#RostrosDeLaCuarentena: “Desde que estoy hospitalizada con mi bebé, hace 51 días, no veo a mis otros hijos”

hospitalizada

Keilin González Sosa está internada con su bebé de cinco meses de nacido en la sala de Neurocirugía del hospital J. M. de Los Ríos desde el 9 de marzo. Vive entre la sala, el baño y el comedor. 

Caracas. El 9 de marzo, Keilin González Sosa quedó hospitalizada con su hijo en el servicio de Neurocirugía del hospital J. M. de Los Ríos. Desde entonces no ha salido, solo tiene contacto vía teléfono con sus otros dos hijos, mientras que su mamá, la única que la ayuda de la familia, va una o dos veces a la semana a llevarle comida y a buscar las muestras de los exámenes que tiene que hacerle al bebé. Keilin está hospitalizada dos veces: por la cuarentena y por la enfermedad de su hijo.

La muchacha tiene 27 años, una niña de 12 años, un varoncito de cinco y el último pequeño de cinco meses, diagnosticado con hidrocefalia congénita.

El bebé de Keilin nació en la Maternidad Concepción Palacios. De inmediato lo refirieron al J. M. de Los Ríos, donde le pusieron la primera válvula cerebral. Estuvo 18 días hospitalizado y luego lo dieron de alta el 24 de diciembre, hasta el 9 de marzo, que regresó a urgencias: se le infectó el drenaje y hay que implantar otro.

Para el 9 de marzo no se sabía públicamente de los casos COVID-19 en el país, aunque ya el Gobierno realizaba pruebas, “más de 80”, dijo Nicolás Maduro en una oportunidad.

Sin embargo, en el ambiente había suficiente información que adelantaba lo que venía: se habían suspendido los vuelos de Europa y Colombia hacia Venezuela y se hablaba de 45 hospitales que funcionarían como centros centinelas.

Es el 13 de marzo cuando se anuncian los dos primeros casos. Para entonces, Keilin tenía cuatro días dentro del hospital, clavada a la cama de su hijo.

Lo amamanta y no puede moverse a menos que sea para llevar o buscar un examen. Para eso, otra mamá del servicio le hace el favor de ciudad al bebé. El anuncio de la cuarentena el 16 de marzo le puso todo más difícil, menos oportunidades para salir del recinto.

No podemos salir, tampoco permiten que entren otras personas. Mi mamá, que es la que me ayuda, viene a traerme comida, cuando hay en la casa, y las cosas que necesito. Eso ocurre  una o dos veces a la semana, si la señora tiene dinero para movilizarse desde Mariche hasta San Bernardino.

Ella viene y se lleva las muestras de los cultivos, que se toman los jueves y los viernes, porque aquí el laboratorio no los hace. Hay que pagarlos por fuera. Si  no puede, me veo obligada a salir, pero es muy difícil”.

Keilin procura narrar con tranquilidad sus vivencias como hospitalizada —pese a carencias de servicios (hay agua solo dos o tres veces a la semana) y las fallas en el laboratorio— porque siente que así le transmite seguridad al bebé. “No me puedo desesperar con lo que está pasando, tengo que mantenerme positiva”.

Esa fortaleza le servirá de base para lo que le toca vivir. 

Sobre la hidrocefalia

La hidrocefalia es la acumulación de una cantidad excesiva de líquido cefalorraquídeo en el cerebro. Normalmente, este fluido protege y amortigua el cerebro. Sin embargo, demasiado líquido ejerce una presión dañina para el órgano.

Sus causas incluyen problemas genéticos y problemas que se desarrollan en el feto durante el embarazo. El principal signo de la hidrocefalia congénita es una cabeza con un tamaño fuera de lo normal.

Con tratamiento y rehabilitación el niño de Keilin puede llevar una vida normal, aunque con ciertas limitaciones.

La espera por una segunda válvula continúa en cuarentena: no han podido ponérsela porque tiene un hongo y no podrán ingresarlo a quirófano hasta que al menos tres exámenes de cultivo den negativo.

Para contrarrestar la enfermedad el bebé está bajo esquema de antibióticos. Una vez sepamos que la bacteria no está lo operarán y saldremos de aquí, si Dios quiere.

En estos momentos hay nueve niños hospitalizados en el servicio de Neurocirugía, que quedan en manos de un doctor por guardia y una o dos enfermeras por turno.

En estos días el agua ha estado llegando al piso 5, así que Keilin y otras mamás han podido bañarse y mantener el aseo del baño. El comedor del hospital también recibe comida últimamente, así que la madre de Keilin se ha visto un poco aliviada en la tarea de llevar alimentos.

Sus otros dos niños, a quienes no ve desde hace 51 días, viven con el papá en estos momentos. Keilin habla con ellos por teléfono, el más pequeño siempre le pregunta cuándo va a regresar a la casa y ella solo responde “pronto”.

Los recursos en su familia son limitados, pues algunos no están trabajando. Ella tampoco tenía empleo y, afortunadamente, en estos momentos el hospital tiene la sonda que su hijo necesita. Una suerte, porque años atrás las válvulas escaseaban y se conseguían en 3000 dólares. Las mamás sin recursos no podían comprarlas y dependían de las donaciones de organismos no gubernamentales. El Ministerio de Salud se hacía oídos sordos.

Ahora, la estadía de Keilin transcurre entre el servicio, el comedor y el baño. Usa solo tapabocas y un gel que le donó la ONG Prepara Familia. “Los guantes y las mascarillas el hospital se los da a las enfermeras. Sí nos dieron dos tapabocas desechables, pero hasta ahí”.

Keilin González Sosa sabe muy poco de lo que ocurre en las afueras del hospital. Tiene el teléfono a la mano para hablar con sus hijos y su mamá. Pero para tener señal wifi debe bajar a planta, lo cual hace solo si es necesario. No puede y no quiere despegarse del bebé. 


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