En San Isidro sus habitantes mueren por falta de medicinas mientras el hambre los acecha (II)

Pobreza extrema en Maracaibo

Las familias de la parroquia San Isidro, la más alejada de la ciudad de Maracaibo, apenas comen una vez al día arroz frito o en sopa. No recuerdan cuándo fue la última vez que comieron carne. Mientras tanto los niños se ven obligados a dejar la escuela para trabajar y ayudar en casa. Las opciones laborales no abundan, tampoco la salud.

Maracaibo. Unos cuantos listones de madera sostienen el techo de palmas de coco y latas oxidadas del rancho de la familia Fernández. Sentado en una gavera de refresco, Franklin, de 38 años, sonreía mientras tocaba la caja de plástico como a un tambor. Sin decir una palabra, su madre, Elsa, una mujer indígena de 67 años, lo miraba con desolación. Yasmila interrumpe para explicar: “Él es mi hermano, sufre de epilepsia y mi otra hermana también”, dijo. El nombre de su otra hermana es Yaneth.

Sus cuatro hijos, dos sobrinas, Franklin y Elsa, acompañaban a Yasmila aquella tarde calurosa. Era un poco más de las 3:00 p. m., se habían reunido para esperar la bolsa del Clap que los dirigentes del Consejo Comunal del barrio Los Arenales, en la parroquia San Isidro, habían prometido y Yasmila había pagado días antes con el esfuerzo de un día completo de trabajo, limpiando cebolla en rama en una granja cercana. A esa hora ninguno había comido.

Una adolescente se mecía en un chichorro curtido y roto sosteniendo en sus brazos a su hermana de un año de vida, intentaba distraerla del hambre que por ratos la hacía llorar. Mientras esperaban, Yasmila contó que sus padres, Ismael y Elsa, sus dos hermanos enfermos y sus dos sobrinas, tuvieron que dejar su rancho abandonado porque está a punto de caerse. Ahora viven arrimados en una granja.

San isidro pobreza
La pobreza extrema que azota a la parroquia San Isidro ha provocado que mas de 200 personas estén desnutridas / Foto: José Ángel Núñez

Adentrados un kilómetro en el barrio que le hace honor a su nombre, al final de una trilla está el rancho en medio de un gran terreno.

“Un palo de agua más y se cae”, expresó la joven madre antes de explicar que: “Como ya se le hizo un hueco al techo, lograron aguantar un poco más porque pusieron una lata con otros palos dentro de la casa para cubrirse y cuando llovía se arrumaban todos ahí, pero esto ya no aguanta más”, dijo la menor de los hermanos Fernández.

En medio del relato a Crónica.Uno, se escuchó una voz en medio de la calle:

—¡Ey, que mandes a buscar la bolsa! —gritó una vecina del sector.

—Ya voy a mandar a los muchachos —respondió Yasmila.

Enseguida, Elsa y su nieto salieron en busca de los alimentos mientras ella continuó.

Las que medio ayudamos somos mi sobrina Yamilet y yo. A ella le salen marañitas de limpiar patios y con eso ayuda, mientras yo trabajo a veces en casas de familia, pero mayormente limpio cebolla. Los ayudo para que mis hermanos puedan tomarse la pastilla de la epilepsia, deberían ser dos diarias, pero como no tenemos, se toman una sola”, dijo la mujer de 33 años, que todos los días compra dos pastillas de Carbamazepina de 200 miligramos.

Cuando la situación aprieta piden prestado para cumplir con el tratamiento de Franklin y Yaneth. El ingreso familiar se reduce a cinco dólares que se gana una vez al mes Ismael haciendo bloques, más los 3,00 bolívares que le pagan a Yasmila por cada kilo de cebolla que limpia. “Ayer limpie 70 kilos y me gané 21 bolívares, con eso compré un arroz y dos dedos de aceite para hacerlo frito”, contó conmovida.

Familias en San Isidro
Yasmila debe ahorrar lo que gana en un día de trabajo limpiando cebolla para poder pagar la bolsa de Clap y comprar el medicamento de sus hermanos. Foto: José Ángel Núñez
La salud queda a la suerte

En la parroquia San Isidro hay dos ambulatorios tipo I: un Centro de Diagnóstico Integral y más de seis módulos de Barrio Adentro, en ninguno hay insumos ni medicamentos. La salud es una cuestión de suerte en la zona, lo que hace aún más vulnerable a las familias que apenas comen una vez al día, generalmente carbohidratos.

