Además de la censura, la persecución, el hostigamiento, el acoso e inclusive la cárcel, ahora los periodistas venezolanos también están expuestos a la COVID-19. Ejercer el oficio en medio de una pandemia ha significado, además, el contagio de varios periodistas que han debido apelar a la generosidad colectiva para cubrir los elevados gastos médicos que implica el tratamiento. Otros, desafortunadamente, no han sobrevivido.

Regiones. Entre permanentes ataques, hostigamiento, persecuciones, encarcelamientos y como parte de la diáspora, los periodistas venezolanos han continuado con el compromiso de informar. A estos riesgos que el gremio ha enfrentado en los últimos años, ahora se suman las limitaciones que implica la aguda escasez de gasolina que existe en el país; y desde el 2020, está también la COVID-19 que ha obligado a los reporteros a restringir mucho más su ejercicio profesional en la calle por temor a contagiarse.

El reto de cubrir la pandemia de coronavirus en un país que además atraviesa una emergencia humanitaria compleja siempre ha prevalecido. Las condiciones de trabajo empeoraron para los periodistas, pero la tarea de informar se antepone. Sin embargo, el gremio no es inmune a un nuevo mal que afecta a la libertad de expresión en Venezuela.

La Asociación Civil Espacio Público recordó en un informe de febrero de 2021 que luego de la cuarentena decretada en marzo del año anterior “los medios de comunicación no fueron incluidos de forma clara y expresa dentro de los sectores priorizados para mantener funciones y servicios básicos, de acuerdo a lo establecido en la Gaceta Oficial”.

Explicaron que “esto viola tanto la Constitución, como el artículo 7, numeral 14, de la Ley Orgánica sobre Estados de Excepción, el cual establece que el derecho a la información no es susceptible de suspensión. La omisión de garantías directas generó obstáculos para el libre ejercicio de la labor periodística, tanto durante el desplazamiento a los lugares de trabajo, como al momento de cubrir situaciones vinculadas a la pandemia del coronavirus en Venezuela”.

De hecho, la asociación civil registró un total de 390 casos y 965 violaciones a la libertad de expresión en Venezuela durante el 2020. El mes con más denuncias fue marzo, con 62 reportes, lo que coincidió con el anuncio de estado de alarma y el decreto de cuarentena debido a la pandemia por la COVID-19.

Por su parte, el 1° de marzo de 2021, a casi un año de decretarse la cuarentena en el país, el Instituto Prensa y Sociedad de Venezuela (Ipys) contabilizó 374 incidencias que acumularon 636 violaciones a las garantías informativas entre enero y diciembre pasado.

″Fue un período en el que una fiebre de represión se dio contra la libertad de expresión y el acceso a la información pública en el país. La curva de casos de vulneraciones estuvo lejos de aplanarse y los atropellos afectaron a 325 personas, de las cuales 194 eran reporteros. La emergencia sanitaria por COVID-19 complicó aún más el cuadro clínico de la labor informativa, la cual sigue sin ser inmune a las restricciones impuestas fundamentalmente desde el Poder Ejecutivo″, refiere el informe anual El Virus de la censura, presentado por la ONG durante el primer trimestre de este año.

Pese a este nuevo riesgo, periodistas, fotógrafos y camarógrafos, guardando y cumpliendo con las medidas de bioseguridad, no detuvieron la labor informativa. Pero el virus comenzó a propagarse peligrosamente en la población y los periodistas no estuvieron exentos de este nuevo peligro.

Algunos han podido contar la experiencia de padecer la enfermedad. Otros, desafortunadamente, no sobrevivieron. Todos han tenido que apelar a la solidaridad de la gente, de organismos e instituciones, para costear los excesivos gastos que trae consigo la enfermedad.

Desde el inicio de la cuarentena en abril de 2021, se estima que aproximadamente 83 periodistas venezolanos se han contagiado con el coronavirus, según un reporte de El Diario, con datos ofrecidos por el secretario general del Colegio Nacional de Periodistas (CNP), seccional Caracas, Edgar Cárdenas.

Aunque la cifra podría superar los 120 contagiados si se suman sus familiares más cercanos y otros trabajadores de la prensa. En abril de 2021 el secretario general del CNP Caracas, Edgar Cárdenas, daba cuenta de 38 periodistas fallecidos a causa de la COVID-19.

