J. J. Abrams dirige esta película cuya trama revive la nostalgia con personajes añorados, además de calcar situaciones, para cerrar la historia de una estirpe fundamental para el universo creado en los años setenta por George Lucas.

Desde 2015 Disney ha sabido captar la atención con los trailers de la saga de Star Wars. En el primer semestre de 2015 preparó los reencuentros cuando advirtió que Han Solo y Chewbacca volverían al Halcón Milenario.

Comenzaba así una nueva era. Star Wars: El despertar de la fuerza (2015) fue la primera entrega de una trilogía que buscó darle otro ímpetu al mundo que George Lucas empezó a mostrar en 1977.

J. J. Abrams comenzó este nuevo derrotero, que se preveía sin dudas espinoso por las pasiones que levanta esta lucha entre el bien y el mal.

En esa primera entrega de 2015, el cineasta respetó los códigos de ese universo de culto mientras presentaba a los nuevos protagonistas: Rey (Daisy Ridley), Kylo Ren (Adam Driver), Poe (Oscar Isaac) y Finn (John Boyega), además del nuevo droide: BB-8.

Las semejanzas con la primera trilogía eran evidentes. Desde las primeras tomas y momentos en los que un material de gran importancia debe ser llevado a la base rebelde, los paralelismos fueron obvios, pero se entendían como una manera de honrar desde la nostalgia el origen de todo, además de demostrar la influencia de Lucas en el director de películas como Super 8, además de otra saga espacial: Star Trek.

También sirvió para reconectar con los seguidores de los primeros largometrajes, decepcionados con los episodios estrenados entre 1999 y 2005. Fue entendido como una manera de dar la bienvenida nuevamente al hogar, eso sí, con nuevos integrantes. Vale recordar que el guion del filme estuvo a cargo de Abrams junto con Michael Arndt (Los juegos del hambre: En llamas, Toy Story 3) y Lawrence Kasdan (El imperio contraataca y El retorno del Jedi).

Fue un buen comienzo, que recobró la vigorosidad de antaño, a pesar de sus defectos, y además de servir como buen abreboca.

Dos años después, Star Wars: Los últimos jedi, esta vez bajo la dirección de Rian Johnson, buscó dar continuidad a los planteamientos hechos por Abrams. Si bien la película decae cuando buscar darle mayor protagonismo a figuras como Finn y se diluye por los momentos en asuntos que poco aportan a la trama, el director fortalece la historia cuando la mayor atención recae en la preocupación de Luke Skywalker por las capacidades  de Rey, y la delgada línea que la separa del lado oscuro; una disyuntiva de la que Kylo Ren quiere aprovecharse. Hay potencial en la joven para sus planes.

Si bien Johnson fue cuestionado por críticos y fanáticos, el cineasta logró escenas memorables para la saga. Incluso, a pesar de que en Star Wars: Los últimos jedi el humor por momentos es inoportuno en diálogos, la historia sabe cómo insinuar para luego desligarse de lo previsible. Es bueno recordar también el mérito de que en los créditos el nombre de Johnson es el único que figura.

Ahora acaba de estrenarse Star Wars: El ascenso de Skywalker, para la que volvió J. J. Abrams a la dirección después de los muchos cuestionamientos a la entrega anterior.

El ascenso de Skywalker

Esta novena película de la saga cierra la etapa de la estirpe más importante del universo firmado por Lucas. En este filme, desde la presentación del conflicto, se nota esa aprehensión por las fórmulas del pasado, que en 2015 pudo haber sido honor y estrategia, pero en esta ocasión es temor al riesgo.

Rey sigue en conflicto. Ha sido entrenada tanto por Luke como por Leia,  pero Kylo sabe cómo dialogar con ella a pesar de la distancia. Estas discusiones telepáticas en las que incluso pueden inmiscuirse en el espacio en el que se encuentra el otro, son de los mayores aciertos de la trama. Crean una tensión que además subraya la conexión entre ambos y el potencial creciente de Rey en su formación como jedi.

El ascenso de Skywalker

Abrams regala al espectador sublimes luchas con sable, tan respetadas y sagradas para los viejos y nuevos seguidores de Star Wars. No hay desperdicios alguno en los momentos en los que se enfrentan quienes portan estas mítica arma.

Ahora bien, en Star Wars: El ascenso de Skywalker hay otras manos. Además de Abrams como guionista, está Chris Terrio, ganador del Oscar a Mejor Guion Adaptado por Argo (2012), y corresponsable en el mismo rol de Batman vs Superman (2016) y Liga de la justicia (2017). Pero también en los créditos están como autores de la historia Derek Connolly (Jurassic World, Kong: La Isla Calavera, Jurassic World: El reino caído) y Colin Trevorrow (Jurassic World y Jurassic World: El reino caído).

Firman una historia que luce débil al momento de sentenciar a muerte, resucita a quienes se pensaban defenestrados hasta en la memoria, y busca en demasía fortalecerse una vez más en los personajes entrañables. Como un ave con las alas cortadas, se mueve a saltos entre ramas cercanas en buena parte del metraje.

Solo cerca del clímax surgen los sacrificios, pero que llevan además a desapariciones esperadas, pues las circunstancias hacían ya insostenibles esas presencias. También hay otros momentos que sorprenden, pero que igual no impiden los cuestionamientos por el entremés romántico –y para algunos sin fundamento– antes de la partida.

El ascenso de Skywalker

Aunque Abrams anula ciertos planteamientos de las historias anteriores, también salda deudas a favor de la redención de algunos personajes, así como también complace a los fanáticos. En su discurso antitotalitario, también hay un afán populista.

Sin embargo, este cierre invita a la reconciliación con su existencia después de una segunda visita. Es un gran director, que se consagra en la puesta en escena en una aventura espacial y bélica, los enfrentamientos y la tensión de toda persecución exhibida.

Punto a favor que haya permitido una mayor compenetración entre Rey, Poe y Finn, siempre disgregados en las anteriores películas. Porque de eso trata Star Wars, del descubrimiento como individuo, sin dudas, pero también de la innata necesidad de comunidad, la confianza y la lealtad. La familia formada, no necesariamente consanguínea, como ejemplo además de la diversidad y la convivencia entre planetas, que es lo que buscan desde 1977 quienes adversan al Imperio.

Tatooine vuelve a ser escenario para un acto que si bien recurre a la nostalgia, es necesario por no solo por la carga emotiva, sino para la coherencia argumental que busca conectar con el origen y búsqueda de un personaje que ve en la nueva generación el futuro de una tradición legendaria.

Con sus irregularidades, Star Wars: El ascenso de Skywalker cierra la historia de una estirpe. Es complaciente, sí, también es poco atrevida, pero además de su fortaleza visual, hay momentos que recobran el ímpetu de la saga, y que honran el sentimiento de sus personajes y de los espectadores leales desde hace décadas.

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