Las películas nacionales tienen su encuentro anual en el Festival del Cine Venezolano de Mérida, que comienza con sacrificios, pero también con el ímpetu de continuar

Caracas. Con 24 largometrajes y 48 cortometrajes en competencia se realiza este año el Festival del Cine Venezolano de Mérida del 9 al 13 de julio. Por segundo año consecutivo se lleva a cabo de manera presencial después de la pandemia, que obligó a la virtualidad temporal durante el confinamiento, sin olvidar que en 2019 se trasladó de forma provisional a Caracas por los problemas en los servicios en la ciudad andina. 

Karina Gómez es la directora del certamen, actividad referente de la cinematografía nacional, que cada año reúne una muestra de parte importante de lo que se ha hecho en el país. 

Para el momento de la conversación, la también presidenta de la Fundación para el Desarrollo de las Artes y la Cultura, que organiza la muestra, finiquitaba la organización. Ya tenían la programación y las películas listas. “Pero recuerda que estamos en un país en el que es complicado hacer todo. No hay gasolina suficiente, no hay luz todo el tiempo. Las salas de cine en Mérida no son muchas. Tristemente, este año no haremos Cine de luna y estrellas. No podemos confiar en la luz. Es un movimiento muy grande llevar una pantalla a una plaza. Requiere mucha gente, promoción y demás elementos necesarios. Hago el festival posible, bien hecho y con buena letra”, indica la gestora cultural, quien subraya que se mantiene Maratón Cine Átomo y la Universidad Audiovisual. 

Celebra la cantidad de películas. “No sé si fue por la pandemia o muchas de las obras se estaban haciendo antes, pero como que después de esa pausa, se pusieron a terminarlas. Creo que hay muchos factores. Uno de ellos es la cantidad de gente que está grabando en todas partes, el número de personas que se han ido profesionalizando, que han tenido la oportunidad de ir a más festivales y conseguir más dinero. Hay muchos venezolanos en el exterior y hacen cine. Hay un poco de todo”.

Curioso además que el año pasado haya ganado ópera prima: Yo y las bestias, de Nico Manzano

—¡Exactamente! No es curioso. Me parece genial. Es una prueba de que no tenemos idea de quién gana. Hace unos años podías tener claro por dónde iban los tiros. Todo estaba entre dos y tres. Después de lo ocurrido el año pasado, ya no tenemos ni idea.

Bueno, precisamente Nico Manzano comentó en una entrevista que la emoción más grande fue haber ganado en el Festival del Cine Venezolano 

—Él es muy lindo. El muchacho es chévere y la película es una belleza. Ese es el tipo de cosas encantadoras. Me refiero a la mística que le ponen. Hacer cine es muy difícil. Tú lo sabes. Cuando la gente le pone mística, no importa. Es muy alentador para el cine nacional.

Karina Gómez
En 2019 el festival se realizó en Caracas debido a los problemas de servicios en Mérida. Cortesía de Ezequiel Carias 

¿Hay contactos con otras regiones del país para guiar en la réplica de la experiencia?

—Cuesta todo el año hacer el festival. No es que comienzo dos meses antes. Apenas termina una edición, arranco con los preparativos de la siguiente. Si la gente necesita asesoría, yo la doy con mucho gusto. Pero este es un trabajo de mucho esfuerzo. Cuando comenzamos a trabajar somos como cinco y terminamos como 50. La ciudad del cine es Mérida. Esa es la realidad. 

Veo los homenajes a artistas plásticos que están de centenario de su nacimiento

—Hay que estar muy orgullosos de este trío de personas, que son como lo máximo. Tanto Jesús Soto, Carlos Cruz-Diez y Oswaldo Vigas. También está Pedro Rincón Gutiérrez, Perucho. El cine sin él no existiría en el país. Responsable del primer departamento de cine y del primer festival de documentales en el país. Es el rector de rectores. 

El año pasado generó expectativas que la Gobernación de Mérida declarara patrimonio el Festival del Cine Venezolano

—Fíjate. Es una entelequia. Hablamos de un intangible. No es una propiedad. La historia es que el festival se maneja solo. Evidentemente, es de la ciudad. Eso está claro. Nunca hemos tenido la intención de sacarlo de acá. 

¿Cuál es su película favorita de las que han ganado el festival?

—A todos las adoro, pero los hermanos Luis y Andrés Rodríguez, Diego Rísquez, Luis Alberto Lamata y Alejandro Bellame han ganado dos veces el festival. Son una referencia. Evidentemente, por mi cariño hacia el personaje, las películas de Diego son especiales. Además, tengo un cuento personal con él. Amigos de toda la vida. Este año hacemos homenaje también a los hermanos Luis y Andrés Rodríguez, que tienen una cinematografía impecable. De ellos, prefiero Brecha en el silencio. También homenajeamos a Asdrúbal Meléndez. El festival es grande, dispendioso. Es rico hacerlo, pero exige mucho trabajo y disciplina.

Bueno, uno de los afiches más emblemáticos en años recientes fue el que dedicaron a Diego Rísquez

—Sí. Creo que es el afiche que más me gusta. Y tenemos afiches espectaculares. La imagen siempre ha sido hermosa. Le ponemos mucho cariño, mucho ahínco para que las imágenes resalten. Este año tiene mucho que ver con nuestros artistas plásticos. 

