Los pueblos de agua de la laguna de Sinamaica lo único seguro que tienen es la muerte (I)

Laguna de Sinamaica

Las condiciones de vida de las comunidades indígenas de la laguna de Sinamaica son precarias. La pesca es su única opción para sobrevivir, pero, debido a la falta de combustible y la sedimentación de la laguna, ha mermado 50 %. No hay agua potable, así que se surten del río. Tampoco hay servicio eléctrico ni posibilidades para el turismo. 60 % de los niños de la comunidad están desnutridos. Los pueblos de agua de esta importante zona turística del Zulia están en total abandono.

Maracaibo. La laguna de Sinamaica es un espejo de agua de 50 kilómetros cuadrados de extensión. Cuna de la etnia añú, que significa gente de agua, y ubicada en el municipio Guajira del estado Zulia, tiene como principal afluente el río Limón y es considerada uno de los lugares más importantes para el turismo del estado.

Se dice que el nombre de Venezuela tiene su origen en esas aguas. Quizá la versión más aceptada data de 1499, cuando Américo Vespucio y Alonso de Ojeda, exploradores españoles, al ver los palafitos compararon la zona con Venecia, Italia, y de ahí surgió el nombre de Venezziola, traducido como pequeña Venecia, que luego derivó a Venezuela.

La laguna está integrada por 12 comunidades divididas en 15 consejos comunales, de los cuales cada uno registra entre 20 y 30 familias, en su mayoría numerosas en niños, de acuerdo con un informe de la Comisión de Derechos Humanos de la Guajira.

Las familias indígenas han construido sus viviendas con varas de mangle, techos de paja y paredes de enea o junco y otras están construidas sobre pilotes de madera, con estructuras de lata y tablas. Estas construcciones, conocidas como palafitos, han sido por años el principal atractivo turístico de la zona. Hoy se encuentran sumergidos en el abandono, la pobreza y la insalubridad, al punto de vivir casi a la intemperie.

Laguna de Sinamaica
El turismo cayó 90 % debido a la pandemia y a la falta de combustible. Foto: José Ángel Núñez.

Las condiciones actuales son precarias, la falta de servicios públicos como electricidad y agua son su mayor problema, mientras que la alimentación y el empleo son escasos, agudizado con la llegada de la pandemia, y la sedimentación de la laguna.

La participación ciudadana en esta zona se da a través de los consejos comunales, que han llegado a amenazar a los ciudadanos para intentar callar su realidad, según los testimonios recogidos. Los indígenas que viven en este pueblo de agua se han sostenido económicamente, de generación en generación, gracias a la pesca, el turismo y el comercio binacional, todos limitados por la crisis y el abandono del Estado.

Gabriela Báez, maestra y líder de la comunidad Puerto Cuervito desde hace 14 años, es madre de cuatro hijos y dice que vive en carne propia la agonía de su pueblo.

Aquí los niños se enferman de diarrea, asma, fiebre y gripe a cada rato, claro, hay mucha desnutrición por eso el que se complica se muere. Si no tienes pesos para comprar la receta, nos curamos si Dios quiere”, dijo la mujer, que se ayuda vendiendo víveres en un pequeño abasto.

En la laguna solo hay un centro de asistencia médica: el Ambulatorio Rural Puerto Cuervito, en el que la atención es esporádica debido a que solo hay un médico, que también funge como director. No hay obreros, camareros y el personal de enfermería se reduce a cuatro personas. “No tenemos salud digna, la situación del ambulatorio es deplorable, inhumana. Si el doctor no está, la gente se muere”, dijo Báez.

Ante una emergencia existen dos opciones: probar suerte en el ambulatorio, en el que además la falta de insumos es de 90 %, según los líderes de la zona; o buscar un transporte que lleve al paciente hasta el puerto y de ahí caminar casi dos horas hasta el ambulatorio del pueblo, donde las condiciones son casi iguales. En este caso se suma otro problema: la falta de transporte.

“En salud estamos mal, no tenemos ni lo básico para atender una emergencia. Ya la gente sabe que si viene para acá y no trae para la medicina, se mueren, porque no tenemos nada, solo la capacitación. Aquí todo se tiene que comprar, desde la inyectadora hasta las gasas y, lamentablemente, la mayoría no tiene cómo”, dijo una enfermera que prefirió no identificarse.