Hendrick Fernández, intendente parroquial, reveló que a su despacho han llegado tres denuncias por desnutrición extrema desde enero, pero todos los casos fueron desestimados porque los denunciantes se negaron a seguir con el proceso. Aun así, en lo que va de año han registrado 17 muertes por desnutrición en la parroquia, todos menores de edad.

Nos damos cuenta que son decesos por desnutrición porque sus familiares o allegados llegan a la intendencia a pedir ayuda económica para los entierros y cuando investigamos el caso, nos enteramos de que se murieron de hambre. Estamos seguros de que hay muchos más casos, estimamos más de 200”, dijo Fernández.

Un rato después de haberles dicho que fuesen a buscar la bolsa del Clap, llegó Elsa. Evidentemente molesta le dijo unas palabras en wayuunaiki, idioma Wayú, a su hija.

Dice que no le quisieron vender la bolsa porque es opositora, pero la mía sí la mandaron. No entiendo. Aquí cambiamos los votos para ver si había un cambio, pero nos quedamos sin nada”, explicó Yasmila quien aseguró que no quiere nada regalado, pero sí que el gobierno regional atienda su comunidad con ayudas que estén al alcance de los que tienen menos.

No alcanza para comer

La entrega de las bolsas Clap tienen una frecuencia que depende de la tendencia política de cada barrio. Los que siguen la línea de Gobierno la reciben mensual, el resto, que es la mayoría, dos veces al año, según cifras de la intendencia local. Mientras que el gobierno regional ha llevado hasta ahora dos jornadas de mercados populares en las que se venden las bolsas a un costo entre siete y 12 dólares.

Para Yasmila estos costos son inalcanzables. “A duras penas unimos lo poco que hacemos para comprar la bolsa del Clap que cuesta ocho dólares y ese día no comemos. ¿Cómo vamos a juntar tantos cobres para comprar la que vende Manuel Rosales?”, cuestionó la mujer, que ante la emoción de su hermano mostró lo que trajo su bolsa del Clap.

“Aquí vienen cuatro arroz, dos granos, cuatro harinas amarillas, un café y una mayonesa pequeña. Con eso hacemos sopa de arroz o arepas”, dijo mientras sacaba los paquetes. Ante la ausencia de proteína la pregunta era obvia, a lo que Yasmila respondió con una risa nerviosa y dijo: “Hace dos años que nosotros no comemos carne, ni pollo, ni pescado, ni nada. Comprar un kilo de carne es un sueño para nosotros. Es más, yo no sé qué es hacer un mercado”, confesó la madre soltera.

Clap Maracaibo
La bolsa del Clap que reciben los habitantes de San Isidro una o dos veces al año no trae leche, aceite, azúcar ni proteína animal de ningún tipo/ José Ángel Núñez
Bregando para sobrevivir

Al lado de Los Arenales, se ubica el sector 18 de Enero, en el que apenas quedan 32 familias de 110 que había antes de la pandemia. Maricarmen Medina, de 53 años, fundadora y líder de la comunidad, dijo que el hambre y la falta de trabajo hicieron que sus vecinos se marcharan a Colombia.

Su rutina comienza muy temprano recogiendo el achiote que cosecha en su patio. Mientras pone las semillas a secar, procesa los del día anterior, les quita los restos de cáscara y los embolsa para salir a venderlos en tres bolívares. Con la venta le compra la medicina a su hija Evimar, de 25 años, que nació con retraso intelectual y sufre de convulsiones.

Cada tableta me sale en 12 bolívares, imagínate las bolsitas que tengo que vender para comprar las medicinas y comer, es duro, pero Dios me da fuerza”, dijo mientras mostraba las condiciones precarias de su rancho.

En esta comunidad, 90 % de las viviendas son de lata, con pisos de arena. No tienen cocinas, neveras, ni ventiladores, las familias son numerosas y pueden estar conformadas por entre seis y 12 integrantes, en su mayoría niños, que también se buscan la vida trabajando y solo unos pocos van a la escuela. Según Maricarmen, solo en ese parcelamiento hay más de 20 niños desnutridos.

