En Latinoamérica y el Caribe la recepción de remesas fue 8,3 % superior a 2019. Un tercio de las remesas en los países suramericanos provienen de sus vecinos de la región, donde la informalidad laboral reina y hubo menos apoyo económico al migrante que en Estados Unidos, Canadá o Europa.

Caracas. Cuando a mediados de marzo de 2020 el gobierno chileno declaró el Estado de excepción, con confinamiento y toques de queda en ese país, lo primero que se preguntó Daniel Freitas fue cómo haría para reducir sus gastos y seguir enviando remesas a sus papás en Venezuela tras quedarse sin empleo.

Daniel, para entonces, trabajaba en una agencia de viajes en Santiago, empresa que suspendió los contratos de parte de su nómina un mes después, ante las restricciones de vuelos. “Mis dos hermanos también están fuera de Venezuela y quedaron desempleados también, fue desesperante”, dice.

Tras cuatro años viviendo en Chile, Daniel ya contaba con residencia temporal en ese país, por lo que en abril –luego de haber tenido que enviar menos dinero a sus padres durante dos meses– empezó a recibir parte de sus fondos de ahorros del seguro, uno de los programas que implementó el gobierno chileno para mitigar los efectos económicos de la pandemia.

Pero lo que estuve percibiendo era menos de lo que me daban en el trabajo que tenía. Al principio me ayudé mucho con eso, luego tuve que buscar otros trabajos o “tigritos” por internet para generar más ingresos, los gastos se estaban acumulando”, explica.

Suramérica se llevó la peor parte

La familia de Daniel en Venezuela fue una de las muchas que se vieron afectadas en Latinoamérica y el Caribe (ALC) por la caída de las remesas, que en el segundo trimestre de 2020 fue de 4 %, según el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (Cemla), que calcula que los países de la región recibieron 101,5 millones de dólares en remesas al cierre de 2020.

La cifra, sin embargo, y pese a que estimaciones del Banco Mundial apuntaban a que sería menor, representó un crecimiento de 8,3 % comparado con 2019, pues en el tercer trimestre de 2020 la recuperación fue de 12,5 % y en el último trimestre llegó a 15,7 %, “la más alta observada en un trimestre en los últimos años”, resalta el Cemla.

Aunque tal comportamiento no fue igual en toda la región. El Cemla estima que en los países suramericanos hubo una caída de 1 % en las remesas recibidas en 2020, y en los países andinos de la subregión llegó a -4,2 %. En estas naciones, una tercera parte de las remesas proviene de los propios países suramericanos.

Suramérica ha sido de las regiones más afectadas por la pandemia de COVID-19, principalmente en naciones como Brasil, Colombia, Chile, Ecuador y Perú. Solo en esos cinco países residen más 3,9 millones de migrantes y refugiados venezolanos, 70 % del total estimado por Acnur, y en su mayoría en condición irregular.

Ayudas gubernamentales fueron clave

El Cemla elaboró una encuesta en la que entrevistó a más de 2300 migrantes venezolanos en varios países. 40 % de los migrantes ubicados en Brasil, Estados Unidos, Canadá, Italia y Chile manifestaron haber recibido apoyo del gobierno en el país que residen, cifra que se redujo a 19 % de quienes viven en Colombia, Argentina y Ecuador.

“Las autoridades de los países de la región ALC parecen haber ofrecido menores apoyos a los migrantes durante la crisis”, reza el informe, lo que –a juicio de los investigadores– apunta al porqué de la menor recuperación de remesas en Suramérica en comparación con México y Centroamérica, que reciben principalmente de Estados Unidos.

Al igual que Daniel, 27 % de los migrantes consultados manifestó haber perdido su fuente de ingresos, 39 % de ellos respondió que ya la recuperó y 34 % de los que recibieron ayuda gubernamental afirmó haber usado ese ingreso para enviar remesas a sus familiares en Venezuela.

La consultora financiera Ecoanalítica, sin embargo, calcula que el envío de remesas a Venezuela cayó 56 % en 2020 respecto al año anterior. Según sus cálculos, la entrada se tradujo en unos 1600 millones de dólares, menos que los 3500 millones que ingresaron en 2019.

Hacer de tripas corazón

Karina Ravelo, migrante venezolana en Perú, por ejemplo, cuenta que desde que empezó el confinamiento tuvo que reducir la cantidad de dinero que enviaba. “Me quedé sin empleo fijo y, como no se podía salir, tuve que sacar de mis ahorros para enviarles a mi hermana y mi hijo en Valencia”, cuenta.

Fue frustrante, porque por varios meses tenía que enviar menos de la mitad de lo que mandaba antes de la pandemia, o era eso o me quedaba en la calle, tenía que pagar alquiler”, explica la migrante. La encuesta del Cemla revela que 47 % de los entrevistados manifestó que utilizó sus ahorros para enviar remesas durante la crisis.

Como buena parte de los migrantes y refugiados venezolanos en Suramérica, Karina no cuenta con seguridad social ni beneficios que la protejan ante el desempleo, es por ello que, cuando el gobierno peruano empezó a relajar las medidas de confinamiento, decidió empezar a trabajar como vendedora informal, hasta que contrajo COVID-19.

La migrante, oriunda del estado Carabobo, cuenta que, desde septiembre y ya recuperada de la enfermedad, empezó a trabajar como asistente dental en un consultorio odontológico. “Sé cómo está la situación en Venezuela y, por suerte, conseguí un alquiler más económico, así que estoy tratando de enviar más dinero cuando puedo”, dice.

Las expectativas

La encuesta del Cemla muestra que 93 % de los migrantes venezolanos entrevistados considera que no necesitará usar sus ahorros en el futuro para continuar con sus envíos, 67 % señala que no necesita ahorrar recursos adicionales para regresar a sus países o enfrentar una nueva emergencia sanitaria y 53 %, que más adelante no se complicará o dificultará el envío de dinero a sus familiares.

El Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos aclara, sin embargo, que los resultados no determinan si son consecuencia de las expectativas de un mejor futuro para los migrantes encuestados o derivan de la adopción de medidas alternativas, tanto personales como del entorno país.

“Algunas de las previsiones iniciales sobre los efectos de la crisis en las remesas de LAC no tomaron en cuenta suficientemente la resiliencia laboral y el compromiso que los migrantes tienen con las necesidades de sus familias y seres cercanos en sus países de origen”, concluye el informe.

El Banco Mundial prevé que las remesas sean aún más importantes como fuente de financiamiento externo en los países de ingreso mediano bajo como consecuencia de la pandemia, aumentando la diferencia entre esos flujos y los de inversión directa y asistencia externa para el desarrollo.

Ello cobra más relevancia en una región como Latinoamérica, en la que entre 80 % y 90 % de las remesas se destinan a cubrir necesidades básicas como alimentación y salud, especialmente en Venezuela, donde las remesas representan 5 % del PIB, según Ecoanalítica, y la Encovi calcula que 30 % de los hogares las reciben.


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