Vecinos como la maestra “Conchita”, la más conocida del barrio Unión, escriben la historia de Petare

“Lo más bonito de vivir en Petare es levantarse todos los días en la mañana y contemplar todo esto tan bonito (el Ávila) que tenemos en frente. Todo el oxígeno que respiramos nosotros viene de allá. Dígame esas puestas de sol, cuando los araguaneyes florecen. Todo eso es lo más bello y, por supuesto, la mayoría de su gente porque ya no somos vecinos, somos familia”, contó Conchita.

Caracas. De los primeros habitantes que fundaron el callejón El Carmen, del barrio Unión de Petare, solo queda la maestra Conchita, la más conocida de todo el sector. Su nombre es María Concepción Guevara de Claro, aunque casi nadie se refiere a ella de esa forma, sino por su apodo. Conchita vive desde hace 60 años frente a la iglesia El Carmen, donde llegó junto con su esposo, José, a construir su hogar.

La parroquia Petare cumplió 401 años de haber sido fundada el pasado jueves 17 de febrero. Son muchas las historias que se pueden contar de esta inmensa comunidad del municipio Sucre, estado Miranda. Una de ellas es la de Conchita, la habitante más longeva del barrio Unión de Petare, una zona a la que María Concepción llegó cuando apenas se iniciaba la construcción de la iglesia y había pocos habitantes alrededor. Ahora es una comunidad con al menos 14 sectores, según los vecinos.

Foto: Luis Morillo

Conchita es solo un poco más alta que sus alumnos. Es delgada y en su rostro se nota el tránsito de 80 años de vida, vida de la que le gusta hablar. Los años no pesan, dice Conchita, quien aún recuerda cómo eran las calles de Petare cuando llegó de los Valles del Tuy a mudarse a casa de la suegra. Las calles eran de ladrillos rojos, y a la redoma llegaban las mulas y los caballos con flores desde Galipán. Todo era muy tranquilo y muy colonial.

Pero fue poco el tiempo que Conchita y José vivieron en casa de la mamá de él. Eso de vivir con los suegros, eso no camina. Fue allí cuando, con el esfuerzo de ambos —él trabajaba en una empresa y ella daba clases de preescolar y primaria— se mudaron a una residencia pequeña en el barrio Unión. La casa de Conchita fue de las primeras en tener agua potable, electricidad y una línea telefónica en el sector. También fueron de los primeros en construir escaleras en el cerro natural.

Cuando yo compré aquí, era un ranchito. Mi esposo y yo, jóvenes y recién casados, con una niña en los brazos. Fue duro, pero fue muy bonito, porque cuando uno está enamorado, uno tiene deseos de superación.

Foto: Luis Morillo

Conchita calcula que tardaron entre 12 y 14 años en construir las cuatro plantas que tiene su vivienda, y en la que ahora vive una de sus hijas y varios de sus nietos. La planta alta de la casa de Conchita es un amplio salón de clases, con pizarras, pupitres, libros, un escritorio y una silla, donde imparte tareas dirigidas desde hace 40 años, cuando tomó la decisión de trabajar desde casa.

Conchita es una pionera del llamado teletrabajo, un término popularizado tras la pandemia de COVID-19. En el momento que Conchita tuvo a su segunda hija decidió dejar su empleo como maestra de primaria en una escuela de la zona para quedarse en casa, pero mantuvo su trabajo, al que aún se aferra. En casa llegó a atender entre 25 y 30 niños de lunes a viernes desde la 1:00 p. m. hasta las 5:00 p. m.

Foto: Luis Morillo

—Ella me dio clases a mí.

—Ella le dio clases y cuidó de mi hijo.

Nereida Castro y Ana Muñoz son vecinas del callejón El Carmen. Una fue alumna y la otra es madre de uno de los tantos alumnos de la maestra Conchita, a quien describen como un personaje popular dentro de la comunidad.

Nereida comenta que Conchita es como una segunda madre para ella. Juntas compartieron diversas experiencias, entre ellas la muerte de la hija mayor de Conchita, de quien era comadre. Nereida ha sido testigo del empeño de Conchita por preservar su labor aunque solo tenga a su cargo dos o tres alumnos. Recientemente, la familia pudo convencerla de que solo diera clases de lunes a jueves y hasta las 4:00 p. m.

Foto: Luis Morillo

No tengo ni la mayor idea, dice Conchita sobre la cantidad de niños de Petare a los que les ha dado clase. Han sido tantos que ella no puede ni siquiera estimar una cifra. Muchos se han muerto, agarraron la mala vida, añade también con respecto a la violencia. Aquí ha habido épocas muy feas, con mucho desorden social, pero aquí hay mucha gente sana, y también he tenido muchos alumnos que han dado satisfacciones a sus familias y a su comunidad.

El primer callejón que instaló su propia reja de acceso fue el callejón El Carmen, recuerda Conchita. Esta decisión la tomaron un grupo de ocho vecinos, todos conocidos, debido a la cantidad de atracos que empezaron a ocurrir en la zona. Aquí todo el mundo se conocía, todo era muy tranquilo, pero todo eso se corrompió. Por eso tuvimos que trancar la entrada hacia nuestras casas. Luego de eso fue que empezamos a respirar.

Foto: Luis Morillo

A Conchita siempre le ha gustado viajar. Recuerda que en su juventud viajaba mucho hacia el interior del país, sobre todo a Higuerote, porque allá tienen otra casita. Pero siempre regresan a Petare, donde tiene una vista de Caracas y del cerro el Ávila que pocas personas, de los más 3 millones de habitantes (según censo 2011) que tiene la Gran Caracas, pueden disfrutar todos los días desde sus casas.

Foto: Luis Morillo

Lo más bonito de vivir en Petare es levantarse todos los días en la mañana y contemplar todo esto tan bonito (el Ávila), que tenemos en frente. Todo el oxígeno que respiramos nosotros aquí viene de allá, dígame esas puestas de sol, cuando cae la neblina en la tarde, cuando los araguaneyes florecen, todo eso es lo más bello, y por supuesto, la mayoría de su gente, porque ya no somos vecinos, somos familia.

Foto: Luis Morillo

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