El año pasado surgió en el gremio la discusión sobre lo que es cine venezolano, qué se considera película venezolana especialmente en estos momentos de diáspora. ¿Cómo ve ese debate? 

—Tengo mi versión para largometrajes y cortometrajes. Los largos son aquellas películas de temática venezolana, con directores y técnicos en su mayoría venezolanos o filmadas en Venezuela. Mi cuento con los cortometrajes es otro. La selección la hacemos a partir de películas que hayan ganado en diferentes festivales del mundo. Venezolanos que están en cualquier parte del mundo filmando. Me interesa conocer el futuro del cine nacional. Si te das cuenta, el festival siempre ve hacia adelante. Cuando vemos obras rodando por todas partes del mundo hechas por venezolanos, hay que ponerles el ojo y hacer seguimiento.

¿Cuántas personas esperan recibir en el festival?

—Yo no sé. Es una lotería. Pero aproximadamente unas 400 personas. Es la gente que podemos atender. No tenemos más capacidad. También existen alianzas, como la que hay con Cinex. No nos dio las salas, pero promocionan en todo el país.

¿Qué más se debe subrayar del Festival del Cine Venezolano de Mérida?

—Para nosotros es importante la formación. Nos interesa mucho la tecnología, que es absolutamente cara. Las universidades no tienen la capacidad de renovar equipos todos los años. Entonces, por lo menos, damos tips de lo que hay, dónde encontrarlo, qué programas hay nuevos, qué novedades hay en sonido y colorización. En todos estos años el cine ha evolucionado mucho. 

Cortometrajes ficción: 

A noise that carries, de Guillermo de la Rosa

Agua con sal, de Paola Bojórquez

Cazador de atardeceres,  de Lennin Chirinos

Caen las olas, de Alan Ohep

Como de costumbre, de Endrina López

Cumpleaños feliz, de Gabriela Armas

Desagüe, de Carlos Henriquez

Development, de Miguel Antonio Contreras

Diosa, de Angela Guillen

Eso no rima, de Roberto Villafañe

Horror vacui, de Javier Briceño

Las torres y el viento, de Alejandro Herrera

La tubería, de Rosalinda Yánez

La travesía, de Edit Raven

Luces, de Luis Suárez

La bienvenida, de Daniel Peñaloza

Luna azul, de Juan Soto

La nube, de Andrea Fabiani

La conexión familia, de Santiago Zambrano

La cura, de Leandro Arvelo y Danay Garcia

La lechuza, de Gustavo Alvarado

Más allá del viaje, de Andy Pinto 

Maribel, de Alejandro Rangel

Nostalgia 98, de José Alejandro Quintero 

Nuestra carne, de Luis José Glod 

No AI, de Simón González

Polilla, de Gabriel Alberto Rodríguez  

Plenitud, de Virgilio J. Redondo Guerrero.

Referentes, de Sheyla Lee

Sangre, de Israel Perez Araque

Sam, de Ibrahin José Buznego Escobar

Sueño lúcido, de Sebastián Bolívar 

Super poderoso, de Sebastián M Olivier

Tánatos, de Oscar Lopera 

Un lugar limpio y bien iluminado, de Nelson Urdaneta 

Un anhelo constante, de Danny Young (Daniel Leal) 

Un hombre solo, de Sergio González 

404, de Álvaro Aldana Correia

Despierta, de Richard Clark

Cortometrajes Documentales: 

Arena de náufrago, de Jeilin Espinel 

Figura abstracta humana, de Gabriela Alejandra Codallo Barroso 

Fotógrafo caballero, de Zoum Domínguez Blanco

Gregorio, de Daniel Matos 

La intemperie, de Daniel Paz Mireles 

Los retratos de mi abuela, de Luis Lorenzo Trujillo 

Maracaibo: Tierra de Campeones | Atletas Paralímpicas, de María José Aular 

Mi retorno, de Mariangeles Pacheco 

Tal vez el infierno sea blanco, de Diego Andrés Murillo 

Largometrajes documental:

A la intemperie, la experiencia de Armando Rojas Guardia de Luis y Andrés Rodríguez

CAP Inédito conversaciones desde la soledad, de Carlos Oteyza

Carelia, de Andrés Duque

Cine invisible, de Edgar Rocca

La batalla de los puentes, de Carlos Azpúrua

La huelga petrolera olvidada, de Ionesco Troconis

Sembradores de agua, de Mohamed Hussain 

Vestigios de conocimientos ancestrales, de Miguel Ángel Tisera

La plaza, de Andrés Agusti

Los niños de las brisas, de Marianela Maldonado

Samuel Dario Maldonado un río por explorar, de Oscar Lucién y Javier Crema

Largometrajes de ficción: 

El salto de los ángeles, de José Zamora

Hijos de la revolución, de Carlos Caridad

Hijos de la tierra, de Jacobo Penzo 

La chica del alquiler, de Carlos Caridad

La sombra del sol, de Miguel Ángel Ferrer

La vida es una película, de Yiusmelis Lilo Delgado

Llamada privada, de Gabriel NG

Machera, el de la corte de los caballeros, de Jackson Gutiérrez

Mi abuela está loca de remate, de José Villegas

Miki Maniaco, de Carla Forte

Mónica entre el cielo y la tierra, de Giovanni Gómez

Venite pa’ Maracaibo, de Carlos Daniel Alvarado

Simón, de Diego Vicentini


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