Laguna de Sinamaica
José David González, del Comité de Derechos Humanos de La Guajira, afirma que la desnutrición es el problema más grave que enfrentan los indígenas de la zona. Foto: José Ángel Núñez.

Tal y como explica Báez, la muerte ronda cada rincón de la laguna a diario. El Junquito, Puerto Cuervito y el Barro son los sectores más empobrecidos de la zona. “Hay mucha desnutrición, a veces vienen instituciones no gubernamentales a prestar apoyo, pero hay demasiados casos”, dijo la líder.

Milagros Semprún, vocera de la comunidad La Boquita, afirmó que en lo que va de año han muerto cinco niños en la laguna por vómito, diarreas y falta de ambulancia.

 “Aquí no hay nada, lo más seguro que tenemos es la muerte”, dijo.

El hambre no se ahuyenta ni se calla 

José David González, coordinador general del Comité de Derechos Humanos de la Guajira, alertó que la desnutrición es uno de los problemas más graves que enfrentan. “Los habitantes de la laguna son invisibles, nadie los visibiliza, ni siquiera el gobierno municipal. Ellos están solos”.

En un estudio que realizó el comité en la comunidad El Barro, dentro de la laguna, se pudo evidenciar que 83 % de las familias comen una vez al día, raciones mínimas. El consumo de carne roja, frutas y verduras es nulo, mientras que 93 % come únicamente pescado.

En el caso de los niños, 90 % no consume leche completa, por lo que la mayoría de las madres sostiene a sus hijos con leche materna o chicha de maíz, lo que da como resultado más de 60 % de la población infantil bajo en peso.

La bolsa de Mercal llega una vez al mes. Pese a que la moneda nacional es el bolívar y la transacción se hace en territorio venezolano, los consejos comunales exigen que el pago de comida se haga en pesos colombianos, de lo contrario, no la venden. El paquete que trae cinco kilos de arroz, un kilo de harina de trigo, dos harinas de maíz precocida, un kilo de pasta, dos kilos de frijoles, y un café de 100 gramos, cuesta 5000 pesos.

Gabriela Báez expresó su malestar: “Nos sentimos mal, hace años que no vemos una luz para la comunidad. La mayoría de la gente come una vez al día, y otras pasan días enteros sin comer. Los niños lloran de hambre, la bolsa de Mercal dura tres días cuando mucho y no tiene azúcar, ni aceite, ni leche. Lo que más se come es pescado, guisado y en sopa. La pesca ha bajado más de 50 %, no se ha extinguido porque de ahí comemos, es lo único que tenemos para subsistir”.

Cuando llega Mercal se activa el trueque en la laguna. Las familias cambian cereales y granos por pescado. “Si agarran 10 kilitos de pescado, dejan dos para la casa y el resto lo cambian por harina o arroz. Cuando no hay Mercal, los varones salen a cazar pájaros”, dijo la maestra.

Ronny Chourio, habitante de la laguna hace 26 años, fue tajante: “El que no pesca, no come”.

A la educación se le acorta el tiempo 

En la laguna hay tres escuelas, dos regulares y una para niños especiales. Todas en situación de abandono. Al menos 1500 niños deben escuchar sus clases sentados en el suelo por falta de sillas y pupitres. Además, la falta de empleo hace casi imposible que los padres y representantes puedan comprar útiles escolares.

“Uno siempre quiere que sus hijos echen pa lante, que aprendan a leer y escribir, y no se queden como uno, pero la situación es tan difícil, que, lamentablemente, tienen el mismo destino”, dijo una madre del sector Puerto Cuervito.

Debido a la pandemia los estudiantes estuvieron un poco más de dos años sin recibir educación, apenas este año retomaron las actividades, pero la crisis los ha obligado a quedarse en casa por falta de transporte para llegar a la escuela.

Si la familia no tiene una canoa para trasladarse, los muchachos no van al Colegio”, dijo José, padre de familia.

Báez, por su parte, denunció que debido al tiempo que las escuelas estuvieron sin funcionar por la pandemia, el poco personal de vigilancia que había abandonó sus puestos de trabajo, por lo que la delincuencia arrasó con los pocos utensilios que había en los comedores. “Les llega comida de manera regular, pero no tienen en qué servirla. No hay tazas ni ollas, nada. Ahí se las ingenian para darle a los niños granos, arroz, pasta y una que otra vez, pollo”, señaló.