Esta enfermedad es muy dura

Por mi trabajo —relató el periodista zuliano, Lenin Danieri, a través de un video de su cuenta de Instagram— he estado expuesto a varias situaciones de peligro, pero nunca estuve tan cerca de la muerte como con el virus.

Este fue el mensaje que posteó el 27 de enero de 2021, cuando cumplía un mes de haber recibido un segundo respiro. El 27 de diciembre de 2020, a través de su cuenta en Twitter, el periodista anunciaba que él y su hijo se habían contagiado con el virus. 

Me resistí a hacerlo. Pero necesito ayuda con esto del COVID-19. Los gastos son considerables y ahora se incluyó mi hijo menor a la ecuación. Quien pueda ayudarme escríbame al DM, muchas gracias, lo menos que pensé es estar en las condiciones actuales″, escribió el periodista zuliano.

Danieri narra su experiencia como una lección de vida. También para reafirmar lo importante de cumplir con los tratamientos médicos y, fundamentalmente, para agradecerle a Dios y a la solidaridad de mucha gente.

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Daniere vivió complicaciones con su cuadro familiar / Foto: Cortesía

Como él, Reinaldo Campins, periodista aragüeño, también reitera las gracias a cientos de personas que colaboraron económicamente durante su hospitalización. Campins recibió todo el apoyo familiar necesario, y gracias a ello, los altos costos del tratamiento fueron cubiertos. Su abuela también fue hospitalizada en la misma clínica, dos días después.

“Es una enfermedad que emocionalmente te desgasta. Temes perder la vida. Fue un golpe fuerte porque la idea de la muerte te sugestiona mucho”, cuenta quien para entonces, era el corresponsal de VPI en Aragua.

Es una lucha del alma

Después de 35 días hospitalizada en el IVSS de San José en Maracay, la periodista aragüeña y directiva del Colegio Nacional de Periodistas seccional Aragua, Maruja Vargas, cuenta, aún con mucha dificultad al hablar, el milagro que ha sido estar de vuelta en su casa después de haber sido llevada al hospital con 32 de saturación de oxígeno.

“Aquí ya no hay de dónde sacar dinero”, dice con un dejo de angustia, pues su esposo, quien en principio no había mostrado tantas complicaciones por la COVID-19, ahora presenta un cuadro clínico de riesgo como secuela del virus. Vargas narra cómo sus días hospitalizada se le iban en una “lucha de alma y corazón y entregada a Dios y a la Virgen del Valle”.

La periodista y empresaria dice no entender cómo aún hay personas que subestiman la enfermedad y se relajan frente a las medidas de bioseguridad.

Su paso por un centro asistencial público le mostró el rostro ético y místico de muchos médicos y enfermeras que hacen esfuerzos por salvar vidas, pese a las graves limitaciones y carencia de medicamentos, así como a la falta de personal sanitario para atender a tantos pacientes.

Dejé notas de voz

Los primeros días de diciembre, una tos alérgica no cesaba. Los exámenes no arrojaron indicios de COVID-19. Pero una noche antes de Navidad, Lorena Arraiz supo que se había contagiado. Y allí comenzó todo para la destacada periodista tachirense.

Eso me afectó mucho. Anímicamente me agotó tanto que en medio de la neumonía, un día consideré dejar notas de voz a una persona en Chile para que se las diera a mi familia. Quería despedirme de mis chamas, de mi esposo. Toqué fondo″, cuenta Arraiz.

Sola, en una habitación en la planta baja de su vivienda, mientras su esposo, desvelado, permanecía angustiado en la planta alta de la residencia, Arraiz estaba convencida de que moriría y habló con Dios.

Durante su aislamiento, varias personas cercanas a su círculo de amistades habían fallecido por causas asociadas a la COVID-19. Y la periodista no dejaba de consumir información para tratar de ayudar a tanta gente que requería recursos para costear sus tratamientos.

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Las redes sociales se han convertido en un aliado a la hora de solicitar donaciones / Foto: Cortesía

Se gastó muchísimo dinero —cuenta— pese a que los médicos, colegas de mi esposo, no cobraron sus honorarios. Pero la clínica, los exámenes de laboratorio y los medicamentos, todo, debió cubrirse.

Lorena Arraiz ya está de regreso a su faena periodística en la televisión y radio regional. Su retorno no ha sido fácil, pues aún sufre las secuelas que le dejó el coronavirus. Un derrame pericárdico y pequeños trombos en los pies aún requieren de atención médica.

