El investigador de la USB advierte que la confianza en Guaidó y en la Asamblea Nacional han mermado significativamente. Considera que la debilidad institucional de los partidos políticos atenta contra las posibilidades de una transición a la democracia generada desde dentro del país.
Caracas. El profesor titular de la Universidad Simón Bolívar, doctor en Ciencia Política y especialista en Cultura Política Daniel Varnagy compartió con Crónica.Uno su lectura sobre la respuesta de Juan Guaidó ante el despliegue y neutralización del Macutazo, así como el impacto que esos hechos están teniendo en la cohesión de los partidos de oposición.
Opina que Guaidó ha actuado con ambigüedad ante esos eventos y que eso le ha generado una pérdida sostenida de lo que en sociología se denomina capital social, es decir, el conjunto de relaciones que se construyen para desarrollar una sociedad en un sentido productivo (capital social positivo) o para generar relaciones tóxicas (capital social negativo).
Explica que de los tres elementos contenidos en el concepto de capital social (confianza interpersonal, confianza en las instituciones y apoyo a la democracia y la justicia) las acciones de Guaidó a partir del 30 de abril de 2019 han contribuido a socavar dos de ellos: la confianza en su persona y la confianza en la Asamblea Nacional como último bastión de la democracia.
“Estos dos efectos de desconfianza en la persona y en la institución se suman para generar indiferencia hacia Guaidó y hacia la AN. Una indiferencia que no tiene gran impacto en el respaldo hacia ambos porque, en realidad, ese respaldo ya era muy bajo antes de lo ocurrido en días recientes”, afirma.
¿Cree que la crisis causada en la oposición por el despliegue y desarticulación del Macutazo ha sido bien manejada desde el punto de vista de estrategia política?
—Fue una respuesta entre gris y desafortunada, porque la respuesta misma cambió en el tiempo. Dijo una cosa primero, luego dijo otra y no logró, a través de esas respuestas, consolidar una imagen distinta a la que ya tenía en los meses anteriores y que venía deteriorándose. Hay que entender que la persona que estaba respondiendo es una persona que representa a un poder público; al no ser capaz de honrar su propia palabra, él está desacreditándose no solo a sí mismo como persona, sino a la institución en su conjunto. Esas respuestas lo que generaron fue dudas acerca de su capacidad para un manejo político en una situación tan compleja como la venezolana.
Desde el nombramiento de Juan Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional se percibe que es Leopoldo López quien está detrás de cada decisión, acción y anuncio suyo…
—La desconfianza en Guaidó tiene varios componentes. Uno es que se le percibe como una persona inexperta, no porque no haya ocupado cargos antes de ser presidente de la Asamblea Nacional, sino porque es inexperto en la comprensión real de las expectativas de la ciudadanía. Otro elemento es la falta de criterio y autonomía política que mostró claramente durante lo ocurrido el 30 de abril de 2019.
¿En qué estado queda la alianza de partidos de oposición dentro y fuera de la Asamblea Nacional luego de la respuesta de Juan Guaidó al Macutazo?
—Yo tengo una gran preocupación por los partidos políticos venezolanos, porque son partidos autoritarios de izquierda, no porque su ideología sea autoritaria, sino porque su práctica de gobierno corporativo es autoritaria. El líder de uno de los partidos más importantes de la oposición tiene más años en cargos directivos en su partido que el chavismo en el poder. Entonces, vemos una analogía con el gobierno, no en la ideología política, pero sí en la práctica. Incluso, en los últimos tiempos hemos visto en la Asamblea Nacional una afinidad en esa práctica de enquistamiento en el poder. Esto demuestra que los partidos tienen una verdadera incapacidad de articular cambios a través de los mecanismos institucionales.
En un comunicado conjunto fechado el 6 de mayo, los principales partidos de oposición rechazan la salida armada, reivindican un gobierno de emergencia, pero ni siquiera mencionan a Juan Guaidó. Tampoco en las sesiones posteriores al 3 de mayo se ha aprobado algún acuerdo en apoyo al desempeño de Guaidó. ¿Qué significa esto?
—En la praxis política ya no es solamente que el mesianismo político se vino a menos con Guaidó como centro de la esperanza, sino que se convirtió en un símbolo vacío. Guaidó ya no representa a la sociedad, no porque no tenga formalmente el poder, que lo tiene, pero es un significante vacío porque se le atribuyen buenas intenciones, pero exhibe absoluta incapacidad de operatividad política dentro del territorio nacional.
Durante la gira que hizo Guaidó entre enero y febrero recibió un firme respaldo internacional…
—Los venezolanos, como somos mesiánicos, atribuimos que en el exterior el apoyo lo tiene él como persona y eso no es verdad. El apoyo de los gobiernos del mundo no es a Guaidó, sino a la institución que representa, que es la Asamblea Nacional elegida de manera legítima y legal. El mundo más desarrollado políticamente no lo dice a cada rato, pero ellos separan muy bien figura e institución. A Guaidó no lo apoyan como líder político, apoyan a la institución que representa. Pero aquí en Venezuela, y en Latinoamérica en general, hablar de instituciones es complicado. El valor político de Guaidó se origina en su condición de presidente de una institución.
¿Podría decirse que la crisis de unidad de visión en la oposición llegó a su máxima expresión ya con un sector que apuesta por vías negociadas frente a otro que se inclina por vías de conflicto?
—El problema de los partidos arrancó más o menos en 1983, pero hoy vemos una degradación general de la sociedad en lo institucional, en lo social, en el sistema político, en el sistema económico. Todo hace aguas a la vez. Ya en aquel momento se comenzaba a ver que la forma como los partidos elegían a sus altos jerarcas y candidatos para presidente estaba comenzando a deteriorarse. Luego se fundan nuevos partidos que encarnan los problemas de los partidos anteriores. PJ, VP, ABP adolecen de personalismo. Esa degradación simultánea de las instituciones de la sociedad hace que lo que debería ser un caleidoscopio político para tomar decisiones no lo sea, porque no hay una verdadera solidez de los criterios de los partidos para tomar esas decisiones.
Pero los partidos de la oposición en Venezuela parecen estar de acuerdo desde hace rato en el qué, es decir, en la necesidad de un cambio de modelo político. ¿Qué hace falta para que se unifiquen en el cómo y logren avanzar hacia una transición política?
—Hasta hace unos meses yo pensaba que sí se podían dar algunos cambios en los partidos, en sus estructuras, y por esa vía empujar una transición. Pero ya no lo veo tan posible. Hoy creo que cualquier cambio del sistema político va a venir impulsado desde afuera y no desde adentro. Hoy no hay fortaleza en los partidos ni en las instituciones para llevar adelante un cambio. Creo que el cambio va a darse por la avaricia o el deseo de cobrar la recompensa que ofrece el Departamento de Justicia de Estados Unidos. Y ojo, al Departamento de Justicia, que no es la Presidencia de Estados Unidos porque son entes independientes, no le importa el cambio político en Venezuela o si se recupera la democracia, sino llevar ante la justicia a unas personas por delitos federales. Esa estrategia de la recompensa ha generado resultados en distintas partes del mundo especialmente desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Si aquí se diera un cambio abrupto por esa vía, se va a desencadenar un proceso de revisión profunda de los partidos políticos para construir un nuevo estado de derecho.
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