Autogestión de servicios 

Los servicios públicos como agua, electricidad, gas y recolección de basura en la laguna de Sinamaica son inexistentes. Según los habitantes, las fallas eléctricas se producen a diario y los apagones duran hasta una semana. Cuando hay una falla puntual, los vecinos recogen pesos o alimentos para pagar por la reparación de la avería. “Corpoelec brilla por su ausencia, lo mínimo que estamos sin luz es tres días, nuestra conexión viene de El Moján”, dijo una vecina.

Comprar una bombona de gas es casi imposible para las empobrecidas familias, por lo que ha aumentado la tala de mangle para usarlo como leña. Una bombona de gas doméstico mediana cuesta entre 50.000 y 70.000 pesos. “La gente prefiere ir al monte a cortar leña para cocinar, por eso hay tantos niños con asma”, dijo Gabriela Báez.

Conseguir agua es aún más difícil. A pesar de que, en tierra firme, justo en el muelle de la laguna hay un llenadero de la Alcaldía de la Guajira, los habitantes deben pagar 2000 pesos por pipa.

La falta de ingresos ha obligado a los indígenas a buscar alternativas, como ir remando en botes hasta una zona llamada Zanzibar, punto donde se une el río Limón con el río Socuy. Regulo Sulbarán, lanchero de 53 años de edad y habitante de Boca del Caño, dijo que en su casa toman agua del río. Semanalmente, transporta en lancha 10 pipas de agua para su grupo familiar, lo que se traduce en seis horas de remo.

Aquí vivimos buscando alternativas, porque si nos ponemos a esperar que nos solucionen, nos morimos de sed, de hambre, de gripe, de cualquier cosa. Zanzibar es zona añú, ahí se unen los dos ríos y por eso el agua es más dulce. Llega marrón, pero la colamos con trapos y llenamos las pipas, las montamos en las canoas y para atrás. Salimos a las 8 de la mañana y llegamos a la laguna a las cuatro o cinco de la tarde. Eso lo hacemos hasta dos veces por semana”, relató Heberto.

Algunas familias contaron que hierven el agua antes de consumirla o le echan gotas de cloro doméstico.

En octubre de 2021, Hidrolago informó en una nota de prensa que se habían sustituido 700 metros lineales de la tubería en la aducción El Brillante, para garantizar 100 litros de agua por segundo, lo que beneficiaría a 70.000 ciudadanos. Freddy Rodríguez, presidente de la hidrológica, recalcó en ese momento que sumaban 240 metros lineales de tubería recuperada en la tubería madre de La Guajira.

Para marzo de 2022, la dirección de la Hidrológica informó que avanzaba en el fortalecimiento del servicio, al poner operativos dos motores de 200 HP que generarían, aproximadamente, 880 litros de agua por segundo y una bomba que potenciaría la captación de agua desde el río Guasare.

Sin embargo, los habitantes de la laguna siguen sin el servicio, situación que se repite en el pueblo de Sinamaica donde existe una red de agua potable, pero hace más de 10 años está seca.

La sedimentación acaba con la laguna 

Para nadie es un secreto que en la laguna de Sinamaica no existe una red de aguas servidas, por lo que sus habitantes usan letrinas para hacer sus necesidades, restos que van a parar directamente al agua. La misma que algunos usan para tomar, bañarse y lavar la ropa.

La falta de un plan municipal óptimo para la recolección de desechos sólidos, provoca que la mayoría de la basura que se produce en los palafitos termine en la laguna. Además, la tala indiscriminada de mangle y los derrames de combustible, ocasionados por el tráfico ilícito de gasolina por el río Limón, agravan el problema.

“Es tanta la contaminación que cuando baja la marea o hay sequía, en zonas como La Boquita y El Barro no se puede pasar porque quedan flotando en el lodo. Lo que más afecta es que la gente echa la basura al agua, aunque algunos la queman en el monte”, dijo uno de los lancheros del Puerto.

José David González, representante de los derechos humanos en la zona, denunció: “La laguna de Sinamaica ya no es la de antes, sus aguas no están aptas porque están contaminadas, sobre todo por los chorizos de pipas cargadas de combustible que arrastran por el río desde Colombia, eso mata hasta a los peces y enferma a la gente con diarreas y escabiosis”.

