña es más caro”. En Venezuela la canasta alimentaria superó los 360.000 bolívares en enero, el equivalente a dos años de salario mínimo —este último fijado en 18.000 bolívares.

Es más rápido cruzar el puente en bicicleta, aguanto menos calor. Además, tengo un negocio de repuestos en Venezuela. Cuando voy a vender algo paso en la cicla, entrego y me vengo otra vez, cuenta Freddy Matheuz, colombiano de 38 años de edad.

No existe una regulación para el uso de la bicicleta en el puente. Las personas saben que, al menos del lado de Venezuela, deben usar el casco, y al pasar por el puesto migratorio de Colombia, deben hacerlo caminando.  No me han pedido nunca nada, pero cargo la factura de compra de la bicicleta y mis documentos, sostiene Matheuz.

Ingrid Mora y su esposo. Foto: Luis Morillo

Un mercado en bicicleta

Quienes no tienen bicicletas y esperan aligerar la carga en los próximos 210 metros, contratan a personas que trasladan los alimentos hacia Venezuela. Pagan aproximadamente 6000 pesos para que les carguen los productos. Miguel Aguilar, de 58 años de edad, dice que sube en su bicicleta “lo que se pueda llevar”.

Son venezolanos que vienen para acá a comprar porque dicen que en Venezuela no se consiguen. Aquí monto papa, yuca, de todo. Este colombiano hace hasta tres viajes diarios.

Zabie Jacobo tiene 15 años de edad y es venezolano. Vive en Ureña y desde hace dos meses trabaja transportando los mercados que hacen sus compatriotas. Pedalea y pedalea para lograr reunir cada día 25.000 personas, unos 25.000 bolívares.

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Zabie JacoboFoto: Luis Morillo

Jacobo dejó de estudiar, “mis padres me mandaban sin desayunar. Es mejor ponerme a trabajar”, cuenta. Con tan solo 60 días trabajando en el puente, dice que ha podido pasar cauchos, cerámicas. “Tú cuadras con el guardia en Venezuela y puedes pasar hasta electrodomésticos. Lo pasamos en la noche”.


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