El desempleo y la inflación obligaron a muchas personas a vivir de esta práctica ilegal, porque es les da dinero para mantenerse. Doctores, ingenieros y abogados trabajan el oro.
Yohana Marra/@yohanamarra
Tumeremo/Bolívar. Por la crisis económica del país, a Jesús no le quedó de otra que entregar su negocio, en Catia La Mar estado Vargas. No tenía suficientes ingresos para pagarle a sus empleados y encargarse del resto de los gastos del bar, y cerró.
La idea de irse a trabajar en una mina se la metió en la cabeza su hermano, quien es funcionario de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) en la zona minera. Y después de imponerse prácticamente a la opinión de su familia, porque no querían optara por esta práctica ilegal para ganar dinero, preparó su bolso y viajó hasta Tumeremo, en el municipio Sifontes del estado Bolívar, con su hijo de 17 años.
En tono bajo comentó que los menores de edad no pueden ingresar a los yacimientos, pero su chamo habla poco para no levantar sospechas de que aún no pisa la mayoría de edad sino hasta finales de año. Sin embargo, tiene bastante tamaño para aparentar ser un adulto, es un moreno acuerpado, que fácilmente aparenta más de 21 años. “Si se enteran de que tiene 17 me cortan la cabeza”, dijo en un tono jocoso, como llevó toda la conversación.
Ambos trabajan como técnicos en refrigeración de las maquinarias, usadas para extraer el material, y por cada reparación pueden ganar de seis a 10 gramas (gramo de oro). Pasan hasta un mes dentro de un yacimiento, durmiendo en los campamentos a la intemperie, encima de su chinchorro protegido por un mosquitero.
Ya les dio paludismo a cada uno, la enfermedad más común entre los mineros. Según la Sociedad Venezolana de Salud Pública Red Defendamos la Epidemiología, el municipio Sifontes fue el que más casos registró en el país, durante 2015, con 71.934 reportes de 136.402.
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“Eso es horrible, que te dé paludismo es lo peor. Conseguimos el tratamiento y pasas toda la enfermedad acostado en tu chinchorro en la mina, luego tienes que levantarte otra vez a trabajar. Es fuerte, es un trabajo forzado y además corres riesgo con enfermedades”.
Pese a lo peligroso que es esta práctica ilegal, Jesús está claro que da mucho dinero aunque la vida sea cara en la ciudad. Aseguró que consigue de todo (productos regulados) y con lo que gana envía a su esposa lo equivalente a 15 gramas, al menos Bs. 450.000 al cambio, el resto debe gastarlo para mantenerse. En vista de esto piensa quedarse hasta diciembre para regresar a Catia La Mar así sea con pocos ahorros.
“Vine con mi hijo a trabajar, no a tomar ni a estar pendiente de mujeres, como hace la mayoría de los mineros de aquí. Yo no me explico cómo se gastan todo lo que hacen y tanto que cuesta ganarse el oro”, contó sentado desde la plaza Bolívar de Tumeremo, a donde llegó luego de salir del yacimiento Aguas Negras.
Al igual que Jesús, son muchas las personas preparadas que van a parar a las ciudades mineras en el sur del estado Bolívar, que abandonan sus labores porque no les está dando suficiente dinero y la situación del país los empuja.
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Abandono del ganado por oro
José (nombre ficticio por petición) es de Ciudad Bolívar y desde pequeño aprendió vivir de la ganadería con sus hermanos. Sin embargo dejó de darles plata y desde 2001 se trasladó a El Callao, al sur de la entidad, para meterse en las minas.
Con lo que gana le manda plata a su mamá, a una hermana y a tres sobrinos que crió, después de que uno de sus hermanos falleció. Si bien en un mes ha logrado hacer un millón de bolívares, otros meses los pasa limpio porque a veces no obtiene muchas ganancias en las minas.
“La ganadería antes daba mucho dinero, pero luego todo se puso cuesta arriba, los alimentos e implementos que se necesitan están muy caros. Por eso lo dejé y ahora soy minero”, contó mientras trabajaba en un molino de El Callao, donde procesan todo el material extraído para conseguir las gramas.
Acompañado de más de 15 hombres saca de un sinfín de sacos una especie de piedras, que llaman “material”, las arrojan en las máquinas y después del proceso, si corren con suerte, sabrán si hay oro.
Así se ha mantenido por 15 años. Y cuando no gana suficiente plata de las minas de El Callao se va hasta Tumeremo -a una hora aproximadamente- o a El Dorado -a dos horas-.
“Si me entero que hay una bulla -así le dicen cuando descubren una veta- en otra zona me voy para allá. No tengo nada propio, pero al menos mantengo a mi familia. Es un trabajo forzado pero que da dinero, aunque así como rápido viene rápido se va”.
Desempleo igual a práctica ilegal
El alcalde del municipio Sifontes, Carlos Chancellor, explicó que hay profesionales del estado que se dedican a la minería porque no encuentran empleo o el salario no les alcanza para combatir la inflación.
Añadió que principalmente se trasladan a Tumeremo por las vetas de oro, pero también a otras zonas mineras como Guasipati, El Callao, El Dorado y el kilómetro 88. A estos lugares migran personas de varios estados de Venezuela e incluso de países como Colombia, Ecuador, Brasil y República Dominicana.
“El municipio Sifontes es el primer receptor de desempleados, la gente no tiene nada que hacer y vienen a trabajar en las minas. Hay muchos profesionales viviendo de esto, médicos, abogados, ingenieros y hasta periodistas”.
En Sifontes hay alrededor de 20.000 mineros y aproximadamente 300 minas ocupadas solo por venezolanos. Chancellor sostuvo que el Gobierno tiene que dejar de tratarlos como ilegales y convertirlos en mineros de pequeña escala, en vista de que hay mucha gente viviendo de ese oficio.
Fotos: Cheché Díaz
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