Ranchos en Maracaibo
Maricarmen es una líder comunitaria que vende achiote en bolsitas para poder cubrir la alimentación y el tratamiento de su hija que sufre de convulsiones. /José Ángel Núñez

“Aquí lo que llega es la mentirita del Clap por temporada. En este sector como en la mayoría de la parroquia hay mucha necesidad. La bolsa no trae leche, ni azúcar y mucho menos proteína, entonces ¿cómo no se van a desnutrir, si lo que comen es arroz, harina y granos? La gente aquí se enferma y no puede saber lo que tienen, se mueren y no saben de qué, porque no hay asistencia medica de ningún tipo”, contó.

Sin comida no se rinde en la escuela

Descalzos y llevando una saco de fique acuestas por uno de los caminos enmontados del barrio, los hermanos Parra revelaron que salen desde muy temprano en la mañana a buscar hierro, latas, cabillas y cuanto material de metal puedan vender al chatarrero de la zona en 800 bolívares el kilo.

“Nosotros no vamos a la escuela porque tenemos que trabajar para ayudar en la casa”, dijo el más grande de los jovencitos. Al llegar a casa, su madre, Liliana, los secundó: “Yo prefiero darle clases a mis hijos aquí en la casa. Los estoy enseñando a leer. Todas las tardes me pongo con ellos porque no tengo para comprar uniformes, zapatos, enviarles desayuno y en la escuela cobran seis dólares por niño y yo tengo ocho”, dijo.

Los niños del barrio han dejado la escuela para poder comer. Se van en grupos para Villa San Isidro a barrer patios, sacar basura o cualquier cosa, para ayudar a los padres con un kilo de arroz o de harina que se comen en la noche. “Aquí no hay dolientes de ningún bando, pero cuando se aproximan unas elecciones corren a sacar los votos de las comunidades así, después no nos toman en cuenta”, agregó Maricarmen.

Los pocos que logran ir a la escuela no llegan a 50 % de la población en edad escolar que habita en la comunidad. Estos asisten con ropa y zapatos que les regalan, incluso algunos van de cotizas.

En la parroquia hay un total de 21 escuelas. 11 pertenecen al Ministerio de Educación además de dos preescolares, cuatro son estadales, una privada, dos arquidiocesanas y un liceo nacional. Aunque el intendente de la parroquia reconoció que este nuevo año escolar las matriculas se incrementaron, aclaró que los jóvenes y los niños siguen trabajando.

niñez trabajadora en Maracaibo
Los niños y adolescentes con más suerte de la parroquia pueden alternar los estudios con el trabajo, otros han tenido que abandonar el colegio. Foto: José Ángel Núñez

En la mayoría de los casos los padres se desentienden de la crianza de sus hijos y los obligan a trabajar para ayudar en la casa porque si no, los botan. Tenemos casos reportados de niños que se quedaron sin familia por migración, porque los expulsaron de su núcleo familiar o por orfandad. Esos son los que dejan de ir a la escuela porque tienen la responsabilidad de mantenerse solos, agarran casas al cuido o cuartos que tienen que pagar”, refirió Fernández.

De estos casos, la intendencia ha recibido desde enero hasta la fecha reportes de 50 niños, niñas y adolescentes que están solos. Fernández comentó que los mismos llegan a su despacho porque generalmente los menores están implicados en faltas menores. “Hay otras zonas que tienen casos similares, pero no tenemos esa estadística. Estos 50 que tenemos reportados son por denuncias previas”.

Abandono de la niñez
Algunos padres obligan a sus hijos a trabajar, de lo contrario, los expulsan del núcleo familiar. Foto: José Ángel Núñez

Para Fernández, los casos más delicados se presentan en las niñas. “Tenemos cuatro casos de abusos en niñas menores por explotación laboral y abuso sexual”, finalizó.

La realidad de la parroquia San Isidro se recrudece con cada paso. Cada historia de vida tiene una cruz que pesa más con hambre, mientras que la esperanza del futuro se queda enganchada en las calles, cambiando libros por chatarra para comer sopa de arroz por las noches.


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