Tensión, amenazas de parte y parte y las llamadas de El Vaticano han caracterizado las reuniones Gobierno-oposición-Unasur-Iglesia. Crónica.Uno les cuenta qué hay detrás. Diosdado Cabello y el jefe del Sebin, general Gustavo González López, se niegan a liberar a los presos políticos.
Caracas. Si algo teme el Gobierno es que la Iglesia le dé la extremaunción. La oposición siente aprensión de que El Vaticano, como Estado, puede darle garantías a Miraflores para mantener la estabilidad o gobernabilidad que le permita llegar a 2018. En medio de esos temores se efectúa el diálogo en Venezuela y, por ello, dentro del oficialismo y de la alianza opositora comienzan a revelar el porqué están sentados, a pesar de que no hay condiciones pues cada uno busca doblegar al otro sin escrutar un punto medio. “Es un diálogo obligado”, afirmaron fuentes del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), Patido Comunista de Venezuela (PCV) y Vanguardia Bicentenaria Republicana (VBR), en lo que coinciden factores de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD).
Los hechos así lo indican. El 30 de octubre, día de la “I reunión”, nadie quería sentarse. En la MUD debatían qué hacer: Voluntad Popular (VP) y Acción Democrática (AD) estaban reacias a cualquier acercamiento con el Gobierno. Solo Primero Justicia (PJ) y Un Nuevo Tiempo (UNT) querían conocer de viva voz lo que diría la tolda roja y alegaban que “no embarcarían” al Papa —Henrique Capriles, dixit— porque la oposición había pedido la mediación de los religiosos y ese desplante sería percibido como una señal negativa a nivel internacional.
Una llamada fue la clave para que AD no siguiera al lado de VP. El mismo monseñor Pietro Parolin se comunicó con el presidente del partido blanco, Henry Ramos Allup, y lo disuadió de ir al encuentro.
La Conferencia Episcopal Venezolana presiona, a su modo, la mañana del 30-O a través de un comunicado en el cual emplaza a las partes a ser consecuentes con la necesidad de lograr una salida que, en un futuro, evite una “guerra civil” en Venezuela. Es así como el “G-3” —instancia de la Unidad, integrada por AD, UNT y PJ— camina hasta el museo Alejandro Otero, en La Rinconada, Caracas, luego de un contacto inicial en la Nunciatura Apostólica, donde señalaban las quejas de VP.
La ida del monseñor Emil Paul Tscherring, primer enviado de El Vaticano, y su sustitución por el monseñor Claudio María Celli, fue otro mensaje papal: No se sientan, o nos vamos.
[irp posts=”39318″ name=”Fallas de organización y ausencia de reglas internas debilitan el discurso de la MUD”]En Miraflores ponderaron la situación y la eventual crisis diplomática que se avecinaba y, en consecuencia, a Nicolás Maduro no le quedó otra que guardar su traje de baño porque la cita no sería en Margarita, Nueva Esparta, sino en los predios del Hipódromo.
A cambio, planteó que siendo él “Presidente Constitucional de la República” tenía que hablar y lo hizo. Fue corto, pero dejo claro que acudía en su rol de “líder del proyecto revolucionario”. Era un mensaje al ala radical que se inclina por levantarse de la mesa, no negociar, ni entregar nada, y porque ese día, él, “el Presidente y comandante en jefe” había asumido la conducción de aquel proceso que luego, producto de las pugnas internas en el chavismo, no pudo conservar y terminó por avalar todas las iniciativas de los gobernadores y dirigentes del PSUV renuentes a hablar.
Encuentros tensos
Entre el 30 octubre y el 1° de noviembre, de las cinco mesas, solo se reunieron tres. Por tres días no sesionaron. La noche del 5-N se reencontraron la canciller Delcy Rodríguez; el diputado de UNT, Timoteo Zambrano, y el nuncio Aldo Giordani. Fue una “reunión muy tensa”, revelaron fuentes. Rodríguez venía de Ginebra, donde defendió la política de derechos humanos del Ejecutivo, mientras que la Unidad calmaba los ánimos de quienes la cuestionaban por su plan de bajarle dos a la polémica por medio de la suspensión el juicio político a Maduro y la marcha hasta Miraflores.
Las palabras fuertes predominaron pero la sabiduría de la Iglesia impuso el respeto y, nuevamente, se activó el canal de intercambio y el cronograma de las mesas técnicas. La mesa continúa “obligada” por las circunstancias; los hechos que entrampan al Gobierno y a la MUD; y ese deseo de solucionar la crisis política a través de la vía electoral, a pesar “los arrebatos de los radicales” —como suelen identificar a VP, María Corina Machado y al G-15.
