En ríos del este de La Guaira autoridades no han intervenido tras estragos de lluvias caídas en agosto

ríos

Pobladores de Naiguatá y Camurí Grande, en el este del Litoral Central, siguen durmiendo en vilo cada vez que hay lluvias. Algunos han tenido que abandonar sus viviendas por temor a las crecidas de los ríos adyacentes. Los afectados critican que las autoridades nacionales y regionales todavía no despejen los cauces de escombros y basura ni tampoco inicien el control de torrenteras.

La Guaira. Luego de que las lluvias de hace cuatro meses revivieran el horror del deslave ocurridos los días 15 y 16 de diciembre de 1999, en los poblados del este del Litoral Central continúan esperando el despeje de cientos de desechos sólidos y los ajustes técnicos en las canalizaciones de ríos y quebradas.

Los aguaceros del pasado 28 de agosto aumentaron las inseguridades de quienes viven en las cercanías de cuencas con amplios canales, como las de los ríos Naiguatá, Camurí Grande y Anare, respectivamente.

Cada lluvia nos alarma y no vemos al nuevo gobernador (José Alejandro Terán) hacer nada. Solo van a actuar cuando ocurra una nueva tragedia”, advirtió Keyla Ponce, vocera comunal de Camurí Grande, localidad ubicada a 10 minutos de Naiguatá.

Sin evitar el recuerdo de cómo el río destruyó el campus de la sede Litoral de la Universidad Simón Bolívar en 1999, en esta ocasión tuvieron que salir de sus viviendas, mientras la corriente arrastraba sedimentos, rocas, árboles y otros desechos hasta las rejas de acceso de dicha casa de estudios.

Igualmente, un club recreativo con el mismo nombre del poblado, también sufrió daños en sus áreas perimetrales e internas.

La intensidad de las aguas fue captada en decenas de videos de sus habitantes, los cuales fueron reproducidos a través de las distintas redes sociales.

Aún así, ello no significó el inicio de las soluciones anheladas: el ejecutivo nacional no asomó un intento de declarar la alerta preventiva, al tiempo que el entonces gobernador interino, José Manuel Suárez Maldonado, se trasladó al sitio sin ofrecer correctivos de rigor.

Fue un dejá vu y tuvimos que refugiarnos en la montaña como en 1999. Por eso, nos preocupa que le den largas, que no revisen los gaviones que están río arriba y las otras presas de retención que resultaron afectadas con las lluvias del 28 de agosto”, manifestó Arlene Jiménez, quien junto a Ponce ha dirigido comunicaciones a las autoridades locales sin obtener respuesta.

Los muros de gaviones a los que se refirió Jiménez son cestas de piedras y rocas, recubiertas generalmente de alambres, que se construyen en las cabeceras de los ríos, con el propósito de represar objetos diversos y evitar que las aguas superen la capacidad del cauce. También se pueden ubicar en zonas montañosas para contener afluentes menores.

En estado crítico

A finales de septiembre de este año, un equipo técnico de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela (UCV), visitó el río Camurí Grande y su evaluación preliminar abonó el terreno de las preocupaciones.

El informe del Instituto de Mecánica de Fluidos de la UCV, suscrito por José Luis López, detalla lo siguiente: “La canalización del río Camurí Grande se encuentra en estado crítico. Se observan traviesas colapsadas y taludes de la canalización en peligro por la erosión al pie de las mismas”.

Agrega el documento que “el flujo está escurriendo por debajo de las traviesas y por debajo del pie de los muros laterales, contribuyendo a erosionar y lavar el material de relleno que sirve de soporte a estas estructuras”.

ríos
Las lluvias de agosto pasado revivieron los temores del deslave ocurrido en 1999 / Foto: Cortesía Mirna Montemayor

Para el ingeniero López, la obra necesita una intervención urgente y así lo comunicó a los representantes de los consejos comunales y otros residentes que le acompañaron en el trabajo de campo.

El instituto con fines académicos no sólo analizó la actualidad de esta cuenca sino que también chequea periódicamente el devenir de otras similares en la zona este.

Tales apreciaciones técnicas permiten deducir que el plan mínimo de mantenimiento para el control de torrenteras y la minimización del riesgo humano, recomendado por distintos expertos desde 1999, no termina de allanar la voluntad política en esta región.

Desde 2010, cuando se materializaron las obras hidráulicas del Plan Vargas (que no abarcó a la totalidad de las cuencas principales), no se han considerado, en tiempos de sequía, actividades de desmalezamiento, despeje de desechos sólidos y la orientación preventiva a quienes habitan en las proximidades de ríos y quebradas.

Al desamparo gubernamental, los litoralenses han tenido que sortear, además, los efectos de otras vaguadas tropicales en 2005 y 2011.

En febrero de este año, las lluvias provocaron el incremento en el caudal de varios ríos de la parroquia Caruao (extremo este, límite con el estado Miranda) y en agosto, se produjo el sobresalto con las corrientes de Camurí Grande y Naiguatá.

A este estado de 170 kilómetros de costa marina, los estudiosos de la materia pluviométrica e hidráulica lo tienen conceptuado como un territorio de alto riesgo, dada la presencia de 23 ríos principales y más de 60 quebradas, cascadas y riachuelos, con cauces obstruidos, que en su mayoría se desbordaron en aquel diciembre de 1999.

De acuerdo con estimaciones de la Cruz Roja Internacional, en el llamado deslave de Vargas, murieron entre 15 mil y 20 mil personas, además de registrarse la desaparición de cientos de niños y adolescentes.

El riesgo latente

En medio del mutis de las autoridades nacionales y regionales, los vecinos de Camurí Grande tienen sus propias conclusiones ante la mencionada problemática. Están conscientes de que una nueva crecida pondrá en riesgo sus vidas.

Uno sabe que algo anda mal con la canalización de ese río y nuestros temores también lo comparten en Punta Care, Anare y Naiguatá”, sostuvo Hilario Sánchez, quien trabaja en un quiosco en la cercana Playa Panty.

“Esas losas están rotas. Un niño cabe por allí. Estaban deterioradas, pero las lluvias de agosto las terminaron de dañar. Las autoridades no deberían tentar a la suerte”, expresó Eugenia Milano, maestra de la escuela Martin Luther King, ubicada frente a Playa Los Ángeles, en Naiguatá.

A tres kilómetros de la referida playa, los moradores del barrio San Antonio en Naiguatá también han experimentado más angustias desde las precipitaciones del 28 de agosto. Allí tampoco se ha hecho nada en el río, tras la crecida.

Estamos muy pendientes, apenas escuchamos el sonido de las piedras del río, salimos de las casas. No pocas veces hemos tenido que amanecer en la carretera”, relató Zulay de Gutiérrez.

Con las lluvias de las últimas semanas, también se reportaron dificultades para el tránsito por la carretera nacional de la franja este, lo que ha obligado a la gobernación de La Guaira a enviar maquinarias para despejar el camino de rocas, escombros, monte y lodo.

Esta arteria vial bordea al 70% de las 64 playas aptas en la región, las cuales constituyen el principal atractivo del turismo local para los días decembrinos.


Participa en la conversación