Salí repotenciada con la vida, agradecida con Dios y como me dieron otra oportunidad, me la he tomado muy en serio para bien. Estoy tratando de hacer lo mejor que puedo como persona y como periodista, porque cuando uno se va, lo que queda es la huella que dejas como ser humano y como profesional″, narra la periodista.

¿Por qué no escribes?

“Yo los leo y agradezco infinitamente el apoyo y la solidaridad, así como sus permanentes oraciones por mi pronta mejoría. Pero por instrucciones médicas, por ahora no puedo hablar ni escribir”.

En medio de su agobiante cuadro clínico, el periodista aragüeño Alfredo Morales no dejó, hasta que la COVID-19 se lo permitió, de mantener conexión con la gente; esa ganada a pulso durante sus años como ancla de la televisión local y en los últimos dos años como corresponsal de El Pitazo en Aragua.

Alfredo Morales intentaba responder a las muestras de cariño con emoticones y breves palabras.

Se contagió de COVID-19 a principios de octubre de 2020. Como muchos reporteros, procuró cuidarse en medio de la responsabilidad que suponía informar y reportar. Nunca hubo certeza en dónde pudo haberse contagiado, pero él mismo sospechaba que había sido luego de dar cobertura a la tragedia del desbordamiento del río El Limón.

Los síntomas se asomaron tímidamente, hasta que un día, no pudo bajar las escaleras de su casa. Recluido en una clínica privada, Morales intentó continuar con su labor  periodística desde la cama. Pero le faltaba el aire y los médicos le advirtieron de lo inconveniente del uso del teléfono.

Por eso un día le pidió a su colega Gregoria Díaz que lo ayudara a divulgar un comunicado, en donde agradeció las muestras de cariño y pedía comprensión ante su obligado silencio, frente a miles de mensajes que llegaban a su teléfono, pese a la prohibición médica.

Los gastos médicos fueron exorbitantes. Tanto así que la póliza médica se agotó y sus colegas y amigos debieron gestionar su inmediato traslado al IVSS de San José en Maracay. Ya para entonces, su cuadro clínico era delicado.

Alfredo Morales falleció el 1° de noviembre, tres días después de cumplir 48 años. Dos semanas posteriores a su muerte, se supo que la tragedia de El Limón no había sido su último trabajo periodístico: el reportero dejó en el block de notas de su teléfono una crónica inconclusa en primera persona sobre sus padecimientos por el coronavirus.

La diáspora se los lleva del país

Según Acnur, se estima que desde 2015, aproximadamente 5,6 millones de venezolanos han migrado escapando de la inseguridad, las amenazas y la persecución, así como de la imposibilidad de sobrevivir a una crisis económica que limita el acceso a los alimentos de la cesta básica, medicamentos y servicios.

Los periodistas no escapan de este éxodo masivo que busca en otros países mejores condiciones de vida. Rosana Galarraga es una periodista con 15 años de experiencia, natural de Carúpano, capital del municipio Bermúdez del estado Sucre. Migrar nunca fue su primera opción, pero los incrementos constantes de los productos y la dificultad para conseguir los alimentos la llevó a considerar el abandono de su terruño junto con su esposo y su hija.

“La vida y la energía se iba en eso, en ‘cazar’ los productos de primera necesidad”. Cuenta que la decisión de migrar se vio acelerada debido a que estaban por vencerse sus pasaportes. La familia entró a Chile en noviembre de 2018, fecha límite de la vigencia de sus documentos.

A su llegada a Santiago de Chile, la hermana de Rosana le consiguió trabajo como niñera en una casa de familia, “allí no me exigieron permiso de trabajo porque conocían a mi hermana; esa fue una ventaja”, asegura.

Una vez aprobado el permiso de trabajo, un amigo periodista la postuló para una entrevista al cargo de recepcionista en la cadena de gimnasios más grande de Chile, “quedé en el puesto, ahí pasé 10 meses”.

Para noviembre de 2019, después de recibir un ascenso, Rosana pasó a la Casa Matriz de la empresa para desempeñarme como periodista, en el cargo de asistente de Comunicaciones de Recursos Humanos hasta la fecha.

Cuando tu CV pesa

En el caso de Yndira Lugo, otra periodista e hija adoptiva de Cumaná, capital del estado Sucre, con más de 20 años de experiencia, ser directora del diario impreso Región la puso en la mira de civiles armados y de los militantes del PSUV.

