Reportan casos de malaria, dengue y tuberculosis en campamento instalado en plaza Andrés Eloy Blanco

Ubicada frente a la Basílica Menor de Santa Capilla, en el centro de Caracas, la plaza Andrés Eloy Blanco es motivo de preocupación para los transeúntes. Más de 400 trabajadores petroleros, de seis entidades del país, pernoctan en el lugar para exigir al Estado que se les cancele una indemnización abonada en 2012 por ExxonMobil. Pero el lugar es ahora foco de enfermedades. Voceros de los trabajadores reportan presuntos contagios de malaria y tuberculosis.

Caracas. Con más de 400 “huéspedes” en su explanada, hoy es lo más cercano a un refugio destechado. Ubicada a 4,5 metros por debajo de la avenida Urdaneta, hace rato que la plaza Andrés Eloy Blanco frunció sus mesas de ajedrez y disipó el griterío de las tardes de dominó para albergar el lamento de quienes tomaron por casa sus espacios. Sus actuales “residentes” son trabajadores de los campos petroleros, venidos de seis entidades del país y tienen 190 días de pernocta. Están a la intemperie y dicen que llegaron para quedarse. Exigen unos pasivos laborales al Estado y reclaman su vínculo con ExxonMobil, la petrolera estadounidense, cuyos convenios con Pdvsa cesaron progresivamente con la apertura petrolera de los noventa.

Se trata de una deuda que pesa sobre el Ejecutivo, al que la transnacional abonó las indemnizaciones de sus trabajadores tras un litigio legal. Hoy, más de 6000 empleados, que aseguran haberse jugado la vida en la Faja Petrolífera del Orinoco, reclaman indemnizaciones por distintos motivos. En la plaza, que es considerada cuna y trinchera de la “revolución”, hay quienes sitúan la deuda en, al menos, 10.400 millones de dólares, una suma que no es cualquier despojo y que roba el sueño a quienes decidieron internase allí.

El problema, de carácter laboral, cobra un nuevo matiz y permea el terreno sanitario en una ciudad de por sí relegada en materia de salud. Hoy la también conocida como Plaza Lina Ron es foco de enfermedades. En el lugar, donde yace un campamento en las condiciones más destempladas, se reportan contagios de malaria, dengue y tuberculosis. Las noches sombrías y los dormideros de cartones tendidos al descuido dan un aspecto miserable y desamparado a quienes parecen resignados a la espera. La expectativa, al filo del vértigo, desvela a más de uno.

Foto: Luis Morillo

Rafael Marín es de Maturín, tiene 60 años de edad, pero fácilmente podrían calzarle 10 años más. Piensa que se ha envejecido durmiendo en la plaza, sobre cartones friolentos, arropado con cobijas que cobran el aspecto de un colador.

Aquí hay gente enferma, con dengue y paludismo, que necesita atención, que se quedó en Caracas para hacerse justicia, dice Marín, mientras acomoda su cuerpo sobre un promontorio de maletines bocones, desbordados de ropa.

De noche, el espacio erizado de colchonetas se confunde con un campamento de refugiados. La luz oxidada del lugar, el frío de la temporada, los arrendajos de colchones y la ropa destendida por dondequiera retratan la insistencia de cientos de manifestantes que se niegan a renunciar a sus derechos. Los malos olores son la prueba del hacinamiento.

Foto: Luis Morillo

José Maiz, quien se dice vocero de los trabajadores instalados en la plaza Eloy Blanco, asegura que han muerto, por lo menos, siete personas en los últimos dos meses. Cuatro perdieron la vida en un accidente y a otro le dio un infarto. También contabilizan otras dos bajas, una por paludismo y otra por presunta tuberculosis. Maiz asegura que los manifestantes provienen de los estados Monagas, Guárico, Sucre, Delta Amacuro y Anzoátegui.

Cuenta que las personas con malaria han contraído la enfermedad en el sur y oriente del país, donde la incidencia de la enfermedad es mayor. Y aclara que los infectados con el virus del dengue se han enfermado en la plaza. En el sitio, frente a la Basílica Menor de Santa Capilla, algunos adultos han desarrollado pulmonía y la sospecha de tuberculosis está latente. Algunos, en un intento por resguardarse, comparten remedios y brebajes caseros para eludir lo ineludible: la enfermedad en un lugar sórdido. Ya hubo alguien que murió por tuberculosis. Mucha de esta gente está en riesgo, agrega Maiz.

La mayoría son ancianos, entre 60 y 80 años, en condiciones vulnerables de salud, reportan desde el lugar. El hacinamiento y la falta de servicios juegan en contra de ellos. Sergio Díaz dice que ha dejado de tomar su medicamento por falta de recursos. La hipertensión, que le ahoga el corazón cada cierto tiempo, le resta vitalidad. No se nos ha acercado nadie del Gobierno para ofrecernos ayuda y hay gente que lo necesita.

Foto: Luis Morillo

Desde hace casi 200 días, la dinámica es la misma. Los días, dice Andrés Morillo, se han convertido una especie de ritual inalterable al que no le falta la brega por el agua y la comida. Hay quienes se abastecen del líquido en Plaza Sucre, en Catia. Otros aprovechan el agua que llega, excepcionalmente, a los baños de la plaza Andrés Eloy Blanco, uno de los pocos espacios públicos con el servicio.

La fuente de agua turbia, a medio llenar, hace rato que dejó de ser un ornato en la Eloy Blanco. Su planta en forma de L, de al menos 450 metros, también sirve de baño público. 

Nosotros, los viejos, estamos dispuestos a dejar el pellejo por nuestros pasivos laborales. Es un pago que se remonta al año 97. Aquí nos mantenemos a punta de pan, agua y cambur. Algunos usan cocinas eléctricas para medio comer, remata Ernesto Salazar, quien, asegura, trabajó cinco años para Pdvsa y la ExxonMobil.

Foto: Luis Morillo

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