Pero la visión de los habitantes es contraria. “Para nosotros, la laguna no está contaminada, los niños se bañan ahí y a veces hasta cocinamos con esa agua, es imposible que se contamine porque el agua de la laguna corre seis horas hacia afuera y seis hacia adentro y le entra agua del lago de Maracaibo. Además, el contrabando de gasolina se acabó”, dijo un habitante de Puerto Cuervito.

No hay registro oficial 

Ausberto Quero, presidente de la Comisión de Ambiente del Centro de Ingenieros del Estado Zulia, aclaró que hace más de 20 años no hay cifras oficiales sobre el grado de contaminación de la laguna. Insiste en que la falta de boletines epidemiológicos y la falta de control de enfermedades representan un riesgo enorme para sus habitantes. Tampoco hay estudios recientes por parte del Estado, ni del Instituto para el Control y la Conservación de la Cuenca del Lago de Maracaibo (Iclam).

Para Quero, estos estudios deben hacerse desde el nacimiento de las cuencas, debido a que el río Limón tiene como principales tributarios al río Socuy y Guasare, afluentes que atraviesan las minas de explotación de carbón.

“Las cuencas del río Socuy, Guasare y Cachirí han sufrido una deforestación de 60 %, no tienen control ni vigilancia y se presume que las escorrentías de sedimentación son muy altas. Por otra parte, pudiera haber un problema acumulado con la explotación del carbón y sus efectos en el agua como el contenido de sulfatos. También se presume que el agua que se consume en la laguna debe tener un alto grado de coliformes, pero sin estudios y sin análisis no se puede asegurar nada”, destacó el ingeniero.

Se agotan las opciones 

Con la llegada de la pandemia por COVID-19 la tasa de desempleo se elevó. El Comité de Derechos Humanos asegura que 80 % de los habitantes del municipio Guajira no tiene trabajo, lo que reduce drásticamente su estabilidad económica.

“La situación que estamos viviendo tiene que ver con el cierre de la frontera en 2016, decreto que sigue vigente con el estado de emergencia por la pandemia. Todo eso ha afectado la cotidianidad del pueblo añú y wayuu”, dijo González.

La mayoría de los habitantes se abrieron paso en el trabajo informal, debido a que el turismo bajó 90 % en la laguna de Sinamaica desde hace tres años. La pesca de cangrejo y pescado también ha mermado a raíz de la contaminación y la falta de combustible.

El único medio de subsistencia es el trueque y la venta de dulces de coco, leche de cabra y conservas de plátano maduro que ofrecen de casa en casa en el pueblo. Los ingresos no pasan de los 20.000 pesos diarios. Algunas mujeres han retomado la artesanía y el tejido.

A pesar de que en Puerto Cuervito hay una estación de gasolina que, en teoría, debería ser exclusiva para los lancheros de la zona, todo cambió durante la pandemia. Gabriela Báez explicó que antes del COVID-19 llegaban tres gandolas a la semana, pero ahora no es así.

“Aquí se compra la gasolina con biopago y lo que venden son 20 litros para los pescadores una vez al mes que llega la gandola. Claro, les despachan primero a las instituciones”, dijo.

Régulo Sulbarán ha trabajado toda su vida trasladando turistas en la laguna. Dice que antes había un cupo de 45 lanchas, ahora quedan menos de 15. “Muchos han vendido los motores para poder sobrevivir”.

Un litro de gasolina colombiana en Sinamaica cuesta 3000 pesos, y se necesitan 60 litros para un recorrido. La baja en el turismo ha empujado a los lancheros a formar una ruta interna de transporte comunitario que trabaja de 8:00 de la mañana a 9:00 de la noche. El pasaje corto cuesta 15.000 y 50.000 pesos, el largo.

“El turismo ya venía en picada, pero la pandemia terminó de acabar con todo. Ahora el que no tiene lancha hace pipitas. Agarran una pipa, la cortan por la mitad y ahí caben dos personas. La única salvación de nosotros es que llegue el turista de nuevo”, dijo Sulbarán.

La laguna de Sinamaica, otrora pintoresca, de gente alegre y trabajadora. Un cuerpo de agua que alberga tradiciones ancestrales y riquezas naturales invaluables, hoy está sumergida en abandono y en la violación sistemática de sus derechos fundamentales, asentados no solo en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, sino en la Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas. Venido a menos, este pueblo de agua se une para pedir ayuda, sostenidos en la esperanza de un futuro mejor para sus hijos.

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