A 22 días de haberse implementado la cuarentena, las calles en horas de la mañana siguen repletas de compradores. Los buhoneros y los que compran dólares siguen trabajando, aunque solo les permiten estar hasta las 11:00 a. m. Luego de esa hora todos tienen que despejar las vías, quieran o no, hayan tenido ganancias en el día o no. Este Miércoles Santo se sabrá si habrá actividad comercial Jueves y Viernes santos.
Caracas. En Catia están en resistencia frente al COVID-19, que hasta el momento ha cobrado la vida de siete venezolanos y mantiene enfermos a 165 ciudadanos. Desde que comenzó la cuarentena, hace 22 días, la zona popular se ha viralizado por las redes sociales, debido a que sus calles son más que un mercado persa. Gente de todos lados van hasta ese extremo del oeste capitalino en busca de comida barata, desafiando las medidas de prevención.
“Si entra el coronavirus a Catia se acaba toda Venezuela”. Esa era una frase que se repetía con cada foto y video que se compartía por las redes sociales.
La gente en defensa de la situación respondía: “Aquí vivimos del día a día”.
El mito colectivo es que los precios de los productos alimenticios en esa zona son más asequibles.
Mientras en Coche, donde está el Mercado Mayor, un kilo de queso puede llegar a costar 500.000 bolívares, en la calle Argentina de Catia se puede conseguir en 360.000 bolívares.
“Para un humilde trabajador, como yo, eso hace mucha diferencia. Aquí compro el queso, unos aliños y me llevo un poquito de cambur”, calculó Isaac Salas.
Esa cuenta la sacan muchos. “Fíjate, aquí compra la gente que tiene bodeguitas en los cerros. Vienen por la caja de huevos, por la paca de harina, de azúcar. Por eso es que hay tantas personas”, comentó un PNB.
Un día normal
En Catia hay policías y barricadas en todas las calles cercanas al mercado municipal, que aún permanece cerrado.
La Argentina, la Colombia y la México tienen tanta gente como un día normal. Lo diferente es que no hay paso de vehículos y los vendedores informales no tienen los tarantines puestos.
Desde antes de las 7:00 a. m. empieza el desfile de compradores. A esa hora algunos comienzan a marcar las colas en los negocios de la charcutería y de pollo.
El movimiento se inicia temprano, pues ya a las 10:30 a. m. los policías empiezan a recordar que la actividad comercial es hasta las 11:00 a. m. Algo que no ocurre en otras zonas donde se extiende hasta las 2:00 p. m.
El límite es más corto, explican los policías, por la cantidad de personas en la calle. “Si les decimos que es hasta las 12:00, son las 2:00 y todavía hay gente en los negocios. Aquí lo hacemos así y poco a poco han entendido”, dijo un funcionario.
A pesar de la escasez de gasolina, hay despacho de mercancía. Los camiones pueden pasar el cordón policial después de las 12:00 p. m. Son los únicos, además de los motorizados, que pueden circular; aun así en Catia están en resistencia y los que no pueden pasar el cerco lo hacen por el bulevar, por donde les está permitido el acceso.
La aglomeración de personas es alrededor de los comercios, por eso se dice que en Catia están en resistencia. Solo en el bulevar, donde todas las tiendas están cerradas atendiendo el decreto de emergencia nacional, se ven sentados algunos vecinos, en su mayoría de la tercera edad.
Hasta los buhoneros y los que compran dólares tienen que agarrar camino para su casa antes del mediodía.
Es duro en cuarentena
“No es fácil, uno vende menos. Se está haciendo dinero solo para llevar la comida a la casa. Me pongo con pocas manos de cambur, a riesgo de todo, del coronavirus y de la policía, que me puede quitar la mercancía. No es como antes, son días difíciles”, dijo un vendedor.
Otra que estaba con un carrito de mercado ofertando productos de la caja Clap, también se refirió al poco tiempo que tienen para trabajar.
Pero destacó que acata la orden. “De otra forma uno puede quedarse sin comida, y este es mi sustento diario”, dijo mientras le respondía a una posible compradora que el precio de una lata de atún –producto de la caja– era un dólar.
En la calle Argentina, la más concurrida, hay colas que no respetan el metro y medio de distancia. Sí se observó que todo el mundo lleva el tapabocas y, algunos, guantes de látex.
Quienes más hacen presencia son hombres con morrales, los llamados bachaqueros, a quienes la propagación del virus de forma comunitaria no les hace ni coquito.
Se reúnen, se tocan, conversan, muestran los productos y van de un extremo a otro desafiando la cuarentena.
Hay unos que están parados en las aceras y esquinas. No venden ni bachaquean producto alguno, pero a los lugareños esas personas no intimidan. Tal vez saben cuál es el papel que cumplen. En cambio, para alguien que no es asiduo de la zona, como un equipo de prensa como el nuestro, esos hombres son como “vigilantes”, pues le siguen con las miradas y están pendientes de las conversaciones de los extraños.
En medio del bululú también van mujeres con niños en los brazos, abuelos arrastrando las bolsas y los bastones, y mendigos a quienes el hambre no da tregua.
Catia resiste
Catia, a pesar que se resiste al COVID-19, sí ha cambiado un poco. Ya no tiene el ruido incesante de las cornetas, tampoco el ronroneo de las motos y los cúmulos de basura han disminuido un tanto.
Tampoco el grito de los buhoneros ofertando la mercancía tiene ese eco ensordecedor.
Se nota cansancio en la población, y en los vendedores, una sensación de agobio. La presencia policial les pisa los talones. “La rutina cambió y no se sabe cuándo regrese todo a la normalidad. Esto como que es para rato”, dijo un comerciante.
Todo pasa rápido en Catia. Al que no le da tiempo de comprar ni que le llore a los policías, pues las santamarías bajan sin contemplación.
Ya a las 12:00 p. m. el panorama se hace más claro, se ve el color del asfalto y sus enormes huecos; se pueden leer los graffitis en las paredes y la gente empieza a asomarse en los balcones que están arriba de los locales comerciales.
Ese es el timbre, ese es el momento que indica que la cuarentena comienza su efectividad. “Es bueno que publiquen esas fotos, para que se vea que no es todo el día que la gente está en la calle”, comentó un PNB.
Poco a poco empiezan las calles a quedar vacías. Nadie cruza los cercos policiales, solo los rezagados que estaban en los comercios.
Mete miedo pero no tanto
Al final de la mañana, vemos que ciertamente el virus mete miedo, pero no tanto como para mantener esa zona aislada.
De los 165 casos positivos anunciados por el gobierno de Nicolás Maduro, 27 son de Distrito Capital. Pero no se sabe la distribución geográfica exacta de los enfermos.
Maduro, desde el inicio de la pandemia en el país, el pasado 13 de marzo, ha vinculado a los pacientes con zonas del este caraqueño.
Hasta que el 29 de marzo, cuando anunció la muerte de un señor en Antímano, fue cuando empezó a hablar de los casos comunitarios.
De Catia, a pesar de ser una zona de alta frecuencia peatonal y un caldo de cultivo para la propagación del virus, no se sabe oficialmente de casos positivos.
Ahora, está acordonada, vehicularmente hablando, y limitada la actividad comercial.
Aún no se aplican sanciones a los que violen la cuarentena y todavía se desconoce cómo se trabajará los días Jueves y Viernes Santos con la venta de pescado y verduras, una tradición del sector.
“Catia hace resistencia al COVID-19, y mañana será otro día”, se oye decir entre los murmullos de la gente.
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