Muchos usuarios critican a estas personas que recorren todo el vagón pidiendo dinero o un pedazo de pan, otros se conmueven y los ayudan con algo de dinero.

Caracas. En el andén de la estación Parque Carabobo, Juana Gómez esperaba el tren. Dentro de un fular sostenía contra su pecho a una bebé de nueve meses y en sus hombros cargaba una mochila que le ocupa toda la espalda. Es una mujer que no pasa de 35 años, pero aparenta más edad. Su rostro expresa cansancio y apenas son las 2:00 p. m. De su mano derecha se agarra una niña de dos años a la que se le notan los huesos por debajo de su blusa rosa de Hello Kity, y un niño más grandecito se sitúa a su lado llevando un bolso que opaca su cuerpo de seis años. Todos los menores de edad son hijos de Juana, y los dos mayores no asisten al colegio.

Gómez abordó el vagón en el extremo contrario a la cabina ocupada por el operador del tren, y en lo que este cerró sus puertas dio las buenas tardes a los usuarios y comenzó a explicar las razones que la llevan a pedirle a la gente un pedazo de pan, algún alimento o dinero para comprar comida y darle el almuerzo a sus tres chamos que no han probado bocado a esa hora del día.

“En las mañanas, a veces me salen unos trabajitos y voy a casas de familia a planchar. Pero eso no es todo los días. Hoy fui a trabajar en la mañana a un apartamento por La Candelaria, pero lo que me pagan me alcanza para uno o dos días de la comida del día para mis hijos y para mí”, comentó Gómez, quien prefirió resguardar su verdadera identidad bajo ese nombre.

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Como Juana hay innumerables hombres, mujeres y hasta niños que pueden estar todo el día dentro del Metro de Caracas, recorriendo los vagones en busca de dinero o comida de sobra. Hay algunos que con récipe en mano explican que necesitan la ayuda para adquirir un tratamiento médico o para un familiar hospitalizado. También hay otros testimonios más crudos, como los de aquellos con heridas frescas o tornillos en una pierna que sobresalen por encima de un pantalón, y otros que se levantan la franela para mostrar cicatrices que les atraviesan todo el pecho.

“En el Metro siempre han estado este tipo de personas [mendigos] que viven en la calle y lo que hacen es pedir, pero debido a la crisis económica que vive el país, cada vez que uno se monta [en el Metro] así sea en una estación alguien aparece pidiendo dinero. Hace unos años había más control porque los operadores los sacaban de los trenes o el boleto duraba dos horas y para salir lo tenías que usar, si tardabas más se te bloqueaba”, recordó Omaira Núñez, quien aborda el sistema todas las mañanas en la estación Chacao hasta Capitolio para ir a su trabajo.

Mientras varios usuarios ingresaban al tren que se detenía en Palo Verde, Julián, un niño de 11 años, esperó que las puertas se comenzaran a cerrar y brincó al interior. De esa manera llamó la atención de varias personas, y con un tono de voz alto para su corta edad, empezó a cantar una canción de letra cristiana. Julián caminaba por varios vagones medianamente vacíos con sus zapatos deportivos blancos, que eran dos tallas más grandes, un mono azul marino y una chemise gris que también le quedaba muy holgada. Sus brazos tenían varias cicatrices, al igual que en algunas zonas de su cuello.

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“En mi casa casi nunca hay nada de comer, vengo aquí a cantar y la gente me da plata”, contó el niño. Cuando se le preguntó por qué no iba al colegio, relató que el plantel queda muy lejos de donde él vive y casi siempre llegaba tarde. Además, su mamá ya no le podía comprar el uniforme, así que salió —o entró— a cantar en el Metro de Caracas. No dijo en qué zona reside y tampoco reveló cuál era su apellido.

Una de las normas del sistema que más repiten los operadores por los altavoces es: “evite colaborar con las personas que ejercen la práctica de la mendicidad”. Quizá muchos caraqueños la hayan escuchado mientras viajan o esperan transporte en el andén, sin embargo, hay otros que se conmueven por las historias de estas personas que tienen que reunir dinero para pagar una habitación en una pensión u hotel; no tienen los medios para alimentar a sus hijos, o no encuentran el medicamento para una enfermedad.

“A mí me da pena pedir dinero [en el Metro] pero no puedo hacer más nada porque la situación es muy difícil y tengo que darles de comer a mis hijos”, dijo Gómez desde el andén de la estación Capitolio, mientras caminaba dijo que daría una vuelta por la avenida Baralt a ver qué conseguía barato para que comieran sus hijos y después ella.

Foto: Mariana Mendoza


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