11-N, Día D
La antesala de la “II reunión” fue polémica para las partes. El jueves 10-N, las cosas se complicaron en la alianza opositora: PJ, que había aupado la mesa, coincide con AD y VP de que no lograrían nada y casi que amenaza con no ir al Meliá.
Solo quedaban UNT, Henri Falcón (Avanzada Progresista) y el Movimiento Progresista (MP) como partidarios de seguir. Falcón planteó constituir la mesa del hambre en respuesta a la exigencia de la gente en la calle. El MP quería estar presente porque en la mesa se debatía qué hacer con los tres diputados de Amazonas, que el oficialismo pedía desincorporar a cambio de reconocer la legitimidad del Parlamento. Por ello, al Meliá acude Jesús Torrealba, quien se reúne con el diputado del PSUV, Elías Jaua.
Entre reuniones van y vienen el secretario de la Unión de Naciones Suramericanas (Unaur), Ernesto Samper, y el expresidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero. La cita era a las 5:30 p. m., pero por las posiciones de AD y PJ se extiende dos horas más. Al final, Carlos Ocariz y Luis Aquiles Moreno entran en escena y se despeja la duda. La MUD había acordado no levantarse hasta “amarrar” las salidas electorales pero, lo que se avizoraba como “una larga noche” —como lo veían en la oposición y la prensa— terminó a la medianoche.
En el otro bando también afloraban las diferencias. La ausencia de Delcy Rodríguez, quien estaba de gira, es aprovechada por los radicales para colocar a una de sus piezas clave, el gobernador de Aragua, Tareck El Aissami, en el diálogo. A este se le encomienda lograr el objetivo del chavismo: impedir elecciones, ganar tiempo y dividir a la MUD. Por ello, en el cónclave en Meliá Caracas, el oficialismo planteó los comicios regionales y municipales en 2017 y descartó un escenario electoral, sea referendo revocatorio o comicios generales.
“El Gobierno está absolutamente dividido, hay un sector entre ellos que no quiere sentarse”, concluyó Ocariz al ver a El Aissami y las posturas que expuso.
Aunque desde Maduro, El Aissami y los radicales del PSUV niegan cualquier consulta al pueblo, hay una verdad: la tesis de unas elecciones generales fue expuesta por Rodríguez Zapatero en República Dominicana cuando se hizo la “primera reunión exploración”.
[irp posts=”34867″ name=”Elecciones generales en Venezuela: ¿la última carta del oficialismo? (I)”]Las generales son autoría de Maduro y así se discutió internamente en el PSUV. Sin embargo, el 30 de octubre se le adjudicó la idea a la MUD, pero lo cierto es que provenía de Miraflores. De hecho, el Presidente encargó a Hermann Escarrá que evaluara las implicaciones constitucionales: si se lograra un acuerdo, significaría un recorte del período presidencial y, por ende, habría que hacer una enmienda a la Carta Magna.
Al menos en papel está esbozado el camino a seguir y dependerá de las partes.
Desde inicios de año, en octubre y el pasado 11-N, la exigencia de la Unidad ha sido la misma: “Elecciones ya” pues, de acuerdo con el segundo vicepresidente de la Asamblea Nacional (AN), Simón Calzadilla, es la mejor salida para el chavismo: “La crisis económica se agravará el año próximo si continúa Maduro en Miraflores”.
La imposición de los radicales chavistas en la mesa quedó al descubierto cuando se negaron a liberar a los 108 presos políticos. La lista se reduce a 60 y se espera que se concrete en las próximas horas.
La renuencia proviene del primer vicepresidente del PSUV, Diosdado Cabello, y del exministro de Relaciones Interiores, Gustavo González López, actual jefe del Sebin, indicaron fuentes partidistas. En los “compromisos de alto nivel”, suscritos el 30 de octubre, el oficialismo asomó la posibilidad de liberar a 11 presos políticos en una primera tanda; y antes del 11-N, “como gesto de buena bondad”, otros 60. “La división del chavismo lo impidió”, señalaron.
“¿Cuál es el peso de González López?”, se preguntan en la mesa.
El 11-N fue rota “la tregua” pedida por El Vaticano, lo que permite a la MUD retomar las decisiones políticas: juicio a Maduro y protestas en la calle, pero también explicarle a sus seguidores aquellos acuerdos difundidos por el monseñor Celli que han generado la polémica sobre si la oposición aceptó “el lenguaje chavista” o, por el contrario, el oficialismo admitió que existe una crisis humanitaria.
La historia sigue y, por ahora, no hay perdedores. Solo rabieta de uno y otro lado.
¡Continuará!
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