En 2017, cuando cubría una manifestación de la oposición en los alrededores de la plaza Ayacucho en el centro de la ciudad de Cumaná, Yndira fue víctima de la violencia por parte de los simpatizantes del partido oficialista. Cuenta que fue golpeada y agredida verbalmente por una turba de afectos al Gobierno, entre la que había incluso mujeres.

Desde ese momento asegura que se incrementó el acoso contra los periodistas en la cobertura de cualquier manifestación o hecho noticioso y se aceleró su decisión de irse. A juicio de Yndira, en Sucre todos los periodistas sentían miedo a la hora de salir a la calle a cubrir cualquier manifestación o protesta “podríamos ser agredidos por seguidores del oficialismo”.

El cierre del diario impreso Región, del que fue jefa de redacción y posterior directora, dejó a Yndira cesante, con todo, seguía siendo acosada y su casa era rondada permanentemente por funcionarios de inteligencia de los cuerpos de seguridad del estado. 

Pese a que logró trabajar para algunas agencias internacionales, todo ello generó una angustia intrafamiliar que, aunado a la recepción de mensajes de texto que amenazaban la integridad de sus hijos, fue el detonante para agilizar la migración. La familia partió con rumbo a Chile, donde la esperaban parientes de su esposo.

Advierte que abrirse paso en otro país obliga a adaptarse, “sí o sí”. Cuenta que para los chicos fue una liberación, “desde el primer momento se sintieron seguros”.

Aunque sabía que no era fácil ubicar una plaza laboral en periodismo, no desistió de la idea. Tenía la formación y la experiencia, pero el peso de su currículum jugó en contra.

En dos oportunidades en entrevistas laborales le refirieron que “tenía un CV impactante y emplearla implicaría un riesgo, tanto para los medios como para las editoriales”. Tal razonamiento de los potenciales empleadores la llevó a rehacer su carta de presentación y postularse sin reseñar su experiencia.

Sin embargo, lejos de amilanarse siguió tocando puertas y logró conectar con el Holding Degasa, una compañía que agrupa las cadenas de comida rápida KFC, China Wong y Wendys. En apenas unos meses pasó del equipo asociados a formar parte de la gerencia de la compañía tras aceptar el ascenso como subgerente 2, para atender solo a KFC.

Al día de hoy, pese a la migración forzosa, reconoce que ha sido afortunada y agradece la oportunidad que le ofrece la compañía para la que trabaja.

Consciente de una nueva etapa en su vida, Yndira sostiene que reinventarse pasa por salir de la zona de confort y reconocer las habilidades y aptitudes propias, “allí nos damos cuenta de lo que somos capaces de hacer al explorar y explotar nuestras capacidades en áreas que no son las que habitualmente dominamos”.

La situación en la calle para los periodistas no ha mejorado. La violencia continúa reflejándose en la estadística que registra Espacio Público, en la cual se detalla que en los primeros 60 días del 2021 “las víctimas más frecuentes de violaciones a la libertad de expresión fueron trabajadores públicos (28 %), periodistas (24 %) y los medios de comunicación (20 %)” y en la mayoría de los casos los agresores fueron representantes de instituciones del Estado, cuerpos de seguridad y funcionarios policiales y militares.

Así como Rosana e Yndira en el estado Sucre, otros tantos integran la data de periodistas y reporteros migrantes. De acuerdo con la información que maneja la seccional Sucre del Colegio Nacional de Periodistas, han migrado aproximadamente entre 10 y 12 % de sus periodistas. “Cifra que podría ser mayor porque no todos han participado su salida”, acotó un representante de la directiva del CNP Sucre.

Aún cuando no hay registros exactos sobre el número de profesionales migrantes, algunos reportes de organizaciones periodísticas venezolanas estiman que entre 400 y 1300 reporteros y comunicadores han emigrado en el período 2012-2018.

Investigaciones de Ipys señalan que “entre 2014 y 2018, se intensificó el éxodo de quienes hacían vida en los medios en el país. El reporte da cuenta de que 18 % (477) de los periodistas registrados en el mapa de medios y base de datos de la organización emigraron desde Venezuela hacia otros 24 países”.

Hasta ahora Chile, Argentina, Colombia, Perú, México, Ecuador, Estados Unidos y España han sido los países destinos y concentran el mayor número de periodistas venezolanos migrantes.

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