El periodista aragüeño Reinaldo Campins superó la COVID-19: “Por imprudente me contagié”

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En algunas visitas familiares, el intercambio de abrazos y el descuido con las medidas sanitarias pudo contraer el virus y no teme admitirlo. Ya en casa justo un día antes de su 41 cumpleaños, agradece estar vivo y que su mamá, también contagiada, haya superado la enfermedad. Dijo que se convertirá en un activista de la prudencia para promover la conciencia en la protección contra la COVID-19.

Maracay. “Yo me descuidé”. Con la respiración entrecortada, el periodista Reinaldo Campins admitió que la imprudencia lo acercó a la muerte. Así que ya superada la COVID-19, el periodista aragüeño ha decidido convertirse en un activista de la prudencia y la conciencia para que otros no vivan la terrible sensación de quedarse sin aliento.

Quiso contar para Crónica.Uno su experiencia. Lo hizo durante varios días a través de mensajes en los que su respiración aún era muy deficiente. Por un lapso de cuatro días, fue narrando pausadamente, con una voz tenue y disfónica, cómo su descuido voluntario puso en riesgo su vida y la de su abuela de 85 años de edad, la mujer que ha velado por él desde niño.

Lo primero que debo decir, es que estoy en alabanza eterna a Dios porque esto que me dio, no lo padeció mi madre, dice agradecido de que haya sido él y no su abuela, el que haya presentado el cuadro más severo del virus y que, sin embargo, obligó la hospitalización de ambos, cinco días después de una serie de síntomas que fueron apareciendo paulatinamente.

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La prueba que le hicieron a Reinaldo Campins salió negativa Foto: Cortesía.

Campins reconoció que en ocasiones compartió abrazos con amigos y muchas veces al regresar a casa, no cumplía con las normas sanitarias. Pero fue después de una reunión en el apartamento con algunos familiares que presentó una leve tos y quebranto.

Fui imprudente y descuidado. Lo reconozco. En el fondo crees que un abrazo no te hará daño o que no cambiarte de ropa y bañarse inmediatamente de llegar a casa, no es un riesgo. Lo es. Lo fue para mí y para mi mamá”, dijo con un dejo de culpa.

El 28 de agosto la pérdida del gusto y el olfato, primero, y la dificultad respiratoria después, lo alertaron finalmente. “Esa noche cuando intentaba levantarme de la cama me dolía al respirar, temblaba. No sentía el aire”, contó.

A su lado, en la misma habitación, Miriam Campins, su abuela, su mamá, solo presentaba un cuadro febril leve y dolor de cabeza.

Pero el domingo 30 de agosto ambos estaban débiles y temerosos. Un médico amigo de la familia le sugirió realizarse una placa de tórax inmediatamente y acudir a un neumonólogo para que confirmara el diagnóstico que ya se sospechaba. También debía solicitar la realización de la prueba.

“Ese lunes llegamos al hospital Central de Maracay a las dos de la tarde y no fue sino dos horas más tarde cuando nos midieron la respiración”, narró Campins, sobre las horas que él y su abuela debieron permanecer en un helado salón, esperando que les tomaran la prueba que solo les realizaron casi a las 7 de la noche.

Una hora después, alguien les dice que los resultados que llegaron al hospital corresponden a las muestras de las 2 de la tarde. Ni él ni su abuela estaban en condiciones físicas de permanecer un minuto más en aquella inútil espera. Al día siguiente, Reinaldo Campins regresa al hospital.

Negativos ambos”, le dijo una enfermera. No hubo comprobante.

Es una tragedia —explicó— y una desconsideración hacia los pacientes, además de la desorganización. Allí no hay protocolos en el registro de los casos.

La familia de Reinaldo Campins, sin mayores rodeos y espera, tomó la decisión de asumir los costos de hospitalización de ambos en un centro privado.

Para el momento, el periodista ya había adquirido el oxímetro, pequeño aparato que sirve para medir los niveles de saturación de oxígeno en la sangre. La advertencia de una inminente hipoxemia aceleraron su traslado a la clínica. Sus valores estaban en 68 y los normales de saturación de oxígeno deben rondar entre 90 o 100.

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La saturación de oxigeno de Campins estaba muy baja. Foto: Cortesía.

Por cuatro o cinco días su cuadro fue delicado. Tanto así que fue trasladado a otro piso de la clínica muy cerca de la unidad de cuidados intensivos. El solo hecho de pensar que podían intubarlo, lo aterró. Él sabe de millones de historias de pacientes que no han salido vivos de ese procedimiento clínico.

Aferrado a la fe que siempre le ha tenido al Divino Niño, y a las incontables demostraciones de afecto y preocupación que manifestaron amigos y colegas, Campins intentó no deprimirse ni darle cabida a pensamientos fatalistas. Sobre todo cuando era perentoria la obtención del tratamiento a base de Remdesivir y las recomendaciones médicas apuntaban a su aplicación inmediata.

Su familia obtuvo las dos primeras ampollas gracias a un préstamo. Se habían hecho gestiones ante Corposalud Aragua, pero no fue sino tres o cuatro días después cuando el tratamiento llegó.

“Tuve miedo de que no llegara, pero me apegué a la fe. Sé que las gestiones y los apoyos desde afuera, no me abandonaron”, dijo con marcado énfasis pese al agotado modo en hablar.

A su deteriorada salud se sumaba la preocupación por los incalculables gastos que supusieron su hospitalización y la de su abuela en un centro clínico privado. Por eso insiste en que las personas deben extremar los cuidados.

Esto ha sido una vorágine de dinero y de medicamentos, que aunque mi familia pudo costear gracias a la previsión, ha significado muchos gastos, explicó, mientras aprovechaba para agradecer el invalorable y oportuno aporte que recibió de sus colegas, de su gremio y de muchos amigos.

Por eso dice que la imprudencia no solo atentó contra su salud, sino también contra el presupuesto familiar. “No me quiero imaginar ¿Cómo el sistema de salud público afronta esta situación? Cuando todos sabemos el gran deterioro y escasez de insumos y equipos que existen en los hospitales del país”, dijo.

Reinaldo Campins ya está en casa, junto con su abuela, y saberse recuperados lo hace insistir en el agradecimiento a Dios y a quienes lo apoyaron. Tantas demostraciones de afecto y ayuda aún lo conmueven.

Desde el hogar, una vez que el periodo de aislamiento posterior se cumpla y haya recuperado sus fuerzas, retomará aquella vieja campaña de concientización que llevó a cabo cuando era reportero de un canal de televisión local y que curiosamente llamó “La imprudencia es voluntaria”.

Basta de imprudencia. En Aragua los casos de contagio crecen vertiginosamente y debemos cerrar filas contra la COVID-19 porque entre la flexibilización, la inconsciencia ciudadana, y un sistema de salud colapsado, los contagios continuarán a la vuelta de la esquina, manifestó como una manera de expiar su irresponsabilidad y como un llamado a la prevención y a la sensatez.

Por ahora, sigue al pie de la letra las indicaciones médicas, aunque algunos temores lo asaltan, como el no saber si el virus le dejará alguna secuela. Apela a su optimismo y a su alegría, esa con la que celebró un día después del alta médica su cumpleaños 41.

Al lado de su abuela, Reinaldo Campins sopló con fuerza una vela colocada en un pequeño pastel con el que ambos hoy festejan la grandeza de vivir.


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